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“Lo peor que puede hacer una cultura es buscar su pureza, su esencia”. Juan Goytisolo

¿Quién... me habla?

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Es evidente, el sonido de la voz ilustrará sobre la procedencia del mensaje; desde un auricular, de cerca, de lejos, sin la figura delante del hablante, con la presencia física del interpelante. El tono añade matices peculiares y el tiembre aporta rasgos personales, como la modulación o los gestos. Sin embargo, con toda la prestancia de lo dicho, el habla funde en su formato expresiones y silencios; supuesta información u ocultamientos, no del todo voluntarios. Contra lo que pudiéramos pensar de primeras, a la menor profundización en la casuística, comprobamos la carga de SIGNIFICADOS latentes, detrás de lo aparentemente hablado. Si es cuestión de palabras empleadas, de participantes o una nueva limitación humana; queda en abierto.

Quizá por eso, el entendimiento en los diálogos es antes carencia que resultado. Y eso, al producirse el intercambio; porque las imprecaciones, exabruptos, desplantes o insultos, van por otra parte. Produce algunos problemas esa DESAZÓN de no saber si entienden lo que queremos decir, o detectamos el malentendido de entrada. Notaremos menos el efecto inverso, creemos saber lo que nos dicen, aunque sólo sea una apariencia. La intuición soluciona muchas carencias expositivas del lenguaje. A pesar de las expresiones contradictorias, sé lo que pretenden comunicarme. Pero, ¡Cuidado!, con frecuencia, las intuiciones e interpretaciones desbarran, alargan o recortan los significados, los alejan de la realidad, los desconectan.

¿Tendrá importancia el conocimiento de las raíces de cuanto nos digan? ¿Y de cuanto digamos nosotros? Esos orígenes pueden llegar a modificar realmente el sentido de cuanto razonemos. La dialéctica se limita a su trasiego costumbrista, sin mucho afán de llegar al fondo de sus significados; de ahí lo acuciante de las preguntas. ¿De qué hablamos, cuando hablamos? Dicho en versión poética:

¿Quién me habla?
Habla y sonidos confluyen,
Llegan de cerca, de lejos,
Con sus peculiares tonos,
Con sus peculiares rasgos;
Dando vía a los mensajes.

Si todo va transparente,
Intuyo mera apariencia,
De inesperada presencia,
De la sufrida carencia;
Como un reto permanente.

El lenguaje va cargado.
Palabras de antiguo trazo,
En un momento oportuno,
Con un interés liviano,
Todo a través del cedazo.

¿Me dice el antecedente?
¿Los afanes escondidos?
¿Los afectos aireados?
¿Los impulsos razonados?
¿Me dice el interpelante?

De donde proceda quien nos interpela, más preciso, a que sector mundano pertenece el sentido de sus palabras; serán unos marcadores básicos para orientarnos en su comprensión, sólo indicadores, sin ánimo exhaustivo. El origen puede estar en un microcosmos de la sociedad afín al protagonista (Familia, barrio, amigos), en los rasgos provenientes de sectores de mayor amplitud y nada menos que en la parte sumergida del iceberg del subconsciente. Rozamos por lo tanto con PERFILES reconocidos, pero también con numerosas conexiones perdidas en fondos inexcrutables, vívidas, pero inasibles. Choca el reflejo inconsistente de las proclamas rotundas, la intolerancia partidista y el apego a consignas o lemas rígidos.

Sin la pretensión de las encuestas, siempre parciales con sus interpretaciones aleatorias; el habla utilizada traduce diversas posiciones intelectuales de los autores en cada evento. Vistos los medios habituales de difusión, el habla cotidiana entre la gente; otorgan un lugar prominente a la INDIFERENCIA rutinaria. Apenas atendemos a la forma de las expresiones, ni a la consistencia de los contenidos. Y la participación activa, adopta una complicidad manifiesta con los desbarajustes de las relaciones. Aquello de la palabra dada, compromiso en el diálogo o deliberaciones constructivas, debió de ser interesante. Al menos, vistos desde esta época de conversaciones sincopadas, en una comprensión renqueante con las posibilidades desconectadas.

Vamos a remolque de un núcleo que no sabemos donde está, ni lo que es; nadie lo demostró, apenas lo intuimos. Seguimos hablando, discutimos, concluimos, sin la idea fundamental. Nos empuja al parloteo esa TENSIÓN vivida en los límites; y parecemos convencidos de dichas afirmaciones, visto el fervor contundente puesto en sus defensas, alcanza momentos culminantes con las peores aberraciones. Damos la impresión de inteligencias errantes, en un vagabundeo estúpido. Desdeñamos el hablar en sí, desconocemos el verdadero sentido de lo dicho, peroramos ufanos; cada uno muy orgulloso de su sustancia –desconocida-, subidos al carrusel de las manifestaciones disgregadas; enfrentados a la tensión como marionetas despersonalizadas.

¿Qué intenta usted decirme? ¿Qué me dice realmente? ¿Quién habla desde las argumentaciones? Son cuestiones fundamentales en unos aires de abanderados políticos, de renovados fanatismos, del sabor placentero por violentar a los diferenciados. Insisto, de qué se habla, cuando se habla; es el momento de la aparición de dos TRAYECTORIAS contrapuestas. La del descuido como norma, fijadora de las disgregación lingüística, muy asociada a los desapegos mentales; su meta no puede ser otra, el deterioro tiende a caer en una agujero negro de vocablos, significados e ideas. La impulsora de actividades creativas, imaginativas; orientadas a la labor común de mejores entendimientos desde la pluralidad razonadora.

Con eso de la dificultad para el logro de unas expresiones dotadas de precisión y buenos razonamientos; circulamos por el territorio de los FRAGMENTOS desperdigados. Necesitamos con urgencia un cambio de chip, la sustitución de la obsoleta prepotencia de los supuestos iluminados por la suma de lenguajes propios, imbuidos de la experiencia personal. Si algunos pretenden contarnos cuentos, desde León Felipe ya nos dimos cuenta, nos duermen con todo tipo de cuentos; y abundan los intentos de narcotizarnos a fondo. El lenguaje ha de huir de las engañifas, para el encuentro entre experiencias personales con la comunicación abierta, libre de los tapujos propuestos por gente tendenciosa.

¿Quién... me habla?

“Lo peor que puede hacer una cultura es buscar su pureza, su esencia”. Juan Goytisolo
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 24 de junio de 2016, 08:40 h (CET)
Es evidente, el sonido de la voz ilustrará sobre la procedencia del mensaje; desde un auricular, de cerca, de lejos, sin la figura delante del hablante, con la presencia física del interpelante. El tono añade matices peculiares y el tiembre aporta rasgos personales, como la modulación o los gestos. Sin embargo, con toda la prestancia de lo dicho, el habla funde en su formato expresiones y silencios; supuesta información u ocultamientos, no del todo voluntarios. Contra lo que pudiéramos pensar de primeras, a la menor profundización en la casuística, comprobamos la carga de SIGNIFICADOS latentes, detrás de lo aparentemente hablado. Si es cuestión de palabras empleadas, de participantes o una nueva limitación humana; queda en abierto.

Quizá por eso, el entendimiento en los diálogos es antes carencia que resultado. Y eso, al producirse el intercambio; porque las imprecaciones, exabruptos, desplantes o insultos, van por otra parte. Produce algunos problemas esa DESAZÓN de no saber si entienden lo que queremos decir, o detectamos el malentendido de entrada. Notaremos menos el efecto inverso, creemos saber lo que nos dicen, aunque sólo sea una apariencia. La intuición soluciona muchas carencias expositivas del lenguaje. A pesar de las expresiones contradictorias, sé lo que pretenden comunicarme. Pero, ¡Cuidado!, con frecuencia, las intuiciones e interpretaciones desbarran, alargan o recortan los significados, los alejan de la realidad, los desconectan.

¿Tendrá importancia el conocimiento de las raíces de cuanto nos digan? ¿Y de cuanto digamos nosotros? Esos orígenes pueden llegar a modificar realmente el sentido de cuanto razonemos. La dialéctica se limita a su trasiego costumbrista, sin mucho afán de llegar al fondo de sus significados; de ahí lo acuciante de las preguntas. ¿De qué hablamos, cuando hablamos? Dicho en versión poética:

¿Quién me habla?
Habla y sonidos confluyen,
Llegan de cerca, de lejos,
Con sus peculiares tonos,
Con sus peculiares rasgos;
Dando vía a los mensajes.

Si todo va transparente,
Intuyo mera apariencia,
De inesperada presencia,
De la sufrida carencia;
Como un reto permanente.

El lenguaje va cargado.
Palabras de antiguo trazo,
En un momento oportuno,
Con un interés liviano,
Todo a través del cedazo.

¿Me dice el antecedente?
¿Los afanes escondidos?
¿Los afectos aireados?
¿Los impulsos razonados?
¿Me dice el interpelante?

De donde proceda quien nos interpela, más preciso, a que sector mundano pertenece el sentido de sus palabras; serán unos marcadores básicos para orientarnos en su comprensión, sólo indicadores, sin ánimo exhaustivo. El origen puede estar en un microcosmos de la sociedad afín al protagonista (Familia, barrio, amigos), en los rasgos provenientes de sectores de mayor amplitud y nada menos que en la parte sumergida del iceberg del subconsciente. Rozamos por lo tanto con PERFILES reconocidos, pero también con numerosas conexiones perdidas en fondos inexcrutables, vívidas, pero inasibles. Choca el reflejo inconsistente de las proclamas rotundas, la intolerancia partidista y el apego a consignas o lemas rígidos.

Sin la pretensión de las encuestas, siempre parciales con sus interpretaciones aleatorias; el habla utilizada traduce diversas posiciones intelectuales de los autores en cada evento. Vistos los medios habituales de difusión, el habla cotidiana entre la gente; otorgan un lugar prominente a la INDIFERENCIA rutinaria. Apenas atendemos a la forma de las expresiones, ni a la consistencia de los contenidos. Y la participación activa, adopta una complicidad manifiesta con los desbarajustes de las relaciones. Aquello de la palabra dada, compromiso en el diálogo o deliberaciones constructivas, debió de ser interesante. Al menos, vistos desde esta época de conversaciones sincopadas, en una comprensión renqueante con las posibilidades desconectadas.

Vamos a remolque de un núcleo que no sabemos donde está, ni lo que es; nadie lo demostró, apenas lo intuimos. Seguimos hablando, discutimos, concluimos, sin la idea fundamental. Nos empuja al parloteo esa TENSIÓN vivida en los límites; y parecemos convencidos de dichas afirmaciones, visto el fervor contundente puesto en sus defensas, alcanza momentos culminantes con las peores aberraciones. Damos la impresión de inteligencias errantes, en un vagabundeo estúpido. Desdeñamos el hablar en sí, desconocemos el verdadero sentido de lo dicho, peroramos ufanos; cada uno muy orgulloso de su sustancia –desconocida-, subidos al carrusel de las manifestaciones disgregadas; enfrentados a la tensión como marionetas despersonalizadas.

¿Qué intenta usted decirme? ¿Qué me dice realmente? ¿Quién habla desde las argumentaciones? Son cuestiones fundamentales en unos aires de abanderados políticos, de renovados fanatismos, del sabor placentero por violentar a los diferenciados. Insisto, de qué se habla, cuando se habla; es el momento de la aparición de dos TRAYECTORIAS contrapuestas. La del descuido como norma, fijadora de las disgregación lingüística, muy asociada a los desapegos mentales; su meta no puede ser otra, el deterioro tiende a caer en una agujero negro de vocablos, significados e ideas. La impulsora de actividades creativas, imaginativas; orientadas a la labor común de mejores entendimientos desde la pluralidad razonadora.

Con eso de la dificultad para el logro de unas expresiones dotadas de precisión y buenos razonamientos; circulamos por el territorio de los FRAGMENTOS desperdigados. Necesitamos con urgencia un cambio de chip, la sustitución de la obsoleta prepotencia de los supuestos iluminados por la suma de lenguajes propios, imbuidos de la experiencia personal. Si algunos pretenden contarnos cuentos, desde León Felipe ya nos dimos cuenta, nos duermen con todo tipo de cuentos; y abundan los intentos de narcotizarnos a fondo. El lenguaje ha de huir de las engañifas, para el encuentro entre experiencias personales con la comunicación abierta, libre de los tapujos propuestos por gente tendenciosa.

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