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Fernando Mendikoa

Eau Rouge

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En todo deporte existen referencias incuestionables. Lo es Maracaná en el fútbol, el Madison Square Garden en el baloncesto, el Tourmalet en el ciclismo o Wimbledon en el mundo del tenis. Y, dentro del automovilismo, Eau Rouge es, sin lugar a dudas, la curva más mítica. Un punto del histórico circuito belga de Spa-Francorchamps que, junto a Raidillon, forma una triple curva (izquierda-derecha-izquierda, y en pendiente ascendente) sólo apta para pilotos de raza. Aquellos que no permiten a la aguja bajar de los 300 km/h, mientras remontan un desnivel del 10% y soportan fuerzas superiores a 5G antes de afrontar, completamente a ciegas, el último giro a la izquierda tras la subida. El lugar del que Alain Prost dijera que “separa a los hombres de los niños”, y en el que el gran Ayrton Senna aseguraba hablar con Dios.

La curva más famosa de Spa forma parte de un circuito por muchas razones especial, como lo es por ejemplo la cambiante climatología que puede darse en diferentes partes del mismo y los contratiempos que ello conlleva para pilotos y equipos. Y también el origen del nombre tiene su particular atractivo. Eau Rouge debe su nombre al arroyo que la atraviesa, ya que sus aguas presentan un misterioso color rojizo, ayudando así a hacer, si cabe, más hermoso y mítico el lugar. Pero esta legendaria curva también ha sido testigo de accidentes, algunos de ellos graves, como el que sufrió Jacques Villeneuve en la sesión clasificatoria del GP de 1999. El canadiense destrozó su monoplaza, pero tal era su pasión por esa histórica parte del circuito belga que llegó a calificar el accidente como “el mejor de su vida”. Otros, sin embargo, no correrían la misma suerte. El alemán Stefan Bellof murió el 1 de septiembre de 1985 en los “1000 km de Spa”, al estrellarse con su Porsche 956 contra el muro de Eau Rouge, cerrando así la que tenía todos los visos de convertirse en una brillante carrera en el mundo del motor, y más en concreto en la F1.

Bellof llegó al comienzo de la exigente S en un agónico duelo con Jacky Ickx, después de ver cómo el Porsche oficial del belga le había recuperado terreno en los últimos metros de la recta. Fiel a su valiente forma de pilotar, el germano no levantó el pie del acelerador de su bólido, algo más lento que el de su rival, y mantuvo la lucha hasta el final. Ambos coches se encontraron en la primera curva. El de Ickx gira 180º como consecuencia del golpe, lo que hace que finalmente choque de forma lateral contra el muro, permitiéndole salir del habitáculo por su propio pie. Sin embargo, Bellof no ha tenido tanta suerte. Su bólido impacta frontalmente contra ese mismo muro, apenas 50 metros más abajo de donde se estrella Ickx, provocando su muerte en el acto, debido a la brutal deceleración que supone pasar de 300 km/h a 0 en apenas un par de segundos. Terminaba ahí la vida y la carrera de un piloto que había llamado la atención de McLaren y de Ferrari, hasta el punto de que la Scuderia le había reservado un puesto para la siguiente temporada, como compañero de Michele Alboreto. Eran otros tiempos, claro está, y por aquel entonces existían unas causas únicamente deportivas para poder conducir un coche de la marca italiana.

No obstante, quedará para el recuerdo la espectacular carrera que protagonizó en Mónaco un año antes, en 1984, dejando bien a las claras que nos encontrábamos ante un enorme piloto, llamado a grandes gestas. Aquel día, en un GP marcado por la incesante lluvia, otro elegido por los dioses del motor, llamado Ayrton Senna, hizo asimismo diabluras a bordo de su mediocre Toleman, con el que estuvo a punto de lograr la victoria, tras una épica remontada desde la duodécima posición. Pero aún más destacable fue la hazaña de otro recién llegado a la F1, Stefan Bellof, quien alcanzó la tercera posición tras haber partido desde la vigésima, con la añadida dificultad de hacerlo a los mandos de un Tyrrell propulsado por un motor Cosworth V8, y no por el moderno turbo del que sí disponían sus rivales, lo que le restaba no menos de 150 cv de potencia. La escudería británica fue la última nostálgica en seguir montando dichos motores atmosféricos, aunque en otras cuestiones mostraría también su poder de innovación, como sucedió en 1976 (aunque la idea original databa de 1968) con el extraño, revolucionario e inolvidable Tyrrell P34 de seis ruedas, obra del jefe de diseño Derek Gardner. De todos modos, una sola victoria en dos años (lograda por el sudafricano Jody Scheckter en el circuito sueco de Anderstop, en ese 1976, año de debut del peculiar monoplaza) indica su muy reducido éxito en competición.

Volviendo a aquel GP de Mónaco de 1984, una controvertida decisión de los jueces de dar por finalizada la carrera, debido a esas adversas condiciones, supone el triunfo de Prost y su McLaren, cuando tanto Senna como Bellof tenían ya al francés a tiro. De todos modos, de poco le serviría al galo: al no cumplirse el 75% de la carrera, se llevó la mitad de los 9 puntos que entonces se apuntaba el vencedor de un GP, lo que acabaría provocando que perdiera aquel mundial a manos de Niki Lauda por tan sólo medio punto. De manera que nunca se sabrá lo que habría sucedido en ese interesante duelo que prometían Prost, Senna y Bellof de cara a las últimas vueltas. Y tampoco sabremos jamás si, de no ocurrir aquel fatal accidente hace 24 años, estaríamos hablando ahora de una leyenda, como sí sucede con el también malogrado Senna. Por desgracia, para el alemán todo acabó en Spa aquel fatídico día de 1985.

Pero, sobre todo (y afortunadamente), Eau Rouge ha visto competir a los mejores, y ha presenciado además duelos épicos, como el que por ejemplo protagonizaron Michael Schumacher y Mika Häkkinen en el año 2000, con el inolvidable adelantamiento del finlandés en la recta posterior (Kemmel), lo que le permitió finalmente alzarse con el triunfo. No ha sido, ni mucho menos, la única ni última victoria de un piloto de ese país en Spa. De hecho, un compatriota suyo, Kimi Räikkönen, sigue con su particular idilio con ese circuito, y es quien de nuevo ha ocupado este año la primera plaza del podio en el autódromo belga, demostrando así que es uno de los mejores, por mucho que haya quienes quieran/necesiten deportarlo.

Es indiscutible que en un circuito como Spa-Francorchamps tienen muchísima importancia las manos del piloto, algo que por otro lado se agradece sobremanera, ya que se supone que de eso se trata en mayor medida este deporte, al margen de lo interesante de las evoluciones mecánicas. Mientras, el resto del Mundial es terreno casi exclusivo de ingenieros y mecánicos, y los pilotos simplemente se suben a los vehículos. Poco más, como comprobamos carrera tras carrera. Por fortuna, eso no sucede en el GP de Bélgica, puesto que es, casi con total seguridad, el más exigente en ese sentido. Y Räikkönen ha ganado cuatro de las cinco últimas carreras que allí se han disputado. Casualidad no parece.

Y debido a ese plus que exige un circuito como ese, y desde luego no por casualidad, en la lista de los que allí han vencido aparecen todos los grandes de este deporte, en su inmensa mayoría. Y, en concreto, los dos con más triunfos son, claro está, los dos mejores de la Historia de la F1, Schumacher y Senna, quienes sumaron en Spa seis y cinco victorias respectivamente. Y resulta que, con la del domingo, Kimi lleva ya cuatro. Mientras, otros aún buscan estrenarse. Sin embargo, y como sucede en tantos otros ámbitos, también aquí el vil metal emerge como lo realmente decisivo (y, por tanto, definitivo). Su amenazante e implacable sonido se escucha cada vez más cerca, y al parecer ya le ha escrito su sentencia final.

Eau Rouge

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
miércoles, 2 de septiembre de 2009, 06:25 h (CET)
En todo deporte existen referencias incuestionables. Lo es Maracaná en el fútbol, el Madison Square Garden en el baloncesto, el Tourmalet en el ciclismo o Wimbledon en el mundo del tenis. Y, dentro del automovilismo, Eau Rouge es, sin lugar a dudas, la curva más mítica. Un punto del histórico circuito belga de Spa-Francorchamps que, junto a Raidillon, forma una triple curva (izquierda-derecha-izquierda, y en pendiente ascendente) sólo apta para pilotos de raza. Aquellos que no permiten a la aguja bajar de los 300 km/h, mientras remontan un desnivel del 10% y soportan fuerzas superiores a 5G antes de afrontar, completamente a ciegas, el último giro a la izquierda tras la subida. El lugar del que Alain Prost dijera que “separa a los hombres de los niños”, y en el que el gran Ayrton Senna aseguraba hablar con Dios.

La curva más famosa de Spa forma parte de un circuito por muchas razones especial, como lo es por ejemplo la cambiante climatología que puede darse en diferentes partes del mismo y los contratiempos que ello conlleva para pilotos y equipos. Y también el origen del nombre tiene su particular atractivo. Eau Rouge debe su nombre al arroyo que la atraviesa, ya que sus aguas presentan un misterioso color rojizo, ayudando así a hacer, si cabe, más hermoso y mítico el lugar. Pero esta legendaria curva también ha sido testigo de accidentes, algunos de ellos graves, como el que sufrió Jacques Villeneuve en la sesión clasificatoria del GP de 1999. El canadiense destrozó su monoplaza, pero tal era su pasión por esa histórica parte del circuito belga que llegó a calificar el accidente como “el mejor de su vida”. Otros, sin embargo, no correrían la misma suerte. El alemán Stefan Bellof murió el 1 de septiembre de 1985 en los “1000 km de Spa”, al estrellarse con su Porsche 956 contra el muro de Eau Rouge, cerrando así la que tenía todos los visos de convertirse en una brillante carrera en el mundo del motor, y más en concreto en la F1.

Bellof llegó al comienzo de la exigente S en un agónico duelo con Jacky Ickx, después de ver cómo el Porsche oficial del belga le había recuperado terreno en los últimos metros de la recta. Fiel a su valiente forma de pilotar, el germano no levantó el pie del acelerador de su bólido, algo más lento que el de su rival, y mantuvo la lucha hasta el final. Ambos coches se encontraron en la primera curva. El de Ickx gira 180º como consecuencia del golpe, lo que hace que finalmente choque de forma lateral contra el muro, permitiéndole salir del habitáculo por su propio pie. Sin embargo, Bellof no ha tenido tanta suerte. Su bólido impacta frontalmente contra ese mismo muro, apenas 50 metros más abajo de donde se estrella Ickx, provocando su muerte en el acto, debido a la brutal deceleración que supone pasar de 300 km/h a 0 en apenas un par de segundos. Terminaba ahí la vida y la carrera de un piloto que había llamado la atención de McLaren y de Ferrari, hasta el punto de que la Scuderia le había reservado un puesto para la siguiente temporada, como compañero de Michele Alboreto. Eran otros tiempos, claro está, y por aquel entonces existían unas causas únicamente deportivas para poder conducir un coche de la marca italiana.

No obstante, quedará para el recuerdo la espectacular carrera que protagonizó en Mónaco un año antes, en 1984, dejando bien a las claras que nos encontrábamos ante un enorme piloto, llamado a grandes gestas. Aquel día, en un GP marcado por la incesante lluvia, otro elegido por los dioses del motor, llamado Ayrton Senna, hizo asimismo diabluras a bordo de su mediocre Toleman, con el que estuvo a punto de lograr la victoria, tras una épica remontada desde la duodécima posición. Pero aún más destacable fue la hazaña de otro recién llegado a la F1, Stefan Bellof, quien alcanzó la tercera posición tras haber partido desde la vigésima, con la añadida dificultad de hacerlo a los mandos de un Tyrrell propulsado por un motor Cosworth V8, y no por el moderno turbo del que sí disponían sus rivales, lo que le restaba no menos de 150 cv de potencia. La escudería británica fue la última nostálgica en seguir montando dichos motores atmosféricos, aunque en otras cuestiones mostraría también su poder de innovación, como sucedió en 1976 (aunque la idea original databa de 1968) con el extraño, revolucionario e inolvidable Tyrrell P34 de seis ruedas, obra del jefe de diseño Derek Gardner. De todos modos, una sola victoria en dos años (lograda por el sudafricano Jody Scheckter en el circuito sueco de Anderstop, en ese 1976, año de debut del peculiar monoplaza) indica su muy reducido éxito en competición.

Volviendo a aquel GP de Mónaco de 1984, una controvertida decisión de los jueces de dar por finalizada la carrera, debido a esas adversas condiciones, supone el triunfo de Prost y su McLaren, cuando tanto Senna como Bellof tenían ya al francés a tiro. De todos modos, de poco le serviría al galo: al no cumplirse el 75% de la carrera, se llevó la mitad de los 9 puntos que entonces se apuntaba el vencedor de un GP, lo que acabaría provocando que perdiera aquel mundial a manos de Niki Lauda por tan sólo medio punto. De manera que nunca se sabrá lo que habría sucedido en ese interesante duelo que prometían Prost, Senna y Bellof de cara a las últimas vueltas. Y tampoco sabremos jamás si, de no ocurrir aquel fatal accidente hace 24 años, estaríamos hablando ahora de una leyenda, como sí sucede con el también malogrado Senna. Por desgracia, para el alemán todo acabó en Spa aquel fatídico día de 1985.

Pero, sobre todo (y afortunadamente), Eau Rouge ha visto competir a los mejores, y ha presenciado además duelos épicos, como el que por ejemplo protagonizaron Michael Schumacher y Mika Häkkinen en el año 2000, con el inolvidable adelantamiento del finlandés en la recta posterior (Kemmel), lo que le permitió finalmente alzarse con el triunfo. No ha sido, ni mucho menos, la única ni última victoria de un piloto de ese país en Spa. De hecho, un compatriota suyo, Kimi Räikkönen, sigue con su particular idilio con ese circuito, y es quien de nuevo ha ocupado este año la primera plaza del podio en el autódromo belga, demostrando así que es uno de los mejores, por mucho que haya quienes quieran/necesiten deportarlo.

Es indiscutible que en un circuito como Spa-Francorchamps tienen muchísima importancia las manos del piloto, algo que por otro lado se agradece sobremanera, ya que se supone que de eso se trata en mayor medida este deporte, al margen de lo interesante de las evoluciones mecánicas. Mientras, el resto del Mundial es terreno casi exclusivo de ingenieros y mecánicos, y los pilotos simplemente se suben a los vehículos. Poco más, como comprobamos carrera tras carrera. Por fortuna, eso no sucede en el GP de Bélgica, puesto que es, casi con total seguridad, el más exigente en ese sentido. Y Räikkönen ha ganado cuatro de las cinco últimas carreras que allí se han disputado. Casualidad no parece.

Y debido a ese plus que exige un circuito como ese, y desde luego no por casualidad, en la lista de los que allí han vencido aparecen todos los grandes de este deporte, en su inmensa mayoría. Y, en concreto, los dos con más triunfos son, claro está, los dos mejores de la Historia de la F1, Schumacher y Senna, quienes sumaron en Spa seis y cinco victorias respectivamente. Y resulta que, con la del domingo, Kimi lleva ya cuatro. Mientras, otros aún buscan estrenarse. Sin embargo, y como sucede en tantos otros ámbitos, también aquí el vil metal emerge como lo realmente decisivo (y, por tanto, definitivo). Su amenazante e implacable sonido se escucha cada vez más cerca, y al parecer ya le ha escrito su sentencia final.

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