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Marie Cocco

Nuestras carteras se vacían

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No es un estado mental. Los norteamericanos no se resisten a comprar la ropa de la vuelta al cole, ni renuncian al puente del Día del Trabajo, ni se niegan a invertir en una nueva televisión para la temporada del fútbol sólo porque tienen, por utilizar el eufemismo desfasado, "sensación de cautela."

Están acusando los verdaderos efectos de la disminución salarial.

El crecimiento de los salarios - la cifra tal vez más importante del torrente de valores económicos que parece asaltarnos a diario - se ha detenido por completo los últimos seis meses. El salario de los trabajadores del sector privado creció a un ritmo de apenas el 1,3 por ciento, según datos oficiales analizados por el Instituto de Política Económica. Es un ritmo más lento que el del año pasado, cuando los mercados de crédito se congelaron, y parecía que estábamos a punto de caer en otra Gran Depresión.

Con una tasa de inflación por encima del 2 por ciento, no hace falta ningún equipo sofisticado para hacer números. Los trabajadores están, en efecto, registrando pérdidas. "La gente está perdiendo terreno frente a la inflación, a marchas forzadas", dice Lawrence Mishel, presidente del Instituto y autor de su nuevo estudio, "El coste oculto de la recesión."

Es decir, entre los afortunados que han logrado mantener sus puestos de trabajo. Ellos todavía los tienen, en parte, porque los empresarios han reducido costes mediante la reducción salarial, de jornada y de prestaciones. Eso es lo que significa "baja" - período involuntario de excedencia voluntaria. Aunque no hay datos oficiales de esta nueva tendencia, el estudio EPI estima que, en función del número de horas trabajadas, cada semana de baja supone una reducción del 2 por ciento en la remuneración anual.

Luego está la paga esperada a la jubilación, o lo que solía llamarse pensión. Bien, si a usted le queda una pensión (y sólo le queda a la mitad de la mano de obra del sector privado) lo más probable es que sea en forma de plan de jubilación en valores que, como saben los aficionados al humor negro, fueron castigados por las pérdidas en bolsa hasta transformarse en cuentas de ahorro. O en cuentas de líquido porque cientos de empresarios -- más de 300, según el Pension Rights Center -- han dejado de aportar o aplazado temporalmente las aportaciones a las cuentas de ahorro.

Esto es sólo un recuento no oficial, basado en los comunicados de prensa de las empresas y las noticias aparecidas en los medios. Las empresas de tasación que han intentado medir esta tendencia han concluido en general que alrededor del 20 por ciento de los empresarios ha dejado de realizar sus aportaciones, o pretenden reducirlas.

A mediados de agosto, la encuesta de Gallup concluyó que el miedo a perder el trabajo estaba en su nivel más alto desde que la firma empezó a hacer la pregunta en 1997. Alrededor de un tercio de los encuestados está preocupado por un despido, una proporción similar a la que dijo pensar que su sueldo se reduciría, y el 46 por ciento estaba preocupado por los recortes de prestación.

No es paranoia. Durante las tres últimas décadas, la economía ha seguido un rumbo casi ininterrumpido de salarios más bajos y prestaciones perdidas de la mayoría de los trabajadores. La presente recesión bien podría tocar fondo este verano, como sostienen gobierno y economistas privados.

Pero para el trabajador estadounidense, no hay fondo.

Las protecciones básicas del empleo se ignoran con impunidad. Las leyes de salario mínimo son violadas, las horas extra quedan impagadas con frecuencia, y los trabajadores son obligados trabajar sin descanso al margen de las jornadas laborales, según una encuesta realizada por el National Employment Law Project entre 4.387 trabajadores de baja cualificación de Nueva York, Los Ángeles y Chicago. Las conclusiones son consistentes con un reciente informe de la Oficina de Supervisión Pública que demuestra que los funcionarios federales están dejando de implementar leyes salariales y horarios básicos. "Tenemos un mercado laboral anárquico en mi opinión," dice Mishel.

La crisis salarial no es sólo producto de la presente recesión. El estancamiento del salario medio estadounidense ha sido un rasgo de la última década, quedando la renta media real -- es decir, el salario bruto ajustado a la inflación -- sin cambios esenciales desde 1999, según la Oficina de Estadística.

Mucho antes de esta recesión, los trabajadores sufrían recortes de plantilla, deslocalización laboral, congelación de las pensiones y otros recortes de las prestaciones. Hace años, el anuncio de que una compañía desplazaba sus operaciones al extranjero en busca de mano de obra más barata era recibido con escándalo. Hoy se celebra en Wall Street y tan apenas se lamenta en Washington. Las tácticas del pasado son la nueva norma.

Eso es lo preocupante de las nuevas técnicas que están utilizando las empresas para paliar los costes de este revés económico. Las prácticas de emergencia que se aplican hoy -- la suspensión de las aportaciones a los planes de pensiones de la plantilla, por ejemplo -- podrían convertirse rápidamente en el estándar de mañana.

¿Y después qué? Sin un salario que suba con la inflación, sin pensiones, sin la certeza de una cobertura médica, las probabilidades de que la tan castigada clase media norteamericana siga en su sitio son progresivamente menores.

Nuestras carteras se vacían

Marie Cocco
Marie Cocco
miércoles, 9 de septiembre de 2009, 02:05 h (CET)
No es un estado mental. Los norteamericanos no se resisten a comprar la ropa de la vuelta al cole, ni renuncian al puente del Día del Trabajo, ni se niegan a invertir en una nueva televisión para la temporada del fútbol sólo porque tienen, por utilizar el eufemismo desfasado, "sensación de cautela."

Están acusando los verdaderos efectos de la disminución salarial.

El crecimiento de los salarios - la cifra tal vez más importante del torrente de valores económicos que parece asaltarnos a diario - se ha detenido por completo los últimos seis meses. El salario de los trabajadores del sector privado creció a un ritmo de apenas el 1,3 por ciento, según datos oficiales analizados por el Instituto de Política Económica. Es un ritmo más lento que el del año pasado, cuando los mercados de crédito se congelaron, y parecía que estábamos a punto de caer en otra Gran Depresión.

Con una tasa de inflación por encima del 2 por ciento, no hace falta ningún equipo sofisticado para hacer números. Los trabajadores están, en efecto, registrando pérdidas. "La gente está perdiendo terreno frente a la inflación, a marchas forzadas", dice Lawrence Mishel, presidente del Instituto y autor de su nuevo estudio, "El coste oculto de la recesión."

Es decir, entre los afortunados que han logrado mantener sus puestos de trabajo. Ellos todavía los tienen, en parte, porque los empresarios han reducido costes mediante la reducción salarial, de jornada y de prestaciones. Eso es lo que significa "baja" - período involuntario de excedencia voluntaria. Aunque no hay datos oficiales de esta nueva tendencia, el estudio EPI estima que, en función del número de horas trabajadas, cada semana de baja supone una reducción del 2 por ciento en la remuneración anual.

Luego está la paga esperada a la jubilación, o lo que solía llamarse pensión. Bien, si a usted le queda una pensión (y sólo le queda a la mitad de la mano de obra del sector privado) lo más probable es que sea en forma de plan de jubilación en valores que, como saben los aficionados al humor negro, fueron castigados por las pérdidas en bolsa hasta transformarse en cuentas de ahorro. O en cuentas de líquido porque cientos de empresarios -- más de 300, según el Pension Rights Center -- han dejado de aportar o aplazado temporalmente las aportaciones a las cuentas de ahorro.

Esto es sólo un recuento no oficial, basado en los comunicados de prensa de las empresas y las noticias aparecidas en los medios. Las empresas de tasación que han intentado medir esta tendencia han concluido en general que alrededor del 20 por ciento de los empresarios ha dejado de realizar sus aportaciones, o pretenden reducirlas.

A mediados de agosto, la encuesta de Gallup concluyó que el miedo a perder el trabajo estaba en su nivel más alto desde que la firma empezó a hacer la pregunta en 1997. Alrededor de un tercio de los encuestados está preocupado por un despido, una proporción similar a la que dijo pensar que su sueldo se reduciría, y el 46 por ciento estaba preocupado por los recortes de prestación.

No es paranoia. Durante las tres últimas décadas, la economía ha seguido un rumbo casi ininterrumpido de salarios más bajos y prestaciones perdidas de la mayoría de los trabajadores. La presente recesión bien podría tocar fondo este verano, como sostienen gobierno y economistas privados.

Pero para el trabajador estadounidense, no hay fondo.

Las protecciones básicas del empleo se ignoran con impunidad. Las leyes de salario mínimo son violadas, las horas extra quedan impagadas con frecuencia, y los trabajadores son obligados trabajar sin descanso al margen de las jornadas laborales, según una encuesta realizada por el National Employment Law Project entre 4.387 trabajadores de baja cualificación de Nueva York, Los Ángeles y Chicago. Las conclusiones son consistentes con un reciente informe de la Oficina de Supervisión Pública que demuestra que los funcionarios federales están dejando de implementar leyes salariales y horarios básicos. "Tenemos un mercado laboral anárquico en mi opinión," dice Mishel.

La crisis salarial no es sólo producto de la presente recesión. El estancamiento del salario medio estadounidense ha sido un rasgo de la última década, quedando la renta media real -- es decir, el salario bruto ajustado a la inflación -- sin cambios esenciales desde 1999, según la Oficina de Estadística.

Mucho antes de esta recesión, los trabajadores sufrían recortes de plantilla, deslocalización laboral, congelación de las pensiones y otros recortes de las prestaciones. Hace años, el anuncio de que una compañía desplazaba sus operaciones al extranjero en busca de mano de obra más barata era recibido con escándalo. Hoy se celebra en Wall Street y tan apenas se lamenta en Washington. Las tácticas del pasado son la nueva norma.

Eso es lo preocupante de las nuevas técnicas que están utilizando las empresas para paliar los costes de este revés económico. Las prácticas de emergencia que se aplican hoy -- la suspensión de las aportaciones a los planes de pensiones de la plantilla, por ejemplo -- podrían convertirse rápidamente en el estándar de mañana.

¿Y después qué? Sin un salario que suba con la inflación, sin pensiones, sin la certeza de una cobertura médica, las probabilidades de que la tan castigada clase media norteamericana siga en su sitio son progresivamente menores.

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