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Viaje hacia una de las exposiciones colectivas más llamativas de este 2016 en Valencia

Trini

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El camino se retuerce desde una plaza con todos los números para ser deliciosa, pero caída bajo la maldición de una horrible fachada propiedad del edificio sindical. Entre soportales, consejerías del fisco y un firme que solo hiere un rato el sol de mediodía, llegamos a mitad de ascensión sin siquiera un atisbo de magia, apenas una placa de mármol negro sobre la que figura el nombre de la Galería que también es el de la calle. Poca gente percibe el encanto y se limita a seguir el sendero dictado por su propio desinterés. Nunca se les echa de menos.

Los que si asoman al zaguán parecen avistar una cima rodeada de nubes. Si logran superar los eternos diez metros que les separan del primer tramo de escalera, si después de ello llegan a vencer los primeros peldaños hasta el requiebro, reciben como recompensa el acceso a 40 metros cuadrados y selectos. Allí donde es imposible abstraerse de las perspectivas cambiantes de Zingraff, o de la fauna inmóvil de Martí Rom, de los parajes apenas entrevistos de Lola Más o los enigmáticos monolitos de Corduente. Allí donde esperamos que nos responda alguna de las creaciones de Supi Hsu, donde nos dejamos epatar por las construcciones de Toni Tomás, donde nos desarma la sencillez de Carmen Sánchez o nos mueven a la duda los experimentos, fotos de familia mediante, perpetrados por Leopoldo Mazzoleni. Allí donde rebuscamos en el interior de las elaboradas composiciones de Eduard Ibañez, o intentamos descifrar el rompecabezas brillante de Pascual Gomes, o nos sorprende a bocajarro una maravilla de Paqui Revert. Allí donde nos asombra el talento de Miquel Simó, el minimalismo efectivo de Paco Munyoç, el genio de Llorenç Barber, la limpia calidez de las superficies de Lucia Hervás, los mundos familiares y elaborados de Fuencisla Francés, o de Pilar Blat, las ventanas a lo desconcertante de Fernando Barrué. ¿Y qué decir de la deliciosa inquietud que nos despierta la obra de Néstor López, o la curiosidad respecto a la de Susana Roig?. ¿Cómo no querer perderse en el fantástico bosque espiral de Dilena Díaz? ¿Cómo no pedir disculpas a todos aquellos tan protagonistas como no mencionados?

Y dominando la escena desde una cima con forma de despacho con cristalera, la creadora de este plan perfecto que camina desde comienzos de los 80 a razón de una decena de exposiciones por año, y que atiende al nombre de Galería del Palau. La aglutinadora de tanto y tan bueno. Trinidad Hernández.

Trini

Viaje hacia una de las exposiciones colectivas más llamativas de este 2016 en Valencia
Ángel Pontones Moreno
miércoles, 29 de junio de 2016, 08:44 h (CET)
El camino se retuerce desde una plaza con todos los números para ser deliciosa, pero caída bajo la maldición de una horrible fachada propiedad del edificio sindical. Entre soportales, consejerías del fisco y un firme que solo hiere un rato el sol de mediodía, llegamos a mitad de ascensión sin siquiera un atisbo de magia, apenas una placa de mármol negro sobre la que figura el nombre de la Galería que también es el de la calle. Poca gente percibe el encanto y se limita a seguir el sendero dictado por su propio desinterés. Nunca se les echa de menos.

Los que si asoman al zaguán parecen avistar una cima rodeada de nubes. Si logran superar los eternos diez metros que les separan del primer tramo de escalera, si después de ello llegan a vencer los primeros peldaños hasta el requiebro, reciben como recompensa el acceso a 40 metros cuadrados y selectos. Allí donde es imposible abstraerse de las perspectivas cambiantes de Zingraff, o de la fauna inmóvil de Martí Rom, de los parajes apenas entrevistos de Lola Más o los enigmáticos monolitos de Corduente. Allí donde esperamos que nos responda alguna de las creaciones de Supi Hsu, donde nos dejamos epatar por las construcciones de Toni Tomás, donde nos desarma la sencillez de Carmen Sánchez o nos mueven a la duda los experimentos, fotos de familia mediante, perpetrados por Leopoldo Mazzoleni. Allí donde rebuscamos en el interior de las elaboradas composiciones de Eduard Ibañez, o intentamos descifrar el rompecabezas brillante de Pascual Gomes, o nos sorprende a bocajarro una maravilla de Paqui Revert. Allí donde nos asombra el talento de Miquel Simó, el minimalismo efectivo de Paco Munyoç, el genio de Llorenç Barber, la limpia calidez de las superficies de Lucia Hervás, los mundos familiares y elaborados de Fuencisla Francés, o de Pilar Blat, las ventanas a lo desconcertante de Fernando Barrué. ¿Y qué decir de la deliciosa inquietud que nos despierta la obra de Néstor López, o la curiosidad respecto a la de Susana Roig?. ¿Cómo no querer perderse en el fantástico bosque espiral de Dilena Díaz? ¿Cómo no pedir disculpas a todos aquellos tan protagonistas como no mencionados?

Y dominando la escena desde una cima con forma de despacho con cristalera, la creadora de este plan perfecto que camina desde comienzos de los 80 a razón de una decena de exposiciones por año, y que atiende al nombre de Galería del Palau. La aglutinadora de tanto y tan bueno. Trinidad Hernández.

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