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A los católicos nos resulta extraño que se está llegando a la ofensa vil y vulgar de los sentimientos religiosos con la aquiescencia y el aplauso de sus regidores.

Un cambio inexplicable

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Una vez más y a escasos siete meses desde la última convocatoria, los españoles nos vemos inmersos en un nuevo proceso electoral que está reflejando la división y desorientación de una ciudadanía sorprendida y preocupada por este inesperado capítulo de nuestra vida política.

Su estado de ánimo y opinión ante los actuales aconteceres, se traduce ya en un cierto cansancio y en una imperiosa necesidad de poner a fin a esta agotadora e inédita lucha por el poder.

Para quienes de una forma u otra hemos participado desde la Constitución de 1978 en algunos de los acontecimientos más relevantes de nuestra nación, resulta verdaderamente inexplicable la quiebra o fractura a la que puede verse avocada una sociedad que, como la española, había superado todo un régimen dictatorial de casi cuarenta años, después de una transición democrática, modélica y admirada en el mundo entero.

A nuestro Ministro de Educación le oí decir en una de sus recientes y lúcidas reflexiones públicas que “España es una gran nación y no se entiende a quienes se empeñan en transmitir una visión catastrofista y negativa de ella”. Coincido plenamente con él en que frente a esta visión casi depresiva de nuestro país, lo que los ciudadanos necesitan de sus dirigentes políticos es una inyección de esperanza, optimismo y a la vez de confianza en su propio potencial e inteligencia.

No podemos ni debemos olvidar nuestra historia pero tampoco podemos recordar permanentemente sus episodios más oscuros y dramáticos. Gracias al empeño y la generosidad de los padres de la Constitución, millones de españoles se han educado y formado en la democracia y libertades proclamadas en nuestra Carta Magna.

Es por eso que hoy resulta raro, resulta extraño que haya quienes preconicen un cambio radical desde la negatividad y la inconcreción más absoluta, frente a todo el trabajo y el esfuerzo que hemos tenido que hacer desde entonces, varias generaciones para lograr el alto nivel de desarrollo y de calidad de vida del que hoy disfrutamos.

El reconocimiento y el ejercicio de nuestras libertades constitucionales se está viendo cuestionado desde el momento en que parece incomodar a la nueva izquierda progresista la libertad de expresión y de opinión contrarias a su dogmatismo ideológico. Las críticas a medios de comunicación que no consideran afines y algunas amenazas de control público en este ámbito, resultan muy alarmantes.

A millones de católicos de este país nos resulta extraño también que después de tantos años de respeto al culto y a las manifestaciones religiosas por parte incluso de quienes no se sienten como tales, se esté no solo limitando ese derecho en municipios gobernados por los socio-comunistas de nuevo cuño, sino que se está llegando a la ofensa vil y vulgar de los sentimientos religiosos con la aquiescencia y el aplauso de sus regidores.

La libertad de educación, la elección de centro y la igualdad de oportunidades que suponen los conciertos con centros privados han estado garantizadas en casi todas las comunidades autónomas de cualquier signo político a lo largo de estos años de democracia. El ejercicio de estas libertades han sido y deben continuar siendo el pilar de una sociedad culta, formada y competitiva con nuestro entorno europeo.

Atentar contra ellas, como ya se advierte en algunos gobiernos autonómicos y municipios de la izquierda española, resulta un extraño proceder que solo depara incertidumbre y preocupación en millones de familias que tienen el legítimo derecho a escoger el modelo de educación para sus hijos sin ningún tipo de coacción o imposición desde el Estado.

Negar la universalidad de la sanidad y la protección de nuestros derechos sociales que hoy se reconocen a españoles, residentes extranjeros e inmigrantes en unos niveles impensables no solo en Europa sino en el mundo entero, no es que resulte raro es que es faltar abiertamente a la verdad, tratando de manipular al ciudadano con una demagogia populista que se estrella abiertamente con la realidad.

Los vergonzosos, lamentables y condenables casos de corrupción que nos han agobiado en estos últimos tiempos; la crisis económica y laboral que aún padecemos y los propios errores que haya podido cometer el gobierno después de estos difíciles cuatro años de esfuerzo y sacrificio no pueden justificar el giro copernicano que los candidatos-aspirantes anuncian con machacona insistencia en relación con unas políticas exigidas y necesarias para afrontar la casi quebrada situación financiera del Estado con la que se encontró el actual gobierno del partido popular.

Por otra parte en las cansinas comparecencias mediáticas de los candidatos opositores no se concretan el contenido de los cambios, no se reconoce el mínimo acierto del Gobierno y no se advierte el clima de serenidad, consenso y respeto que hasta ahora se ha venido aplicando en el debate parlamentario e institucional para afrontar los problemas de nuestra sociedad.

Coincido por ello, con el Ministro Iñigo Méndez de Vigo en que el ambiente está raro. No se entiende la crispación personal entre los candidatos y los vaivenes de cambios en sus actitudes y posiciones; no se entiende tampoco el desaliño personal e intelectual de parte de esta nueva generación política; no se entienden las consultas que conducen a la separación o desintegración territorial de los Estados de la Unión Europea en un mundo cada vez más globalizado e interactivo y no se entiende además la brutal y desenfrenada violencia en espectáculos deportivos o la desatada y cruel guerra del yihadismo contra la civilización judeo-cristiana occidental.

Este extraño y raro cambio no solo en España sino en el mundo, se enmarca perfectamente en las palabras del Papa Francisco que figuran en uno de los apartados de su Encíclica Laudato Si : “A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad”.

Un cambio inexplicable

A los católicos nos resulta extraño que se está llegando a la ofensa vil y vulgar de los sentimientos religiosos con la aquiescencia y el aplauso de sus regidores.
Jorge Hernández Mollar
sábado, 25 de junio de 2016, 09:36 h (CET)
Una vez más y a escasos siete meses desde la última convocatoria, los españoles nos vemos inmersos en un nuevo proceso electoral que está reflejando la división y desorientación de una ciudadanía sorprendida y preocupada por este inesperado capítulo de nuestra vida política.

Su estado de ánimo y opinión ante los actuales aconteceres, se traduce ya en un cierto cansancio y en una imperiosa necesidad de poner a fin a esta agotadora e inédita lucha por el poder.

Para quienes de una forma u otra hemos participado desde la Constitución de 1978 en algunos de los acontecimientos más relevantes de nuestra nación, resulta verdaderamente inexplicable la quiebra o fractura a la que puede verse avocada una sociedad que, como la española, había superado todo un régimen dictatorial de casi cuarenta años, después de una transición democrática, modélica y admirada en el mundo entero.

A nuestro Ministro de Educación le oí decir en una de sus recientes y lúcidas reflexiones públicas que “España es una gran nación y no se entiende a quienes se empeñan en transmitir una visión catastrofista y negativa de ella”. Coincido plenamente con él en que frente a esta visión casi depresiva de nuestro país, lo que los ciudadanos necesitan de sus dirigentes políticos es una inyección de esperanza, optimismo y a la vez de confianza en su propio potencial e inteligencia.

No podemos ni debemos olvidar nuestra historia pero tampoco podemos recordar permanentemente sus episodios más oscuros y dramáticos. Gracias al empeño y la generosidad de los padres de la Constitución, millones de españoles se han educado y formado en la democracia y libertades proclamadas en nuestra Carta Magna.

Es por eso que hoy resulta raro, resulta extraño que haya quienes preconicen un cambio radical desde la negatividad y la inconcreción más absoluta, frente a todo el trabajo y el esfuerzo que hemos tenido que hacer desde entonces, varias generaciones para lograr el alto nivel de desarrollo y de calidad de vida del que hoy disfrutamos.

El reconocimiento y el ejercicio de nuestras libertades constitucionales se está viendo cuestionado desde el momento en que parece incomodar a la nueva izquierda progresista la libertad de expresión y de opinión contrarias a su dogmatismo ideológico. Las críticas a medios de comunicación que no consideran afines y algunas amenazas de control público en este ámbito, resultan muy alarmantes.

A millones de católicos de este país nos resulta extraño también que después de tantos años de respeto al culto y a las manifestaciones religiosas por parte incluso de quienes no se sienten como tales, se esté no solo limitando ese derecho en municipios gobernados por los socio-comunistas de nuevo cuño, sino que se está llegando a la ofensa vil y vulgar de los sentimientos religiosos con la aquiescencia y el aplauso de sus regidores.

La libertad de educación, la elección de centro y la igualdad de oportunidades que suponen los conciertos con centros privados han estado garantizadas en casi todas las comunidades autónomas de cualquier signo político a lo largo de estos años de democracia. El ejercicio de estas libertades han sido y deben continuar siendo el pilar de una sociedad culta, formada y competitiva con nuestro entorno europeo.

Atentar contra ellas, como ya se advierte en algunos gobiernos autonómicos y municipios de la izquierda española, resulta un extraño proceder que solo depara incertidumbre y preocupación en millones de familias que tienen el legítimo derecho a escoger el modelo de educación para sus hijos sin ningún tipo de coacción o imposición desde el Estado.

Negar la universalidad de la sanidad y la protección de nuestros derechos sociales que hoy se reconocen a españoles, residentes extranjeros e inmigrantes en unos niveles impensables no solo en Europa sino en el mundo entero, no es que resulte raro es que es faltar abiertamente a la verdad, tratando de manipular al ciudadano con una demagogia populista que se estrella abiertamente con la realidad.

Los vergonzosos, lamentables y condenables casos de corrupción que nos han agobiado en estos últimos tiempos; la crisis económica y laboral que aún padecemos y los propios errores que haya podido cometer el gobierno después de estos difíciles cuatro años de esfuerzo y sacrificio no pueden justificar el giro copernicano que los candidatos-aspirantes anuncian con machacona insistencia en relación con unas políticas exigidas y necesarias para afrontar la casi quebrada situación financiera del Estado con la que se encontró el actual gobierno del partido popular.

Por otra parte en las cansinas comparecencias mediáticas de los candidatos opositores no se concretan el contenido de los cambios, no se reconoce el mínimo acierto del Gobierno y no se advierte el clima de serenidad, consenso y respeto que hasta ahora se ha venido aplicando en el debate parlamentario e institucional para afrontar los problemas de nuestra sociedad.

Coincido por ello, con el Ministro Iñigo Méndez de Vigo en que el ambiente está raro. No se entiende la crispación personal entre los candidatos y los vaivenes de cambios en sus actitudes y posiciones; no se entiende tampoco el desaliño personal e intelectual de parte de esta nueva generación política; no se entienden las consultas que conducen a la separación o desintegración territorial de los Estados de la Unión Europea en un mundo cada vez más globalizado e interactivo y no se entiende además la brutal y desenfrenada violencia en espectáculos deportivos o la desatada y cruel guerra del yihadismo contra la civilización judeo-cristiana occidental.

Este extraño y raro cambio no solo en España sino en el mundo, se enmarca perfectamente en las palabras del Papa Francisco que figuran en uno de los apartados de su Encíclica Laudato Si : “A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad”.

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