Una vez más me involucré a tope y cuando se acabaron estas primeras elecciones, me retiré a mis cuarteles de invierno a fin de disfrutar de los resultados. Aquellos políticos me convencieron. Buscaban la democracia, las libertades, la participación ciudadana, etc. Es decir el bien para toda la España de aquél tiempo que aun sufría consecuencias de la guerra incivil. Eran gente que sabían, o intuían, lo que hacían.
Después, he seguido con atención los avatares de la andadura política de los diversos partidos y la personalidad de aquellos que sirven a nuestro país o se sirven de él. La degeneración de los valores ha crecido en progresión constante. Ahora contamos con un personal más mediocre, criado a los pechos de los partidos y acostumbrado a la paga y el coche oficial. Sus argumentos se basan en lo que les dice el ideólogo o el iluminado de turno, que no duda en cambiar de ideas y de chaqueta cuando lo cree necesario. Yo, personalmente, deje una tertulia en la que se hablaba de política cuando descubrí que uno de sus integrantes esgrimía sin pudor el argumentario que sus ideólogos le endilgaban a diario para que lo defendiera ante los micrófonos.
En esta última campaña he podido escuchar las mismas palabras, calcadas, nacidas sin duda del “argumentario”, a dos dirigentes, uno nacional y otro provincial, a la misma hora y en distintos actos. Y al público aplaudir ambas “genialidades” como propias del mitinero.
Una vez más nos están demostrando su falta de capacidad y de inteligencia pensando en sí mismos, en su partido o en fastidiar al contrario. Sin darse cuenta que se trata de un adversario, no un enemigo. Sin contemplar que la solución estriba en mirar ambos en la misma dirección que es buscar el bien de los españoles y de España.
La buena noticia me la transmiten algunos políticos “viejunos” que hacen uso de su experiencia y de sus canas para aconsejar que no seamos burros contrastados. Que experimentemos en cabeza ajena (léase Inglaterra, Venezuela o Grecia) y que nos pongamos de acuerdo para entrar en este pasillo de uno en uno y no a empujones. Que no nos pase lo del escorpión y la rana. Que los políticos no se den las tortas en nuestra cara. Todo ello… presuntamente, claro.