Mientras sigue la catarata de resultados que los medios van actualizando sin cesar, ya es posible someter las expectativas publicadas al veredicto de la verdad y sacar conclusiones.
Primera.- El fracaso de la osadía o “Pablo Iglesias debe dimitir” el lunes 27.
El entrecomillado procede porque era la otra opción a lo que se publicó el 11 de mayo bajo el título “Pablo Iglesias, o distancia o derrota”. El líder de Podemos quedó inhabilitado para cualquier pacto de gobierno el día de su comparecencia ante los medios tras ser recibido por primera vez por Felipe VI. Si, cuando propuso a Sánchez para presidente del gobierno en público, antes de decírselo al interesado que, además, era su único socio posible. Parece que esa imagen de personaje no fiable para los acuerdos ha quedado grabada en el electorado con más fuerza que el protagonismo conseguido casi cada día con sus declaraciones siempre sorprendentes, o incluso que el momento de optimismo tras firmar la coalición con IU sin pedir disculpas por los insultos y desprecios que se permitió antes del 20D. Se ganó enemigos que se la tenían guardada, entre los de su propio equipo. Si las circunstancias permitieran la negociación de un gobierno progresista, por muchos actos de contrición que hiciera Iglesias ahora, lo normal es que su participación sea vetada por los demás. Debe dimitir ya, tal como hizo en mayo de 1979 el político al que más se parece, Felipe González, tras la segunda derrota electoral, la que sufrió en marzo de 1979. También era una época de transición.
Segunda.- Somos compatibles con la corrupción.
Si ha habido un periodo en la historia que ha permitido acreditar que la corrupción forma parte esencial del PP ha sido el que va del 20D de 2015 hasta el 26J de 2016. Desde el estallido de lo de Valencia hasta el hedor de las cloacas habitadas por Fernández, pasando por el rosario de noticias casi diarias relacionadas con los asuntos abiertos Gurtel, Púnica, etc…, no hay español ni española que pueda alegar desconocimiento sobre la condición del partido al que ha votado en 30% del electorado, con todo lo que ello significa sobre la escala de valores que prevalece en nuestra sociedad. Un verdadero problema, que la policía y la Justicia no podrán resolverle, por sí solas, a España, y más si los de Rajoy siguen en el Gobierno. Lo que tanto y tantos hemos denunciado, una irresponsabilidad absoluta por parte de Iglesias, Sánchez y Rivera, la de no hacerse mutuamente las concesiones que fueran necesarias con tal de que a las próximas elecciones no se llegara con los del PP en el Gobierno.
Tercera.- El quijotismo casi siempre fracasa.
A la vista de los pertinaces sondeos preelectorales, que machaconamente insistían en que los de Rivera perderían terreno, y que al parecer es en lo único que han acertado, circuló por ahí “Quijotesco Rivera”, ante la tan encomiable como incomprensible batalla que libraba el líder de Ciudadanos. Consiguió con ello transmitir la imagen de ser el gran denunciador de la corrupción en el PP, el partido que constituye su casi exclusiva fuente de votantes futuros. No se quiso dar cuenta de que pinchaba en hueso, dada la perfecta compatibilidad con la corrupción de ese nicho del electorado. Ha transmitido Albert una imagen personal de idealista cuando la ideología que representa no es precisamente soporte de esa clase de comportamiento. El fracaso era inevitable, y más al no encontrar manera de trasladar al cuerpo electoral la convicción en el pacto firmado con el PSOE mediante alguna fórmula que pudiera ser asumida por los votantes de ambos partidos y tuviera alguna clase de eficacia en las urnas. Ambos partidos han perdido diputados. ¿Hubiera ocurrido lo mismo si, por ejemplo, se hubieran presentado en coalición al Senado? A fin de cuentas, estaban inhabilitados para hacer una campaña de arañarse entre ellos como manera clásica de disputarse los votos. Quizás les habría ido mejor defender su acuerdo tras el 20D. Al menos, habrían transmitido coherencia con sus propios actos.
Cuarta.- Lo del Senado.
Una victoria anunciada del PP que ha confirmado la absoluta falta de valor, firmeza y convicción de los tres partidos de la oposición, incapaces de superar prejuicios y sacrificar egos ante lo que constituye la más insoportable falta de proporcionalidad que se deriva de la actual Ley Electoral y que, para mayor burla hacia el electorado, todos declaran estar dispuestos a cambiar. La guinda de la insolencia la puso, de nuevo, Pablo Iglesias, cuando a tres días de finalizar el plazo para la formación de coaliciones, le propone a Pedro Sánchez y de nuevo en voz alta, para que todo el mundo se entere que ha sido él y no el socialista, lo de formar una coalición electoral al Senado que, por supuesto, habría conseguido evitar la mayoría absoluta en esa Cámara que ha logrado el PP. Pero las formas, en política, son decisivas. Y el respeto, incluso al adversario, es condición para participar. Pues más consideración aún con aquel al que quieres convencer para que sea tu socio. El resultado: Podemos ha perdido el 25% de los senadores que consiguió el 20D y el PSOE el 8,5%, ambos datos provisionales, pero más que representativo de un fracaso ganado a pulso.
En estos momentos, solo la confianza en que Rivera y los suyos pongan a lo de Rajoy condiciones de limpieza interna que conduzcan a la descomposición del PP, a cambio de un gobierno que, en cualquier caso, será inestable, puede corregir parcialmente los gravísimos errores políticos cometidos por los partidos que se declaran a favor del cambio. El político que debe sacrificarse es Pablo Iglesias. ¿Se dará cuenta?