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Herme Cerezo

‘El profesor Tragacanto y su clase, que es de espanto’ de Martz Schmidt: algunas similitudes innegables

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El estupendo dibujante cartagenero Martz Schmidt, el mismo que me la pegó cuando de pequeño yo pensaba que era alemán, suizo o, cuanto menos centroeuropeo, no fue sólo el padre del Doctor Cataplasma, sino también de otro famoso personaje de tinta y papel: El profesor Tragacanto (y su clase, que es de espanto). Y ahora podemos recordar sus historietas gracias al álbum publicado por RBA recientemente.




Portada del cómic.


Tragacanto dirige una escuela a la que acuden niños para incrementar su caudal de conocimientos, de sabiduría. La madre de uno de sus discípulos llegará a decir del profesor que "¡Es un sabio de los grandes, en pequeño!", clara alusión a la estatura del pedagogo, aunque emplear este vocablo en este caso sea excesivo. La escuela donde ejerce su magisterio es privada, o sea, de pago, y el protagonista del birrete negro con borla flotante se las ve y se las desea para mantenerla a flote con las mensualidades que percibe. "¡Si no me gano esas cinco mil del ala, me embargarán la escuela!", avisa en una viñeta. Algo que llama la atención, quizá una contradicción, es que, sin embargo, su sueldo se lo abonan a través de una ventanilla ministerial, un agujero semicircular parecido a la taquilla de un cine, por el que asoma el rostro del pagador. De ahí su continuo empeño por escalar posiciones en el escalafón académico.

Los métodos pedagógicos del profesor son bastante peculiares. Además de colocar a su alumno preferido, Vicentito Fenelón, subido al estrado, aposentado a su diestra en una mesa especial para empollones rotulada con las palabras ‘Podium del prodigio’ y ‘Lumbrera’, adopta formas poco ortodoxas a la hora de enviar a los alumnos al recreo: "¡Portero! ... Van a salir los críos! ¡Prepara la escoba!" Y el portero, "el holgazán de Petronio" en palabras del togado, un tipo grandote que no se sabe bien si está demasiado gordo o es que la ropa le viene estrecha, empuja a los niños al patio a escobazos, como si los barriera. Por cierto, cuando el bedel los ve en manada, les llama "la marabunta".

La vida en la escuela se rige por una filosofía propia. Tragacanto, que se cultiva intensamente en todos los campos del saber, o eso intenta, parte de la premisa que todos sus alumnos excepto uno, el citado Fenelón, son unos zoquetes. Especialmente Jaimito Buitrago, paradigma del niño vago, gamberro, fumador e ignorante. Lo cual le lleva a elevar sus cotas de exigencia académica sin resultados aparentes. Por eso, de vez en cuando, les sorprende con controles imprevistos, "Hoy, para empezar, sufrirán un examen", que encorajinan a todos y sólo divierten al empollón Vicente. Obsérvese el empleo del verbo sufrir en lugar de harán o cualquier otro sinónimo.

Además del asunto pecuniario, que le trae de cabeza, la otra bestia parda del profesor y su escuela es el inspector. "Estoy preocupado. Hoy vendrá el señor inspector a hacer el examen mensual a mis discípulos. ¡Y están todos besugos!" Al inspector, en este caso prueba de un nivel social superior, las chaquetas le oprimen la panza, sujetas por el botón central. Calza sombrero y acarrea portafolios que denotan la jerarquía de su cometido funcionarial. Aunque no es tan malo como parece, a los ojos del lector se muestra como un severo cumplidor de la ley y un fiel vigilante del escalafón magisteril, otra de las obsesiones de Tragacanto como ya dije antes.

Pero el profesor también rivaliza con sus colegas. En este caso con doña Petronila, "la maestra de enfrente", su homónima entre la grey femenina, señal evidente de la existencia en aquellos años de escuelas diferenciadas por sexos: profesora, la sempiterna "señorita", para las niñas, y profesor para los niños.

Físicamente, Tragacanto es un calco del Doctor Cataplasma con quien comparte viñeta en ocasiones. Si confrontamos ambos rostros, podemos observar que las únicas diferencias estriban en los sombreros y los cabellos de uno y otro. Es la misma cara con indumentaria cambiada, adaptada a los medios en los que se desenvuelven. Pero todavía podemos encontrar más similitudes innegables. Si Cataplasma se muestra preocupado por la salud de la vieja acaudalada doña Millonetis, Tragacanto, trata con especial interés a su equivalente en el terreno escolar: la "pastosa" doña Dineritis. Y Panchita, la fámula de Cataplasma, es la réplica de Petronio, el bedel del profesor. De todos modos, estas coincidencias, benditas y bienvenidas sean, no empañan un ápice el estupendo trabajo creativo de Schmidt.

Para concluir, quiero resaltar la importancia que tiene la recuperación de las historietas de Bruguera, este trabajo casi arqueológico que viene efectuando la editorial RBA a través de esta colección de Clásicos del Humor, dirigida, a mi entender, magistralmente, por Antoni Guiral, cuyos comentarios introductorios no tienen desperdicio ya que aúnan análisis sociológico, anecdotario jugoso y ficha sinóptica de cada personaje. Una labor encomiable que mejora con cada nuevo álbum. ¡A perseverar!

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‘El profesor Tragacanto’ de Martz Schmidt; Editorial RBA, 2009; Tapa dura, color y bitono. Precio: 9,95 euros.

‘El profesor Tragacanto y su clase, que es de espanto’ de Martz Schmidt: algunas similitudes innegables

Herme Cerezo
Herme Cerezo
lunes, 7 de septiembre de 2009, 05:16 h (CET)
El estupendo dibujante cartagenero Martz Schmidt, el mismo que me la pegó cuando de pequeño yo pensaba que era alemán, suizo o, cuanto menos centroeuropeo, no fue sólo el padre del Doctor Cataplasma, sino también de otro famoso personaje de tinta y papel: El profesor Tragacanto (y su clase, que es de espanto). Y ahora podemos recordar sus historietas gracias al álbum publicado por RBA recientemente.




Portada del cómic.


Tragacanto dirige una escuela a la que acuden niños para incrementar su caudal de conocimientos, de sabiduría. La madre de uno de sus discípulos llegará a decir del profesor que "¡Es un sabio de los grandes, en pequeño!", clara alusión a la estatura del pedagogo, aunque emplear este vocablo en este caso sea excesivo. La escuela donde ejerce su magisterio es privada, o sea, de pago, y el protagonista del birrete negro con borla flotante se las ve y se las desea para mantenerla a flote con las mensualidades que percibe. "¡Si no me gano esas cinco mil del ala, me embargarán la escuela!", avisa en una viñeta. Algo que llama la atención, quizá una contradicción, es que, sin embargo, su sueldo se lo abonan a través de una ventanilla ministerial, un agujero semicircular parecido a la taquilla de un cine, por el que asoma el rostro del pagador. De ahí su continuo empeño por escalar posiciones en el escalafón académico.

Los métodos pedagógicos del profesor son bastante peculiares. Además de colocar a su alumno preferido, Vicentito Fenelón, subido al estrado, aposentado a su diestra en una mesa especial para empollones rotulada con las palabras ‘Podium del prodigio’ y ‘Lumbrera’, adopta formas poco ortodoxas a la hora de enviar a los alumnos al recreo: "¡Portero! ... Van a salir los críos! ¡Prepara la escoba!" Y el portero, "el holgazán de Petronio" en palabras del togado, un tipo grandote que no se sabe bien si está demasiado gordo o es que la ropa le viene estrecha, empuja a los niños al patio a escobazos, como si los barriera. Por cierto, cuando el bedel los ve en manada, les llama "la marabunta".

La vida en la escuela se rige por una filosofía propia. Tragacanto, que se cultiva intensamente en todos los campos del saber, o eso intenta, parte de la premisa que todos sus alumnos excepto uno, el citado Fenelón, son unos zoquetes. Especialmente Jaimito Buitrago, paradigma del niño vago, gamberro, fumador e ignorante. Lo cual le lleva a elevar sus cotas de exigencia académica sin resultados aparentes. Por eso, de vez en cuando, les sorprende con controles imprevistos, "Hoy, para empezar, sufrirán un examen", que encorajinan a todos y sólo divierten al empollón Vicente. Obsérvese el empleo del verbo sufrir en lugar de harán o cualquier otro sinónimo.

Además del asunto pecuniario, que le trae de cabeza, la otra bestia parda del profesor y su escuela es el inspector. "Estoy preocupado. Hoy vendrá el señor inspector a hacer el examen mensual a mis discípulos. ¡Y están todos besugos!" Al inspector, en este caso prueba de un nivel social superior, las chaquetas le oprimen la panza, sujetas por el botón central. Calza sombrero y acarrea portafolios que denotan la jerarquía de su cometido funcionarial. Aunque no es tan malo como parece, a los ojos del lector se muestra como un severo cumplidor de la ley y un fiel vigilante del escalafón magisteril, otra de las obsesiones de Tragacanto como ya dije antes.

Pero el profesor también rivaliza con sus colegas. En este caso con doña Petronila, "la maestra de enfrente", su homónima entre la grey femenina, señal evidente de la existencia en aquellos años de escuelas diferenciadas por sexos: profesora, la sempiterna "señorita", para las niñas, y profesor para los niños.

Físicamente, Tragacanto es un calco del Doctor Cataplasma con quien comparte viñeta en ocasiones. Si confrontamos ambos rostros, podemos observar que las únicas diferencias estriban en los sombreros y los cabellos de uno y otro. Es la misma cara con indumentaria cambiada, adaptada a los medios en los que se desenvuelven. Pero todavía podemos encontrar más similitudes innegables. Si Cataplasma se muestra preocupado por la salud de la vieja acaudalada doña Millonetis, Tragacanto, trata con especial interés a su equivalente en el terreno escolar: la "pastosa" doña Dineritis. Y Panchita, la fámula de Cataplasma, es la réplica de Petronio, el bedel del profesor. De todos modos, estas coincidencias, benditas y bienvenidas sean, no empañan un ápice el estupendo trabajo creativo de Schmidt.

Para concluir, quiero resaltar la importancia que tiene la recuperación de las historietas de Bruguera, este trabajo casi arqueológico que viene efectuando la editorial RBA a través de esta colección de Clásicos del Humor, dirigida, a mi entender, magistralmente, por Antoni Guiral, cuyos comentarios introductorios no tienen desperdicio ya que aúnan análisis sociológico, anecdotario jugoso y ficha sinóptica de cada personaje. Una labor encomiable que mejora con cada nuevo álbum. ¡A perseverar!

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‘El profesor Tragacanto’ de Martz Schmidt; Editorial RBA, 2009; Tapa dura, color y bitono. Precio: 9,95 euros.

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