Dejenme empezar hoy con un pequeño extravío en forma de fábula poética, con protagonistas figurados; como reflejo de conductas frecuentes, con visos de normalidad, desviadas a usos truculentos. A la vista genral, pero como si estuvieran ocultas. La poesía dice así:
Hambre y volteretas
El gato ronroneó
Cuando la pulga saltó,
Pero alegre devoró
Al descuidado ratón
Si la pulga pizpireta
Sólo atina en volteretas,
Permanecerá despierta,
Por que fiera el hambre aprieta.
Como sucede a menudo,
La garra del obstinado,
Cual rufián desaforado,
Acomete al descuidado.
En los variados escenarios, el muestrario de comportamientos constituye un reto rotundo para quienes pretendan conocerlos. Explicarlos o justificarlos, entraña dificultades superiores. ¡Son tantas las circunstancias subyacentes! Otra cuestión bien distinta es la frivolidad latente en los COMENTARIOS, fáciles, baratos, sin el apuro de las responsabilidades. La ligereza ambiental los facilita. Las experiencias vividas adquieren matices superficiales vistas desde fuera. Prendados del jolgorio de los comentaristas facilones, descuidamos pronto la apreciación de los perjudicados; las preocupaciones esquivan esas honduras, la vorágine general les aporta justificaciones entretenidas.
El hambre instintiva del gato irracional no registra justificaciones, está presente, desde la genética a su relación con el ambiente, acciona sus recursos. El INSTINTO, acompañado de la necesidad, surge de manera espontánea; nunca faltan otros instintos para completar la escena, la caza, la lucha por la supervivencia. Son actuaciones cargadas de naturalidad, desprovistas de las maliciosas perversiones. Hambres e impulsos, son valorados desde la razón como reacciones primitivas, atrasadas; sin parar mientes en las múltiples contradicciones inteligentes, aportados por la presencia de los adelantos. El contraste con el progreso abre la espita a un sin fin de consideraciones, no del todo satisfactorias, con fuertes dosis de asombro.
Por que, lejos de encauzar los pálpitos naturales, solemos aparecer como elementos intempestivos. Al hambre le añadimos sufrimientos, ampliando sus fauces, convirtiéndola en HAMBRES de mucho alcance, insaciables para los bien posicionados e inalcanzables para mucha gente desplazada al anonimato. Las enormes hambrunas repartidas aún por amplias áreas geográficas, las contemplamos con un realismo atroz, caracterizado por la indiferencia; sin grandes reacciones resolutivas, ahormados por el cruce de poderes en acción. Continuan siendo hambres primitivas, abrumadas por la agresividad de un progreso enturbiador. La capacidad de asombro sucumbe ante las dimensiones del fenómeno, vence la rutina adormecedora.
Alguna precaución convendría disponer, si atribuimos la solución a los avances culturales. Parece como si el hambre de cultura fuera a contrarrestar todos los males; precisamente, cuando en asuntos culturales somos poco amigos de la discriminación reflexiva; vale cualquier manifestación, no queremos admitir las diferencias. Al desencanto le sigue la FRUSTRACIÓN sobrevenida. La amalgama de la confusión no sacia el hambre, pero además provoca indigestiones alarmantes. Bien está la intrepidez de los instintos, si los protagonistas son como el gato. La paradoja chispea en cuanto a mayores niveles de inteligencia crecen las complicaciones, la confusión de los términos y el desequilibrio, quizá progresivo.
Dicho lo anterior, con la disponibilidad actual de medios, la difusión de las realidades mundanas es inmediata. La INDIFERENCIA saltarina no será achacable al desconocimiento de los problemas; si acaso, a la estupidez por desatenderlos, pero esa es cuestión aparte. Las hambrunas, como otras múltiples violencias mal gestionadas, no ocupan la verdadera dedicación preferente de quienes deambulan por otros divertimentos (Monetarios, ocio, deporte, encumbramientos, libertinaje). Su atención está dirigida a otros menesteres. Los grandes logros técnicos o las parafernalias pseudoculturales, potencian esa distribución de las preferencias, ajenas al abandono cruel de otros sectores.
De donde abocamos a una deducción preocupante, agravada por las tendencias modernas. Con los afanes prepotentes, la evolución del mundo dependería de las voluntades gestoras, accedemos hasta los núcleos más recónditos. ¡Qué grandeza! Ni tanto así. Se nos coló la idea denunciada por Chesterton; con la mirada de los telescopios hemos empequeñecido el Universo. Hemos considerado a los seres vivos y al múndo físico como una reducción UTILITARIA, No sólo en las decisiones pragmáticas, también en la educación fuimos reduciendo los matices de la condición humana. La satisfacción prepotente, tropieza con la terca realidad asaltada por las numerosas incongruencias aportadas por tan presumidos habitantes evolucionados.
Quizá redescubramos en alguna fase evolutiva, aquellas vistas microscópicas, también señaladas por Chesterton; si nos dignamos enfocar los objetivos hacia las PEQUEÑECES de las cuales estamos constituidos, entre los resquicios moleculares o por la trabazón de la psique. Las querencias íntimas, los afectos, anhelos, vibraciones; de pequeño calibre en las mediciones, pero inabarcables dentro de las dimensiones humanas. Si estos brotes son aplastados, la apisonadora continuará impertérrita; quién será capaz de otear los horizontes, quién osará pronunciarse contra sus maniobras; el aplanamiento elimina los posibles recursos. La armonía requiere un flujo permanente de actitudes decididas con juicio crítico.
Los formatos son chocantes, varían en cuanto pasamos del gato a la pulga, del minino al ratón; pero son diferencias menguadas e intrascendentes, en comparación con las generadas entre las personas, sean individuos particulares o agrupados. La DESIGUALDAD impera como ley de vida. Nos engañamos hablando engolados de la igualdad, mientras nos invaden las penurias que no acabamos de contrarrestar, incluso las empeoramos. Ante las diferencias, injusticias, violencias crueles; si no permanecemos indiferentes a sus agresiones, sería bueno preguntarnos en qué lado de la balanza nos asentamos, en qué grado, con qué matices. Sin preguntas, tampoco habrá adecuadas respuestas propias.