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“Quien promete con mucha ligereza se va arrepintiendo despacio.” Alonso de Ercilla

¿Hay una relación directa entre la avalancha inmigratoria y el Brexit?

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Europa ha sido quien ha querido gestionar, sin estar evidentemente preparada para ello ni medir adecuadamente las consecuencias, el tema migratorio. Es posible que se calculara mal el número de refugiados provenientes de los países en guerra, como Irak y Siria; que, como realmente ha ocurrido, no se tomara en cuenta el problema de la logística o el de la seguridad y el mantenimiento del orden derivados de la necesidad de acoger a cientos de miles de personas que huyeron de sus países, prácticamente, con lo puesto encima; que los sentimientos humanitarios provocados en la ciudadanía de todos los países europeos hayan obligado a sus gobiernos a mostrarse más dispuestos a ser receptores de inmigrantes, más generosos y, seguramente, menos cicateros de lo que la razón hubiera aconsejado a sus gobernantes. La realidad es que todo ha acabado en un colosal fracaso.

La importancia del problema superó con creces todas las previsiones y se debe reconocer que hubo un momento en el que, la acogida de refugiados, huidos del exterminio del EI y de las guerras de Irak y Siria, superó la capacidad de quienes estaban obligados a canalizar el flujo de personas desplazadas y la de los países cuyas fronteras estaban directamente relacionadas con la masiva llegada de quienes esperaban librarse de la atrocidad de las contiendas, buscando refugio en los países de Europa; entre los cuales y como destino preferido se encontraba “la acogedora Alemania”. No obstante, la bondadosa señora Merkel no calculó dos variables: la una, que el número de aspirantes a ser acogidos en Alemania duplicaría al que seguramente ella hubiera previsto y, en segundo lugar, no tuvo suficientemente en cuenta la reacción de los alemanes a semejante invasión de personas, que nada tenían que ver con la cultura alemana, hablando la mayoría de ellas un idioma ininteligible, profesando costumbres y religiones ajenas por completo a las del metódico y tradicional pueblo alemán.

Tal fue el desconcierto que se apoderó de las autoridades europeas que no les quedó otro remedio que intentar buscar una salida al problema de las naciones del este de Europa (Grecia, Bulgaria, Rumanía…), agobiadas por la acumulación de migrantes asentados al otro lado de sus fronteras, que llegó a colapsar a su policía y a las organizaciones de ayuda. La solución, como siempre suele ocurrir cuando no se han previsto las consecuencias de una decisión, por muy altruista que esta fuere, no fue lo satisfactoria que se hubiera querido que fuese, quedando reducida a un acuerdo con la república turca que, a cambio de una fuerte cantidad de dinero que le entregaría Europa, se comprometió a hacerse cargo de los inmigrantes que les serían enviados desde sus actuales localizaciones, especialmente desde Grecia. Un “apaño” que, con toda probabilidad, tendrá un final desastroso, pero que les sirvió a los países que sobrevaloraron su capacidad de admisión de inmigrantes y para descargar su conciencia.

Pero he aquí que no contaron con la fobia acumulada que, el pueblo inglés, ya saturado de miembros de países de la Common Whelth, que son también ciudadanos de la Gran Bretaña y que vienen formando parte de la población de la isla, con los mismos derechos que los oriundos, podría llegar a explotar con la llegada de oleadas de refugiados y máxime, cuando se percataron de que, en la boca del túnel subterráneo que atraviesa el canal de La Mancha, se habían acumulado, en distintos campamentos improvisados, miles de personas en espera de poder cruzarlo para instalarse en el RU. Fue cuando se produjo una reacción popular en contra que obligó, al señor Cámeron, a viajar a Bruselas para decirles a sus colegas de la UE que, la Gran Bretaña, no estaba dispuesta a aceptar ni uno solo de los recién llegados. Hay que decir que el sentimiento de muchos ingleses respecto a la integración de su país en la UE, al menos en un porcentaje importante, siempre fue de que perdían autonomía, soberanía y que, el RU, salía perjudicado con semejante pacto con el resto de Europa.

Se puede decir que, desde aquel momento, aunque en posteriores encuentros, el señor Cámeron obligó a aumentar los privilegios que se le concedían al miembro díscolo de la UE, logrando que no se le enviase ni a un solo refugiado más y otras concesiones que aumentaban su singularidad como miembro de la CE. En realidad, el rescoldo de aquella situación y el error cometido por el premier Cámeron al anunciar que “de ser elegido en las elecciones del 2015 convocaría un referéndum sobre la permanencia del RU en la UE”, añadido a los efectos de los atentados de Julio del 2005, cometidos por algunos terroristas, en los que se masacraron a 56 personas, junto a los perpetrados en Francia, y la probabilidad de que, como se ha demostrado que ha sucedido, entre los refugiados pudieran haber entrado miembros de Al Qaeda o de las DARSCH, camuflados entre el resto de acogidos, ayudó a fomentar entre los británicos un sentimiento de autoprotección que ha quedado manifestado, en el pasado referéndum, en el que se ha impuesto el Brexit al Remain. Un sentimiento identitario tan propio, por otra parte, de los países isleños.

El señor Cameron se equivocó al embarcar a la Gran Bretaña en una consulta a la que no estaba obligado, pensando que tenía asegurado el sí a la permanencia en Europa. Un error que va a pagar caro, no sólo él, que ya ha anunciado su dimisión, sino los propios británicos, que van a verse afectados, por esta ruptura, en sus relaciones comerciales con los países que siguen dentro de la CE y por el hecho de que, una vez fuera del club europeo, ya no dispondrán de las facilidades para la libertad de desplazamiento, asistencia sanitaria en toda Europa y todas las demás ventajas derivadas de ser miembro de la UE. Al alejarse de la tutela de la CE, mucho nos tememos que se han dejado guiar, más por impulsos sentimentales e instintos patrióticos, que por lo que la razón les advertía, respecto a las evidentes desventajas que llevaría inherentes la ruptura que, como es obvio, suponía pérdidas económicas, dejar de gozar de las ventajas del mercado libre en toda Europa y del apoyo de los bancos europeos; aunque su moneda, la libra, no fuera la misma moneda que en el resto de países de la gran coalición europea, el euro, es evidente que, como ha ocurrido en todas las bolsas del mundo, la libra inglesa sufriría una fuerte depreciación respecto al resto de monedas, especialmente el dólar americano.

Como siempre que suceden situaciones como ésta, de tan extraordinaria importancia, no suelen ser debidas a una única causa, más bien, a la confluencia de distintos motivos que, en conjunto, acaban por irritar a las masas. Cuando insinuamos que, entre los distintos aspectos que han concurrido a la decisión de los votantes británicos, cuando se han decidido por el Brexit y no, precisamente, el que menos haya influido en el sentido del voto; estamos convencidos de que, la cuestión de la inmigración, una cierta xenofobia y un temor a que, una entrada masiva de inmigrantes de los países inmersos en la guerra religiosa, provocada por el EI, llevara aparejada la llegada de terroristas, disimulados entre el resto de desplazados, ha sido la clave de la gran derrota del premier británico, señor Cámeron. Estamos al principio, pero el panorama se ve negro.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos padeciendo una de las situaciones más comprometidas a las que nunca esperamos tener que enfrentarnos. Una Europa en plena crisis, el peligro de que, la utilización del artículo 50 de la Conferencia de Lisboa, se convierta en práctica habitual entre aquellas naciones que empiezan a pensar que, fuera de Europa y del euro, estarían mejor; una nueva crisis, anunciada por los expertos, que pudiera volver a afectar a la UE y, en el especial caso español, una situación interna que, en modo alguno, se puede considerar como optimista, que nos puede dejar, el lunes lo sabremos, en manos de grupos comunistoides con facultades para echar a perder todo lo que se ha conseguido durante los últimos cuatro años, de enfrentarse a la UE, como hicieron los griegos (con semejantes consecuencias) y de convertir a esta nación española en una mera caricatura de lo que fue y de lo que empezaba a ser de nuevo, un país emprendedor que pretendía destacar entre el resto de países vecinos. Lo malo es que, la Historia, es tozuda respecto a la facilidad con la que los españoles somos capaces de tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Como decía Murphy: “Cualquier intento de mejorar las cosas sólo sirve para empeorarlas”.

¿Hay una relación directa entre la avalancha inmigratoria y el Brexit?

“Quien promete con mucha ligereza se va arrepintiendo despacio.” Alonso de Ercilla
Miguel Massanet
domingo, 26 de junio de 2016, 12:13 h (CET)
Europa ha sido quien ha querido gestionar, sin estar evidentemente preparada para ello ni medir adecuadamente las consecuencias, el tema migratorio. Es posible que se calculara mal el número de refugiados provenientes de los países en guerra, como Irak y Siria; que, como realmente ha ocurrido, no se tomara en cuenta el problema de la logística o el de la seguridad y el mantenimiento del orden derivados de la necesidad de acoger a cientos de miles de personas que huyeron de sus países, prácticamente, con lo puesto encima; que los sentimientos humanitarios provocados en la ciudadanía de todos los países europeos hayan obligado a sus gobiernos a mostrarse más dispuestos a ser receptores de inmigrantes, más generosos y, seguramente, menos cicateros de lo que la razón hubiera aconsejado a sus gobernantes. La realidad es que todo ha acabado en un colosal fracaso.

La importancia del problema superó con creces todas las previsiones y se debe reconocer que hubo un momento en el que, la acogida de refugiados, huidos del exterminio del EI y de las guerras de Irak y Siria, superó la capacidad de quienes estaban obligados a canalizar el flujo de personas desplazadas y la de los países cuyas fronteras estaban directamente relacionadas con la masiva llegada de quienes esperaban librarse de la atrocidad de las contiendas, buscando refugio en los países de Europa; entre los cuales y como destino preferido se encontraba “la acogedora Alemania”. No obstante, la bondadosa señora Merkel no calculó dos variables: la una, que el número de aspirantes a ser acogidos en Alemania duplicaría al que seguramente ella hubiera previsto y, en segundo lugar, no tuvo suficientemente en cuenta la reacción de los alemanes a semejante invasión de personas, que nada tenían que ver con la cultura alemana, hablando la mayoría de ellas un idioma ininteligible, profesando costumbres y religiones ajenas por completo a las del metódico y tradicional pueblo alemán.

Tal fue el desconcierto que se apoderó de las autoridades europeas que no les quedó otro remedio que intentar buscar una salida al problema de las naciones del este de Europa (Grecia, Bulgaria, Rumanía…), agobiadas por la acumulación de migrantes asentados al otro lado de sus fronteras, que llegó a colapsar a su policía y a las organizaciones de ayuda. La solución, como siempre suele ocurrir cuando no se han previsto las consecuencias de una decisión, por muy altruista que esta fuere, no fue lo satisfactoria que se hubiera querido que fuese, quedando reducida a un acuerdo con la república turca que, a cambio de una fuerte cantidad de dinero que le entregaría Europa, se comprometió a hacerse cargo de los inmigrantes que les serían enviados desde sus actuales localizaciones, especialmente desde Grecia. Un “apaño” que, con toda probabilidad, tendrá un final desastroso, pero que les sirvió a los países que sobrevaloraron su capacidad de admisión de inmigrantes y para descargar su conciencia.

Pero he aquí que no contaron con la fobia acumulada que, el pueblo inglés, ya saturado de miembros de países de la Common Whelth, que son también ciudadanos de la Gran Bretaña y que vienen formando parte de la población de la isla, con los mismos derechos que los oriundos, podría llegar a explotar con la llegada de oleadas de refugiados y máxime, cuando se percataron de que, en la boca del túnel subterráneo que atraviesa el canal de La Mancha, se habían acumulado, en distintos campamentos improvisados, miles de personas en espera de poder cruzarlo para instalarse en el RU. Fue cuando se produjo una reacción popular en contra que obligó, al señor Cámeron, a viajar a Bruselas para decirles a sus colegas de la UE que, la Gran Bretaña, no estaba dispuesta a aceptar ni uno solo de los recién llegados. Hay que decir que el sentimiento de muchos ingleses respecto a la integración de su país en la UE, al menos en un porcentaje importante, siempre fue de que perdían autonomía, soberanía y que, el RU, salía perjudicado con semejante pacto con el resto de Europa.

Se puede decir que, desde aquel momento, aunque en posteriores encuentros, el señor Cámeron obligó a aumentar los privilegios que se le concedían al miembro díscolo de la UE, logrando que no se le enviase ni a un solo refugiado más y otras concesiones que aumentaban su singularidad como miembro de la CE. En realidad, el rescoldo de aquella situación y el error cometido por el premier Cámeron al anunciar que “de ser elegido en las elecciones del 2015 convocaría un referéndum sobre la permanencia del RU en la UE”, añadido a los efectos de los atentados de Julio del 2005, cometidos por algunos terroristas, en los que se masacraron a 56 personas, junto a los perpetrados en Francia, y la probabilidad de que, como se ha demostrado que ha sucedido, entre los refugiados pudieran haber entrado miembros de Al Qaeda o de las DARSCH, camuflados entre el resto de acogidos, ayudó a fomentar entre los británicos un sentimiento de autoprotección que ha quedado manifestado, en el pasado referéndum, en el que se ha impuesto el Brexit al Remain. Un sentimiento identitario tan propio, por otra parte, de los países isleños.

El señor Cameron se equivocó al embarcar a la Gran Bretaña en una consulta a la que no estaba obligado, pensando que tenía asegurado el sí a la permanencia en Europa. Un error que va a pagar caro, no sólo él, que ya ha anunciado su dimisión, sino los propios británicos, que van a verse afectados, por esta ruptura, en sus relaciones comerciales con los países que siguen dentro de la CE y por el hecho de que, una vez fuera del club europeo, ya no dispondrán de las facilidades para la libertad de desplazamiento, asistencia sanitaria en toda Europa y todas las demás ventajas derivadas de ser miembro de la UE. Al alejarse de la tutela de la CE, mucho nos tememos que se han dejado guiar, más por impulsos sentimentales e instintos patrióticos, que por lo que la razón les advertía, respecto a las evidentes desventajas que llevaría inherentes la ruptura que, como es obvio, suponía pérdidas económicas, dejar de gozar de las ventajas del mercado libre en toda Europa y del apoyo de los bancos europeos; aunque su moneda, la libra, no fuera la misma moneda que en el resto de países de la gran coalición europea, el euro, es evidente que, como ha ocurrido en todas las bolsas del mundo, la libra inglesa sufriría una fuerte depreciación respecto al resto de monedas, especialmente el dólar americano.

Como siempre que suceden situaciones como ésta, de tan extraordinaria importancia, no suelen ser debidas a una única causa, más bien, a la confluencia de distintos motivos que, en conjunto, acaban por irritar a las masas. Cuando insinuamos que, entre los distintos aspectos que han concurrido a la decisión de los votantes británicos, cuando se han decidido por el Brexit y no, precisamente, el que menos haya influido en el sentido del voto; estamos convencidos de que, la cuestión de la inmigración, una cierta xenofobia y un temor a que, una entrada masiva de inmigrantes de los países inmersos en la guerra religiosa, provocada por el EI, llevara aparejada la llegada de terroristas, disimulados entre el resto de desplazados, ha sido la clave de la gran derrota del premier británico, señor Cámeron. Estamos al principio, pero el panorama se ve negro.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos padeciendo una de las situaciones más comprometidas a las que nunca esperamos tener que enfrentarnos. Una Europa en plena crisis, el peligro de que, la utilización del artículo 50 de la Conferencia de Lisboa, se convierta en práctica habitual entre aquellas naciones que empiezan a pensar que, fuera de Europa y del euro, estarían mejor; una nueva crisis, anunciada por los expertos, que pudiera volver a afectar a la UE y, en el especial caso español, una situación interna que, en modo alguno, se puede considerar como optimista, que nos puede dejar, el lunes lo sabremos, en manos de grupos comunistoides con facultades para echar a perder todo lo que se ha conseguido durante los últimos cuatro años, de enfrentarse a la UE, como hicieron los griegos (con semejantes consecuencias) y de convertir a esta nación española en una mera caricatura de lo que fue y de lo que empezaba a ser de nuevo, un país emprendedor que pretendía destacar entre el resto de países vecinos. Lo malo es que, la Historia, es tozuda respecto a la facilidad con la que los españoles somos capaces de tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Como decía Murphy: “Cualquier intento de mejorar las cosas sólo sirve para empeorarlas”.

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