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Marie Cocco

El serial fantasma de la reforma sanitaria

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Me perdí la diversión de este verano. Mientras gran parte de América parecía chirriar ante la noción increíble - en el sentido literal de la palabra - de que ciudadanos iracundos pueden llevar un arma de fuego incluso a una asamblea con el presidente de los Estados Unidos, yo estaba ponderando los méritos relativos de pasear en bicicleta frente a caminar por la playa.

El barullo que se ha llevado por delante el fino manto de buena voluntad que recibió el inicio de la presidencia de Barack Obama está motivado por la reforma de la sanidad, y concretamente por algo que los medios de comunicación siguen llamando "el plan sanitario de Obama".

Eso también me desconcierta, porque no existe ningún "plan sanitario de Obama". Ni existe ni ha existido nunca. Ese es parte del problema.

La estrategia política de Obama ha consistido en que la Casa Blanca no propone su propia legislación sanitaria, para evitar la misma suerte que corrió la iniciativa Clinton de comienzos de la década de los 90. La operación política Obama cree que la muerte del plan Clinton fue anunciada porque el Presidente Bill Clinton trató de imponer un plan de la Casa Blanca al Congreso, en lugar de dejar que los legisladores crearan su propio proyecto de ley.

Pero personas que han perdido los papeles lanzan hoy las mismas falsedades (que si es medicina socializada, que si es comunismo, que una sentencia de muerte de la abuela) al inexistente plan Obama que lanzaron contra el plan Clinton - y contra la propuesta de seguro nacional de Harry Truman, y el Medicare de Lyndon Johnson. Así que la teoría de que la reforma sanitaria iba a superar sin novedad su aprobación en el Congreso sólo con que el presidente dejara a los legisladores el trámite ha quedado totalmente refutada.

Hay muchas pruebas de que el enfoque de dejar que las cosas sigan su curso no ha sido de ayuda, y probablemente haya hecho que la política de atención médica sea más dolorosa en lugar de menos. Por un lado, el presidente ha externalizado su propuesta legislativa insignia en una entidad política - el Congreso - con unas cifras de popularidad que rondaban el 30 por ciento en la mayoría de las encuestas recientes, muy por debajo del propio presidente.

Pero el naufragio tiene tanto que ver con la educación cívica como con la política contemporánea.

Presidente y Vicepresidente son los únicos líderes elegidos por los estadounidenses en su conjunto. Obama ganó el 53 por ciento del voto popular el año pasado, ganó en estados de toda región y ganó apoyos entre la mayoría de los grupos demográficos. Los congresistas no pueden pretender ser figuras tan unificadoras.

Ellos son, por definición, criaturas de sus estados y distritos, obligadas a satisfacer las necesidades de sus electores, anticipándose a sus deseos y acomodando sus voluntades - o corren el riesgo de perder la reelección. Esa es la razón de que el Demócrata moderado de Dakota del Norte Kent Conrad tenga ideas muy distintas de la sanidad a las del Demócrata izquierdista de California Henry Waxman. Y no se moleste en preguntar por la brecha que separa a los Demócratas y la mayoría de los Republicanos.

Sin plan de la Casa Blanca que sirva de referente político, cada mochuelo se arrima a su olivo. Por eso hay planes Demócratas rivales, y roces dentro de las desavenencias en el seno del partido. Los legisladores no tienen un único plan que defender o al menos explicar a las hordas de detractores - y, a veces, partidarios - que hacen acto de presencia en el follón para pedirles cuentas.

Sin que el presidente fije por lo menos directrices claras de lo que va a llevar o no su aprobación, no hay sanción política que pagar por cualquier Demócrata que ponga pegas a Obama.

¿Y quién puede decir que ha puesto pegas?

La Casa Blanca se vate ahora en retirada del tan reiterado apoyo del presidente a un plan de protección pública que ofrecer al consumidor que hoy carece de seguro, o que no puede pagar lo que tiene ahora. No se ha dicho públicamente cuál de las propuestas fiscales enfrentadas será aceptada como financiación de la ampliación de la cobertura, un campo de minas que espera saltar por los aires en los próximos meses.

Hasta ahora, la Casa Blanca Obama se ha mantenido firme en sus propios acuerdos - a los que había llegado en secreto, sin audiencias públicas ni opinión del Congreso - con los grupos de presión de la industria farmacéutica y las asociaciones de hospitales que se han comprometido a ofrecer un ahorro en los costes no especificado en algún momento del futuro. Incluso ha apoyado la insistencia de la industria farmaceútica en que los Demócratas no puedan redactar una legislación que permita que el gobierno negocie descuentos en las especialidades, un objetivo del Congreso desde que el programa de recetas de Medicare viera la luz de Capitol Hill como fondo múltiple de rentabilidad del sector.

El fantasma del plan sanitario Obama puede cobrar forma con el tiempo, sin duda con un titular noble y ciertos gestos hacia el Senador Ted Kennedy. Los que esperaban más sustancia que sentimiento es probable que se sientan decepcionados.

El serial fantasma de la reforma sanitaria

Marie Cocco
Marie Cocco
miércoles, 19 de agosto de 2009, 03:44 h (CET)
Me perdí la diversión de este verano. Mientras gran parte de América parecía chirriar ante la noción increíble - en el sentido literal de la palabra - de que ciudadanos iracundos pueden llevar un arma de fuego incluso a una asamblea con el presidente de los Estados Unidos, yo estaba ponderando los méritos relativos de pasear en bicicleta frente a caminar por la playa.

El barullo que se ha llevado por delante el fino manto de buena voluntad que recibió el inicio de la presidencia de Barack Obama está motivado por la reforma de la sanidad, y concretamente por algo que los medios de comunicación siguen llamando "el plan sanitario de Obama".

Eso también me desconcierta, porque no existe ningún "plan sanitario de Obama". Ni existe ni ha existido nunca. Ese es parte del problema.

La estrategia política de Obama ha consistido en que la Casa Blanca no propone su propia legislación sanitaria, para evitar la misma suerte que corrió la iniciativa Clinton de comienzos de la década de los 90. La operación política Obama cree que la muerte del plan Clinton fue anunciada porque el Presidente Bill Clinton trató de imponer un plan de la Casa Blanca al Congreso, en lugar de dejar que los legisladores crearan su propio proyecto de ley.

Pero personas que han perdido los papeles lanzan hoy las mismas falsedades (que si es medicina socializada, que si es comunismo, que una sentencia de muerte de la abuela) al inexistente plan Obama que lanzaron contra el plan Clinton - y contra la propuesta de seguro nacional de Harry Truman, y el Medicare de Lyndon Johnson. Así que la teoría de que la reforma sanitaria iba a superar sin novedad su aprobación en el Congreso sólo con que el presidente dejara a los legisladores el trámite ha quedado totalmente refutada.

Hay muchas pruebas de que el enfoque de dejar que las cosas sigan su curso no ha sido de ayuda, y probablemente haya hecho que la política de atención médica sea más dolorosa en lugar de menos. Por un lado, el presidente ha externalizado su propuesta legislativa insignia en una entidad política - el Congreso - con unas cifras de popularidad que rondaban el 30 por ciento en la mayoría de las encuestas recientes, muy por debajo del propio presidente.

Pero el naufragio tiene tanto que ver con la educación cívica como con la política contemporánea.

Presidente y Vicepresidente son los únicos líderes elegidos por los estadounidenses en su conjunto. Obama ganó el 53 por ciento del voto popular el año pasado, ganó en estados de toda región y ganó apoyos entre la mayoría de los grupos demográficos. Los congresistas no pueden pretender ser figuras tan unificadoras.

Ellos son, por definición, criaturas de sus estados y distritos, obligadas a satisfacer las necesidades de sus electores, anticipándose a sus deseos y acomodando sus voluntades - o corren el riesgo de perder la reelección. Esa es la razón de que el Demócrata moderado de Dakota del Norte Kent Conrad tenga ideas muy distintas de la sanidad a las del Demócrata izquierdista de California Henry Waxman. Y no se moleste en preguntar por la brecha que separa a los Demócratas y la mayoría de los Republicanos.

Sin plan de la Casa Blanca que sirva de referente político, cada mochuelo se arrima a su olivo. Por eso hay planes Demócratas rivales, y roces dentro de las desavenencias en el seno del partido. Los legisladores no tienen un único plan que defender o al menos explicar a las hordas de detractores - y, a veces, partidarios - que hacen acto de presencia en el follón para pedirles cuentas.

Sin que el presidente fije por lo menos directrices claras de lo que va a llevar o no su aprobación, no hay sanción política que pagar por cualquier Demócrata que ponga pegas a Obama.

¿Y quién puede decir que ha puesto pegas?

La Casa Blanca se vate ahora en retirada del tan reiterado apoyo del presidente a un plan de protección pública que ofrecer al consumidor que hoy carece de seguro, o que no puede pagar lo que tiene ahora. No se ha dicho públicamente cuál de las propuestas fiscales enfrentadas será aceptada como financiación de la ampliación de la cobertura, un campo de minas que espera saltar por los aires en los próximos meses.

Hasta ahora, la Casa Blanca Obama se ha mantenido firme en sus propios acuerdos - a los que había llegado en secreto, sin audiencias públicas ni opinión del Congreso - con los grupos de presión de la industria farmacéutica y las asociaciones de hospitales que se han comprometido a ofrecer un ahorro en los costes no especificado en algún momento del futuro. Incluso ha apoyado la insistencia de la industria farmaceútica en que los Demócratas no puedan redactar una legislación que permita que el gobierno negocie descuentos en las especialidades, un objetivo del Congreso desde que el programa de recetas de Medicare viera la luz de Capitol Hill como fondo múltiple de rentabilidad del sector.

El fantasma del plan sanitario Obama puede cobrar forma con el tiempo, sin duda con un titular noble y ciertos gestos hacia el Senador Ted Kennedy. Los que esperaban más sustancia que sentimiento es probable que se sientan decepcionados.

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