Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Disyuntiva

Qué decimos... cuando decimos

|

“locura de ver qué-
entrever-
creer entrever-
querer creer entrever-“
Samuel Beckett, en Cómo decir.

Menos o más de lo que teníamos pensado decir, eso desde luego. El TRAYECTO de las ideas a las palabras deriva por curiosos andurriales. La carga inicial de lo pensado, sufre modificaciones en esas andanzas, con pérdidas o añadidos, con retrasos o precipitaciones; hasta el encuentro con los vocablos, en los cuales descubrimos su vida propia. Cada palabra escapa por los senderos innumerables de sus múltiples significados, de antigua prosapia o de atribuciones adaptadas a la actualidad. Para llegar al fin, a una emisión comunicadora caracterizada por las numerosas facetas de su expresión; no tan controlada como pudiera parecernos al comienzo. La ansiada llegada es un nuevo punto de partida.

Es cansado de ver, sufrido de padecer y estúpido de tolerar, el encumbramiento de las palabras sin tener en cuenta su verdadero significado, ni las ideas razonadas, ni los efectos sobre las personas. Suelen ser palabras gastadas, empleadas por los capitostes como armas de embaucamiento. Cada palabra es como un ser vivo, con su DINAMISMO incesante; proviene de unos orígenes, exige cuidados y buenos proyectos para sus aplicaciones. Su relación con las personas establece un estrecho paralelismo entre los cerebros y los usos de cada término. De tal modo, la desestructuración mental desarregla el lenguaje; con la retranca de las palabras usadas de manera impropia, los lenguajes desbaratados enturbian la fluidez mental.

A la pregunta de quién soy yo, qué soy yo, si alguna vez llegamos a tanto; le surgen las inmediatas dificultades para las respuestas precisas. Mis raíces, educación, en privado, en la profesión, con la familia, con el resto del mundo…; constituyen el esbozo de las innumerables variantes, a su vez, inestables. Es un asunto peliagudo este de la IDENTIDAD propia, plagada de impulsos voluntarios e involuntarios. Un reto fascinante, sin duda. De ahí, el asombro ante la estupidez, o quizá peores calificativos, de quienes no sólo pretenden conocer la identidad de ciertos colectivos (Catalanes, vascos, católicos, mahometanos, izquierdas, derechas…), sino imponerla a quienes disientan de su alarmante homogeneidad.

Dichos abusos desvergonzados nos obligan al discernimiento de cuales son las actuaciones sinceras, frente a las caracterizadas por simples apariencias, empeñadas en sus complejos, mentiras o maquinaciones. Aunque, tampoco en esto de las MASCARADAS son iguales los disfraces, su sentido, ni su utilización. ¿De cuáles hablamos al referirnos a ellas? Desde muy antiguo, fueron usados como elementos protectores en los ambientes hostiles. ¿Hasta qué punto son necesarios hoy nuevos formatos? Los del jolgorio festivo, carnavaleros, aportan sus fundamentos para aflojar las tensiones. Y en cuanto a los de peores intenciones, los abusones lo fian todo a su poder. ¿Consentido? No parece lógico pensar en el desconocimiento de sus manejos.

Cuando un concepto se generaliza, para todos igual, dejamos de lado los detalles particulares al querer decir tanto, acabamos por referirnos a un ente ficticio alejado de las personas. Así sucede con la DIGNIDAD de un individuo por el mero hecho de su existencia; pronto acabamos, si todo es igual, ya no digamos nada más. Es cierto que aquella no depende del dinero, la fama, de las desgracias personales, pero sí está ligada al resto de los humanos, no puede desligarse de ese acompañamiento. Admitido el fondo común, nadie dudará de la indignidad de los pederastas (Sobre todo, eclesiásticos y profesores), políticos asentados en crueldades terroristas aunque sean homenajeados. ¿De qué dignidad hablaremos?

Las derivaciones de nuestros actos entrañan una serie de consecuencias; no es suficiente con decir, obedezco órdenes, necesitaba tal cosa, a los demás no les importa. Cuántas barbaridades encubiertas por apreciaciones como las citadas. Por mucho que pretendamos soslayarlas, las REPERCUSIONES representan la terquedad de la dependencia de unos efectos en relación con sus causas. En el relato de las actuaciones van implícitos los efectos de las mismas; el que hagamos sólo una mención parcial de lo acontecido no borra la realidad.

El desinterés por el acceso de los niños a las redes sociales, el poco respeto por la Naturaleza, el alejamiento real de los ciudadanos con respecto a los centros de decisión, la equiparación de las personas a meros usuarios, junto a otras lindezas similares; complican el deslinde entre repercusiones cercanas, lejanas, vitales, crueles. No conviene diluirlas en un CONGLOMERADO informe. Sin la precisión de las referencias, el discurso emitido, los diálogos, contribuyen a la desorientación y con frecuencia a la degradación de las relaciones.

En las situaciones tensas, por acoso escolar, laboral o por intimidación tumultuosa, además de las víctimas están los agentes provocadores del disturbio. En torno a ese conjunto pulula un buen número de testigos entre los cuales prolifera la INDIFERENCIA, distribuida en un espectro amplio de posibles actitudes evasivas. Desde la simple hipocresía del sujeto dispuesto a no dar la cara, pero embebido de todas las circunstancias del proceso; que por comodidad o por cobardía acentúan su falso distanciamiento de cuanto ocurre; pocas veces afrontan los hechos desde una posición de franqueza y colaboración. Sin faltar la indiferencia peor motivada, por ocultamientos y complicidades, hasta extremos de gravedad.

La confusión alcanza a la ética y la moral; culmina en las afirmaciones tan aireadas de una ética personal, pero aislada; mi ética, la que me adjudiqué, sin otras interferencias. Afamadas firmas teóricas hablan de una ética sin moral, para lograr acuerdos sin recurrir a razonamientos superiores. Y así nos va. En realidad tratan de acuerdos, consensos, de unos pocos, que no se cumplen por la mencionada ética particular que subyace. Muy éticos, pero alejados de la MORALIDAD agrupadora de los valores comunes. Conviene cuanto antes no mantener la confusión. Las éticas de grupo, bancarias, familiares, sectarias, comunistas o capitalistas; siguen criterios particulares. Cada una repele la consideración de las personas alejadas de sus criterios.

Los autores del lenguaje no quedan en buen lugar atrapados en sus marrullerías. En la vivacidad de una crítica bien elaborada nos resultará la calidad de vida obtendia. Teniendo en cuenta que la requisitoria de una mayor atención nos pilla en unos ambientes dispersos, de cambios rápidos., poco propensos a las reflexiones pausadas. No es excusa, las repercusiones desfavorables caerán incesantes mientras no modifiquemos las tendencias. Es cuestión de CONVICCIÓN y COHERENCIA. Sólo pueden surgir desde el cerebro; el único foco disponible, pero no es fácil encaminarlas. Al menos, disfrutarán de sus bondades en los círculos donde las consigan impulsar.

Qué decimos... cuando decimos

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 1 de julio de 2016, 01:05 h (CET)
“locura de ver qué-
entrever-
creer entrever-
querer creer entrever-“
Samuel Beckett, en Cómo decir.

Menos o más de lo que teníamos pensado decir, eso desde luego. El TRAYECTO de las ideas a las palabras deriva por curiosos andurriales. La carga inicial de lo pensado, sufre modificaciones en esas andanzas, con pérdidas o añadidos, con retrasos o precipitaciones; hasta el encuentro con los vocablos, en los cuales descubrimos su vida propia. Cada palabra escapa por los senderos innumerables de sus múltiples significados, de antigua prosapia o de atribuciones adaptadas a la actualidad. Para llegar al fin, a una emisión comunicadora caracterizada por las numerosas facetas de su expresión; no tan controlada como pudiera parecernos al comienzo. La ansiada llegada es un nuevo punto de partida.

Es cansado de ver, sufrido de padecer y estúpido de tolerar, el encumbramiento de las palabras sin tener en cuenta su verdadero significado, ni las ideas razonadas, ni los efectos sobre las personas. Suelen ser palabras gastadas, empleadas por los capitostes como armas de embaucamiento. Cada palabra es como un ser vivo, con su DINAMISMO incesante; proviene de unos orígenes, exige cuidados y buenos proyectos para sus aplicaciones. Su relación con las personas establece un estrecho paralelismo entre los cerebros y los usos de cada término. De tal modo, la desestructuración mental desarregla el lenguaje; con la retranca de las palabras usadas de manera impropia, los lenguajes desbaratados enturbian la fluidez mental.

A la pregunta de quién soy yo, qué soy yo, si alguna vez llegamos a tanto; le surgen las inmediatas dificultades para las respuestas precisas. Mis raíces, educación, en privado, en la profesión, con la familia, con el resto del mundo…; constituyen el esbozo de las innumerables variantes, a su vez, inestables. Es un asunto peliagudo este de la IDENTIDAD propia, plagada de impulsos voluntarios e involuntarios. Un reto fascinante, sin duda. De ahí, el asombro ante la estupidez, o quizá peores calificativos, de quienes no sólo pretenden conocer la identidad de ciertos colectivos (Catalanes, vascos, católicos, mahometanos, izquierdas, derechas…), sino imponerla a quienes disientan de su alarmante homogeneidad.

Dichos abusos desvergonzados nos obligan al discernimiento de cuales son las actuaciones sinceras, frente a las caracterizadas por simples apariencias, empeñadas en sus complejos, mentiras o maquinaciones. Aunque, tampoco en esto de las MASCARADAS son iguales los disfraces, su sentido, ni su utilización. ¿De cuáles hablamos al referirnos a ellas? Desde muy antiguo, fueron usados como elementos protectores en los ambientes hostiles. ¿Hasta qué punto son necesarios hoy nuevos formatos? Los del jolgorio festivo, carnavaleros, aportan sus fundamentos para aflojar las tensiones. Y en cuanto a los de peores intenciones, los abusones lo fian todo a su poder. ¿Consentido? No parece lógico pensar en el desconocimiento de sus manejos.

Cuando un concepto se generaliza, para todos igual, dejamos de lado los detalles particulares al querer decir tanto, acabamos por referirnos a un ente ficticio alejado de las personas. Así sucede con la DIGNIDAD de un individuo por el mero hecho de su existencia; pronto acabamos, si todo es igual, ya no digamos nada más. Es cierto que aquella no depende del dinero, la fama, de las desgracias personales, pero sí está ligada al resto de los humanos, no puede desligarse de ese acompañamiento. Admitido el fondo común, nadie dudará de la indignidad de los pederastas (Sobre todo, eclesiásticos y profesores), políticos asentados en crueldades terroristas aunque sean homenajeados. ¿De qué dignidad hablaremos?

Las derivaciones de nuestros actos entrañan una serie de consecuencias; no es suficiente con decir, obedezco órdenes, necesitaba tal cosa, a los demás no les importa. Cuántas barbaridades encubiertas por apreciaciones como las citadas. Por mucho que pretendamos soslayarlas, las REPERCUSIONES representan la terquedad de la dependencia de unos efectos en relación con sus causas. En el relato de las actuaciones van implícitos los efectos de las mismas; el que hagamos sólo una mención parcial de lo acontecido no borra la realidad.

El desinterés por el acceso de los niños a las redes sociales, el poco respeto por la Naturaleza, el alejamiento real de los ciudadanos con respecto a los centros de decisión, la equiparación de las personas a meros usuarios, junto a otras lindezas similares; complican el deslinde entre repercusiones cercanas, lejanas, vitales, crueles. No conviene diluirlas en un CONGLOMERADO informe. Sin la precisión de las referencias, el discurso emitido, los diálogos, contribuyen a la desorientación y con frecuencia a la degradación de las relaciones.

En las situaciones tensas, por acoso escolar, laboral o por intimidación tumultuosa, además de las víctimas están los agentes provocadores del disturbio. En torno a ese conjunto pulula un buen número de testigos entre los cuales prolifera la INDIFERENCIA, distribuida en un espectro amplio de posibles actitudes evasivas. Desde la simple hipocresía del sujeto dispuesto a no dar la cara, pero embebido de todas las circunstancias del proceso; que por comodidad o por cobardía acentúan su falso distanciamiento de cuanto ocurre; pocas veces afrontan los hechos desde una posición de franqueza y colaboración. Sin faltar la indiferencia peor motivada, por ocultamientos y complicidades, hasta extremos de gravedad.

La confusión alcanza a la ética y la moral; culmina en las afirmaciones tan aireadas de una ética personal, pero aislada; mi ética, la que me adjudiqué, sin otras interferencias. Afamadas firmas teóricas hablan de una ética sin moral, para lograr acuerdos sin recurrir a razonamientos superiores. Y así nos va. En realidad tratan de acuerdos, consensos, de unos pocos, que no se cumplen por la mencionada ética particular que subyace. Muy éticos, pero alejados de la MORALIDAD agrupadora de los valores comunes. Conviene cuanto antes no mantener la confusión. Las éticas de grupo, bancarias, familiares, sectarias, comunistas o capitalistas; siguen criterios particulares. Cada una repele la consideración de las personas alejadas de sus criterios.

Los autores del lenguaje no quedan en buen lugar atrapados en sus marrullerías. En la vivacidad de una crítica bien elaborada nos resultará la calidad de vida obtendia. Teniendo en cuenta que la requisitoria de una mayor atención nos pilla en unos ambientes dispersos, de cambios rápidos., poco propensos a las reflexiones pausadas. No es excusa, las repercusiones desfavorables caerán incesantes mientras no modifiquemos las tendencias. Es cuestión de CONVICCIÓN y COHERENCIA. Sólo pueden surgir desde el cerebro; el único foco disponible, pero no es fácil encaminarlas. Al menos, disfrutarán de sus bondades en los círculos donde las consigan impulsar.

Noticias relacionadas

No voy a matarme mucho con este artículo. La opinión de mi madre Fisioterapeuta, mi hermana Realizadora de Tv y mía junto a la de otras aportaciones, me basta. Mi madre lo tiene claro, la carne le huele a podrido. No puede ni verla. Sólo desea ver cuerpos de animales poblados de almas. Mi hermana no puede comerla porque sería como comerse uno de sus gatos. Y a mí me alteraría los niveles de la sangre, me sentiría más pesada y con mayor malestar general.

En medio de la vorágine de la vida moderna, donde la juventud parece ser el estándar de valor y el ascensor hacia el futuro, a menudo olvidamos el invaluable tesoro que representan nuestros ancianos. Son como pozos de sabiduría, con profundas raíces que se extienden hasta los cimientos mismos de nuestra existencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, son tratados como meros objetos de contemplación, relegados al olvido y abandonados a su suerte.

Al conocer la oferta a un anciano señor de escasos recursos, que se ganaba su sobrevivencia recolectando botellas de comprarle su perro, éste lo negó, por mucho que las ofertas se superaron de 10 hasta 150 dólares, bajo la razón: "Ni lo vendo, ni lo cambio. El me ama y me es fiel. Su dinero, lo tiene cualquiera, y se pierde como el agua que corre. El cariño de este perrito es insustituible; su cariño y fidelidad es hermoso".

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto