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Después de seguir tanto concurso de cocina en televisión, en el que se nos presenta unos platos minimalistas y complicados que nos dejan la cabeza caliente y la tripa fría, mi parienta y yo nos hemos enfrentado con un gazpachuelo que ha vuelto a poner las cosas en su sitio

El gazpachuelo

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Dicen que los jóvenes tienen que vivir para sus proyectos y los mayores tenemos que vivir de los recuerdos. Efectivamente, no hay nada más placentero que evocar aquellos momentos en que te sentiste feliz. A veces el recuerdo suaviza las aristas y limpia de adherencias perniciosas lo recuperado en tu imaginación. Tan solo hay que ponerse a hablar de la mili o de los estudios, para que acuda a tu mente un torrente de buenos momentos, que, en su día, no lo fueron tanto. Hace años escribía un artículo similar a este. Por eso pongo el 2, pero es que merece la pena recrearse en lo vivido.

Mi buena noticia de hoy, como casi siempre es muy sencilla. He recuperado el gazpachuelo. Mi vuelta a la Axarquía me ha hecho volver a la añoranza. Inmediatamente mis papilas gustativas, y sobre todo, mi imaginación, se echa a volar; la escena de mi madre cincuentona, pegada al poyete de la cocina, sentada en una silla de anea, instrumentando una mayonesa con aceite que vertía desde la cáscara del huevo, mientras en el plato se realizaba el milagro de la aparición de una salsa creciente y cremosa, la posterior transformación dentro del cazo de una maravilla en forma de gazpachuelo con tropezones de gambas y de clara cuajada… Todo ello pasó en un instante por mi mente. No creía que aquello se repitiera. Pero una vez más… los miércoles, milagro.

El gazpachuelo de La Candelaria es glorioso. Se de muchos adictos que acuden cada semana en su búsqueda. Muchos sibaritas forjados en esplendidos restaurantes, se rinden al humilde cuenco que te ofrecen en dicho mesón. A mi me ha hecho recordar dos gazpachos que también se encuentran en los anales de mis papilas gustativas. Se los voy a comentar a continuación.

El primero lo tomé en Almansa. Me invitaron a comer a un restaurante llamado “El Pincelín”. Nos ofrecieron unas entradas y un gazpacho. Yo, tan pánfilo como siempre pensé “nos van a arreglar con un gazpachito”. Nos sacaron una torta como una plaza de toros sobre la que volcaron una perola llena de carne de caza de varios tipos, verduras, pescado, de todo. Nos pusimos de grana y oro.

El otro, lo tomé en Antequera. Mi comadre tiró de dornillo, maja y cuchara de madera y nos hizo un gazpachuelo “vintage”. Glorioso. Por cierto mi comadre adereza su gazpachuelo con patatas fritas paja. Sublime.

Decididamente: barriga llena a Dios alaba. Dios se lo pague a Dios.

El gazpachuelo

Después de seguir tanto concurso de cocina en televisión, en el que se nos presenta unos platos minimalistas y complicados que nos dejan la cabeza caliente y la tripa fría, mi parienta y yo nos hemos enfrentado con un gazpachuelo que ha vuelto a poner las cosas en su sitio
Manuel Montes Cleries
lunes, 20 de junio de 2016, 08:44 h (CET)
Dicen que los jóvenes tienen que vivir para sus proyectos y los mayores tenemos que vivir de los recuerdos. Efectivamente, no hay nada más placentero que evocar aquellos momentos en que te sentiste feliz. A veces el recuerdo suaviza las aristas y limpia de adherencias perniciosas lo recuperado en tu imaginación. Tan solo hay que ponerse a hablar de la mili o de los estudios, para que acuda a tu mente un torrente de buenos momentos, que, en su día, no lo fueron tanto. Hace años escribía un artículo similar a este. Por eso pongo el 2, pero es que merece la pena recrearse en lo vivido.

Mi buena noticia de hoy, como casi siempre es muy sencilla. He recuperado el gazpachuelo. Mi vuelta a la Axarquía me ha hecho volver a la añoranza. Inmediatamente mis papilas gustativas, y sobre todo, mi imaginación, se echa a volar; la escena de mi madre cincuentona, pegada al poyete de la cocina, sentada en una silla de anea, instrumentando una mayonesa con aceite que vertía desde la cáscara del huevo, mientras en el plato se realizaba el milagro de la aparición de una salsa creciente y cremosa, la posterior transformación dentro del cazo de una maravilla en forma de gazpachuelo con tropezones de gambas y de clara cuajada… Todo ello pasó en un instante por mi mente. No creía que aquello se repitiera. Pero una vez más… los miércoles, milagro.

El gazpachuelo de La Candelaria es glorioso. Se de muchos adictos que acuden cada semana en su búsqueda. Muchos sibaritas forjados en esplendidos restaurantes, se rinden al humilde cuenco que te ofrecen en dicho mesón. A mi me ha hecho recordar dos gazpachos que también se encuentran en los anales de mis papilas gustativas. Se los voy a comentar a continuación.

El primero lo tomé en Almansa. Me invitaron a comer a un restaurante llamado “El Pincelín”. Nos ofrecieron unas entradas y un gazpacho. Yo, tan pánfilo como siempre pensé “nos van a arreglar con un gazpachito”. Nos sacaron una torta como una plaza de toros sobre la que volcaron una perola llena de carne de caza de varios tipos, verduras, pescado, de todo. Nos pusimos de grana y oro.

El otro, lo tomé en Antequera. Mi comadre tiró de dornillo, maja y cuchara de madera y nos hizo un gazpachuelo “vintage”. Glorioso. Por cierto mi comadre adereza su gazpachuelo con patatas fritas paja. Sublime.

Decididamente: barriga llena a Dios alaba. Dios se lo pague a Dios.

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