Los ingleses nos abandonan. Todos no. Mi vecino Clay, el poli de Scotland Yard, se sigue viniendo con su familia apenas terminan los colegios, a fin de poner caro el tinto, los boquerones y las patas de cordero. Se llevan, allá por octubre, un rojo interesante en la piel, 10 kilos de más y una cara de satisfacción que revela su alegría de vivir entre Londres y Málaga.
Esto ya lo veía yo venir. Esta semana he estado en Roma. Una ciudad otrora amable y que se ha convertido en inhóspita y desagradable. Sucia como nunca. Rómulo y Remo han pedido auxilio porque la loba que les alimenta destila mala leche. Rateros en general, incluidos taxistas y restauradores varios que te pegan puñaladas traperas en cuanto te despistas. Turistas españoles gritones y desmandados. Trileros en el Transtevere. Soldados –y soldadas- mal encarados ante todos los edificios públicos, especialmente pertrechados de ametralladoras, porras y mala educación. En fin. Un desastre.
Encima España pierde su partido y se ríen de nosotros con sorna. Al día siguiente les ganan los irlandeses y nos reímos nosotros. Aeropuerto caótico, hoteles malos y retrasos indecibles en todo. Tan solo un detalle. A los italianos no les da vergüenza su bandera. Ni la de Europa. Las tienen nuevecitas y por todos lados.
¿Cuál es mi buena noticia de hoy? Que nos ha llegado a Europa, desde Argentina, un tipo grande y desgarbado, con unos zapatos viejos y una sonrisa de oreja a oreja, que va a poner esto patas arriba. Un tipo que se trae a los refugiados a su casa, que se para en cuanto ve a un niño o un enfermo y que te dice que hay que acercarse a los neo-leprosos de todo tipo. Un tipo entrañable que ha cambiado de nombre; ahora se llama Francesco.
No todo es malo. Cuando vuelvo a mi querida España –que están dispuestos a cargarse entre todos aquellos que tenían que cuidarla- descubro que sigue existiendo un paraíso donde puedes comer bien, con cervecita incluida, por 8 euros o por su equivalente en pesetas, que las estoy viendo en el horizonte.
Como decía el gitano: “como la casa de uno… no hay na”. Europa está “aliquindoy”. Como las banderas de la Torre de Benagalbón.