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En toda la historia de nuestro país solo durante la dictadura de Franco se define España como una sola nación

Quod natura non dat, Salamantica non praestat

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Desde al menos el siglo XIX a nuestros días los españoles hemos vivido en el mito de las dos Españas: la España de derechas de misa diaria y la España de izquierdas anticlerical o, más poéticamente, la España que muere y la España que bosteza. Y en esa exégesis de la naturaleza bipolar de nuestra patria se han ido sucediendo generaciones de españoles al filo de la tragedia, cuando no involucrados en los más sangrientos enfrentamientos, hasta llegar al día de hoy en el que hemos alcanzado las más altas cotas de incapacidad para hacer un gobierno que contente a la mayoría social y un plan medianamente razonable que sirva para encajar amablemente los diferentes territorios que hoy aún integran el Estado español.

En un alarde de negación de la evidencia, en el imaginario español se ha instalado secularmente el san Benito de las dos Españas. Y eso que, ya en el primer intento de definirnos como nación, los españoles redactamos una Constitución a la que llamamos graciosamente (muy al gusto gaditano) la Pepa, que en su preámbulo desbarata la idea de la España bipolar al definir el Reino de España como un conjunto de naciones distribuidas en los dos hemisferios terráqueos, con sus particulares culturas y gobiernos. En toda la historia de nuestro país solo durante la dictadura de Franco se define España como una sola nación, como una unidad de destino en lo universal, definición que se podría encuadrar dentro del género de la poesía épica, pero absolutamente ajena a la realidad. Y es en ese periodo histórico cuando se habla, por primera vez en nuestra historia, de la España real y la España oficial; normal, de alguna manera había que corregir el despropósito.

Por encima de los mitos o imaginarios más o menos románticos, la cruda realidad de las elecciones generales al Congreso de los Diputados que, a trancas y barrancas, se han venido sucediendo a lo largo de estos dos últimos siglos dibujan con claridad meridiana y de forma tozuda el mapa de las Españas que en realidad coexisten y que se expresan de muy diversas maneras: Euskadi y Catalunya, industriosas, progresistas, celosas de sus propios fueros y culturas, en permanente desacuerdo con el Estado central; las Castillas, conservadoras, celosas de sus añejas tradiciones y de su impostada hegemonía cultural heredada de los Reyes Católicos; Andalucía, socialista y pobre, de alma mora y y milagrera, súbdita de los hijosdalgo, señoríos, expropiada de sus tierras de labor convertidas en cortijos; Galicia, Murcia, Valencia…

Un hecho evidente es que Euskadi es, por sus fueros y sentido común, la nación española que mejor cuida a sus ciudadanos, es el lugar donde mejor se vive, donde menos paro hay, donde se protege más a los más desfavorecidos. Pues creo yo que lo que deberíamos hacer los españoles es copiar a los vascos. Pero no, la minoría mayoritaria (de corte castellana) prefiere perseverar en la idea de negar la diversidad, la plurinacionalidad de las Españas y parece dispuesta a mantener a Euskadi y Catalunya en el continuo descontento y al resto del país en la ruina.

Es lo que ocurre cuando las minorías mayoritarias viven en el imaginario de la unidad de destino en lo universal o la España bipolar, en contra de toda evidencia. Pero es que lo que tienes de madre no te lo quita ni dios. O dicho de otra manera: quod natura non dat, Salamantica non praestat.

Quod natura non dat, Salamantica non praestat

En toda la historia de nuestro país solo durante la dictadura de Franco se define España como una sola nación
Alfredo Hinarejos
sábado, 2 de julio de 2016, 10:41 h (CET)
Desde al menos el siglo XIX a nuestros días los españoles hemos vivido en el mito de las dos Españas: la España de derechas de misa diaria y la España de izquierdas anticlerical o, más poéticamente, la España que muere y la España que bosteza. Y en esa exégesis de la naturaleza bipolar de nuestra patria se han ido sucediendo generaciones de españoles al filo de la tragedia, cuando no involucrados en los más sangrientos enfrentamientos, hasta llegar al día de hoy en el que hemos alcanzado las más altas cotas de incapacidad para hacer un gobierno que contente a la mayoría social y un plan medianamente razonable que sirva para encajar amablemente los diferentes territorios que hoy aún integran el Estado español.

En un alarde de negación de la evidencia, en el imaginario español se ha instalado secularmente el san Benito de las dos Españas. Y eso que, ya en el primer intento de definirnos como nación, los españoles redactamos una Constitución a la que llamamos graciosamente (muy al gusto gaditano) la Pepa, que en su preámbulo desbarata la idea de la España bipolar al definir el Reino de España como un conjunto de naciones distribuidas en los dos hemisferios terráqueos, con sus particulares culturas y gobiernos. En toda la historia de nuestro país solo durante la dictadura de Franco se define España como una sola nación, como una unidad de destino en lo universal, definición que se podría encuadrar dentro del género de la poesía épica, pero absolutamente ajena a la realidad. Y es en ese periodo histórico cuando se habla, por primera vez en nuestra historia, de la España real y la España oficial; normal, de alguna manera había que corregir el despropósito.

Por encima de los mitos o imaginarios más o menos románticos, la cruda realidad de las elecciones generales al Congreso de los Diputados que, a trancas y barrancas, se han venido sucediendo a lo largo de estos dos últimos siglos dibujan con claridad meridiana y de forma tozuda el mapa de las Españas que en realidad coexisten y que se expresan de muy diversas maneras: Euskadi y Catalunya, industriosas, progresistas, celosas de sus propios fueros y culturas, en permanente desacuerdo con el Estado central; las Castillas, conservadoras, celosas de sus añejas tradiciones y de su impostada hegemonía cultural heredada de los Reyes Católicos; Andalucía, socialista y pobre, de alma mora y y milagrera, súbdita de los hijosdalgo, señoríos, expropiada de sus tierras de labor convertidas en cortijos; Galicia, Murcia, Valencia…

Un hecho evidente es que Euskadi es, por sus fueros y sentido común, la nación española que mejor cuida a sus ciudadanos, es el lugar donde mejor se vive, donde menos paro hay, donde se protege más a los más desfavorecidos. Pues creo yo que lo que deberíamos hacer los españoles es copiar a los vascos. Pero no, la minoría mayoritaria (de corte castellana) prefiere perseverar en la idea de negar la diversidad, la plurinacionalidad de las Españas y parece dispuesta a mantener a Euskadi y Catalunya en el continuo descontento y al resto del país en la ruina.

Es lo que ocurre cuando las minorías mayoritarias viven en el imaginario de la unidad de destino en lo universal o la España bipolar, en contra de toda evidencia. Pero es que lo que tienes de madre no te lo quita ni dios. O dicho de otra manera: quod natura non dat, Salamantica non praestat.

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