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Fernando Mendikoa

Jaked mate a la natación

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Todos sabíamos que era imposible que Michael Phelps igualara sus impresionantes registros de los JJ.OO. de Pekín, partiendo del irrebatible hecho de que en esta ocasión no competía en ocho pruebas, sino en seis. De todas formas, el de Baltimore se lleva un nada despreciable botín del Mundial de Roma, consistente en cinco oros y una plata. No obstante, ello no le da esta vez como para considerarle el mejor de la cita romana. Tampoco lo han sido los saltadores chinos, aunque hayan estado a un altísimo nivel, como es costumbre y tradición en ellos, de tal suerte que en la mayoría de los casos la emoción ha quedado relegada, como casi siempre, a conocer a sus acompañantes en el podio. Y lo mismo podemos decir en relación al equipo de natación sincronizada de Rusia que, al estilo de esos intachables saltadores orientales, sólo permite contadísimas excepciones a su abrumador dominio. Sin embargo, ni siquiera las sirenas rusas optan al citado título honorífico.

Sin la menor duda, el verdadero protagonista del Mundial celebrado en la capital italiana se llama Jaked: él solito ha establecido 43 nuevos récords mundiales en ocho días, dejando en un simple juego de niños los números del gran Phelps. Pero hay un pequeño problema, como es que se ha cargado la natación: así, tal como suena. O, al menos, como la conocíamos hasta ahora. El milagroso bañador ha puesto patas arriba a este deporte, y ha desterrado la disyuntiva que existía entre músculo y flotabilidad. Ya no hay necesidad alguna de elegir: uno puede dedicarse a aumentar su masa muscular, puesto que de lo otro ya se encarga Jaked, lo que convierte a un elemento añadido, como el bañador, en absolutamente clave. Aunque hay que reconocerle algunos pequeños desajustes técnicos, al margen de su desorbitado precio (400 euros): la empresa italiana que los fabrica no ha dado (o no le conviene dar) con el material que aguante más de cuatro pruebas, que es la vida útil del exclusivo Jaked; además, el vía crucis que supone ponerlo y quitarlo es otro serio inconveniente (no menos de 20 minutos para cada delicada operación); y, por otro lado, el riesgo de que se te rompa (al estar fabricado completamente de poliuretano), con los consiguientes problemas de no poder nadar, e incluso de mostrar al respetable ciertas partes de la anatomía de uno, hasta entonces bajo secreto de sumario.

Todo comenzó en los albores de 2008, cuando Speedo presentó un bañador hecho de poliuretano y neopreno a partes iguales, el flamante LZR, fruto del trabajo realizado junto a la mismísima NASA: un bañador galáctico, ciertamente. Con él, se batieron no pocas marcas en los JJ.OO. de Pekín, y a partir de ahí la competencia empezó a vislumbrar un filón de oro, cómo no. Por ejemplo, la italiana Arena con su X-Glide, con el que el alemán Paul Biedermann sometió al LZR de Phelps en los 200 libres de Roma. Pero, sobre todo, ha sido el caso de una pequeña empresa de Vigevano, localidad cercana a Milán. Francesco Fabbrica, su dueño, llegó a una no muy complicada conclusión: si con un 50% de poliuretano se arrasaba en las piscinas, llegar al 100% podría revolucionar aún más este deporte. Y así ha sido. De manera que se puso manos a la obra y dio con la pócima mágica. Amante de la natación, y con dos hijos que la practican, Francesco tomó el inicio de los nombres de sus vástagos para bautizar al invento, de forma que Giacomo y Edoardo se convirtieron en involuntarios padrinos de la criatura, y sin pretenderlo dieron nombre a Jaked (Giac-Ed).

Y lo que son las cosas: es precisamente ahora cuando la todopoderosa Speedo se muestra poco o nada favorable a las evoluciones tecnológicas, y en concreto a ese nuevo paso dado por sus competidoras, cuando sin embargo no mostró queja alguna por los numerosos récords que su LZR batió por ejemplo en Pekín. Revolución tecnológica sí, pero sólo la que marquen ellos, parecen decir. En realidad, a lo que no está dispuesta es a perder su amplia cuota de mercado, que en su país de origen, EEUU, es del 65%, en un negocio que allí mueve unos 150 millones de dólares anuales. Nos encontramos, por tanto, con una lucha más comercial que deportiva, como tantas veces. Así, los nadadores USA sólo pueden utilizar bañadores Speedo, por contrato, mientras que la empresa que fabrica el ya famoso Jaked es patrocinadora oficial de la Federación Italiana y lo ha sido también del Mundial de Roma. Todo esto nos suena de algo, y nos acerca a otros deportes en los que la capacidad propia del deportista, sea ésta natural o entrenada (y que es lo que se supone que debería contar en mayor medida), pasa a un segundo plano, en beneficio de la tecnología. El caso de la F1 es un buen ejemplo de esa superioridad de la máquina sobre el hombre, aunque por ahora aún sea necesaria la presencia de un ser humano en el habitáculo. Y también por ahora se antoja importante que una persona se acomode dentro del bañador, para hacerlo funcionar. Veremos qué nos depara el futuro.

Por de pronto, la FINA (Federación Internacional de Natación), absolutamente desbordada por la inusual y artificial situación de que aparezcan récords mundiales en el lugar más insospechado, ha confirmado que desde el próximo 1 de enero quedarán prohibidos los bañadores de poliuretano. Y se da cuenta ahora, cuando ya en Pekín quedó claro que estos compuestos proporcionaban una más que sospechosa ayuda a los nadadores que hicieron uso de esos bañadores. Pero lo peor de todo es que el casi medio centenar de récords mundiales batidos en la piscina del Foro Itálico quedarán ahí, como oficiales, y es lógico pensar que por los siglos de los siglos, cuando en realidad se han rebajado usando unas prendas que la propia Federación Internacional reconoce implícitamente que han sido las culpables directas de dichos estratosféricos registros: por algo las prohíbe. ¿Y ahora qué hacemos con unos récords falseados, que además no serán rebajados en mucho tiempo, dado que en breve volveremos a la situación anterior a los bañadores-milagro?

¿Y por qué, una vez comprobado el tremendo desaguisado, se incide en él ofreciendo ahora otros cinco meses extra de mirar para otro lado y poder así seguir batiendo récords-trampa? ¿Quién puede entender que no se prohíban desde ya los bañadores con los que se han logrado unos récords que, para hacerlo todo aún más surrealista, se mantienen como válidos? ¿Qué emoción le aguarda ya a la natación, al margen de las medallas, si va a ser prácticamente imposible batir más marcas? ¿Será que los 25.000 dólares que la FINA ha desembolsado por cada uno de esos 43 récords les han hecho concluir que lo mejor y más productivo para su cuenta corriente es que ya no se bata ni uno más? Que nos encontramos ante otro deporte distinto al que fue es algo evidente, hasta el punto de que algunos definen este boom de los bañadores-milagro como “dopaje tecnológico”. Y razón no les falta: la prueba está en los más de 170 récords mundiales establecidos en el último año y medio con todas estas prendas. Pero dicho término también debe aplicarse cuando se trata de bañadores con un 50% de poliuretano, y sin embargo en Pekín nadie abrió la boca: será que a los de Speedo les iba bien así.

Y si convenimos que los récords batidos en Roma no deben ser válidos, por cómo han sido logrados, lo mismo habría que decir de lo acontecido desde la irrupción de la prenda de la multinacional USA, por mucho que Phelps se señalara su LZR al batir a sus rivales en la capital italiana estos días. Es decir: ¿hasta dónde debemos retroceder en el tiempo? Pues parece bien claro: desde el momento en que la FINA prohibirá el uso de ese tipo de bañadores en enero de 2010, ello debería conllevar la anulación inmediata de todos los récords conseguidos con el Jaked; pero también con el LZR. Y ojo, que quizá tendríamos que meter mano asimismo a las medallas repartidas en estos últimos 18 meses, ya que no todos iban provistos de tan mágica ayuda. Aunque uno no deja de pensar, ya metidos en gastos, en lo que habría sucedido en caso de que el “Tiburón de Baltimore” hubiera portado un Jaked: lo más posible es que hubiera salido disparado de la piscina romana en dirección al espacio interestelar, como por otra parte corresponde a un ser de otro planeta. Por ahora, lo único que esperamos, al igual que Michael, es el día en que podamos volver a llamar natación a este deporte.

Jaked mate a la natación

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
jueves, 6 de agosto de 2009, 06:27 h (CET)
Todos sabíamos que era imposible que Michael Phelps igualara sus impresionantes registros de los JJ.OO. de Pekín, partiendo del irrebatible hecho de que en esta ocasión no competía en ocho pruebas, sino en seis. De todas formas, el de Baltimore se lleva un nada despreciable botín del Mundial de Roma, consistente en cinco oros y una plata. No obstante, ello no le da esta vez como para considerarle el mejor de la cita romana. Tampoco lo han sido los saltadores chinos, aunque hayan estado a un altísimo nivel, como es costumbre y tradición en ellos, de tal suerte que en la mayoría de los casos la emoción ha quedado relegada, como casi siempre, a conocer a sus acompañantes en el podio. Y lo mismo podemos decir en relación al equipo de natación sincronizada de Rusia que, al estilo de esos intachables saltadores orientales, sólo permite contadísimas excepciones a su abrumador dominio. Sin embargo, ni siquiera las sirenas rusas optan al citado título honorífico.

Sin la menor duda, el verdadero protagonista del Mundial celebrado en la capital italiana se llama Jaked: él solito ha establecido 43 nuevos récords mundiales en ocho días, dejando en un simple juego de niños los números del gran Phelps. Pero hay un pequeño problema, como es que se ha cargado la natación: así, tal como suena. O, al menos, como la conocíamos hasta ahora. El milagroso bañador ha puesto patas arriba a este deporte, y ha desterrado la disyuntiva que existía entre músculo y flotabilidad. Ya no hay necesidad alguna de elegir: uno puede dedicarse a aumentar su masa muscular, puesto que de lo otro ya se encarga Jaked, lo que convierte a un elemento añadido, como el bañador, en absolutamente clave. Aunque hay que reconocerle algunos pequeños desajustes técnicos, al margen de su desorbitado precio (400 euros): la empresa italiana que los fabrica no ha dado (o no le conviene dar) con el material que aguante más de cuatro pruebas, que es la vida útil del exclusivo Jaked; además, el vía crucis que supone ponerlo y quitarlo es otro serio inconveniente (no menos de 20 minutos para cada delicada operación); y, por otro lado, el riesgo de que se te rompa (al estar fabricado completamente de poliuretano), con los consiguientes problemas de no poder nadar, e incluso de mostrar al respetable ciertas partes de la anatomía de uno, hasta entonces bajo secreto de sumario.

Todo comenzó en los albores de 2008, cuando Speedo presentó un bañador hecho de poliuretano y neopreno a partes iguales, el flamante LZR, fruto del trabajo realizado junto a la mismísima NASA: un bañador galáctico, ciertamente. Con él, se batieron no pocas marcas en los JJ.OO. de Pekín, y a partir de ahí la competencia empezó a vislumbrar un filón de oro, cómo no. Por ejemplo, la italiana Arena con su X-Glide, con el que el alemán Paul Biedermann sometió al LZR de Phelps en los 200 libres de Roma. Pero, sobre todo, ha sido el caso de una pequeña empresa de Vigevano, localidad cercana a Milán. Francesco Fabbrica, su dueño, llegó a una no muy complicada conclusión: si con un 50% de poliuretano se arrasaba en las piscinas, llegar al 100% podría revolucionar aún más este deporte. Y así ha sido. De manera que se puso manos a la obra y dio con la pócima mágica. Amante de la natación, y con dos hijos que la practican, Francesco tomó el inicio de los nombres de sus vástagos para bautizar al invento, de forma que Giacomo y Edoardo se convirtieron en involuntarios padrinos de la criatura, y sin pretenderlo dieron nombre a Jaked (Giac-Ed).

Y lo que son las cosas: es precisamente ahora cuando la todopoderosa Speedo se muestra poco o nada favorable a las evoluciones tecnológicas, y en concreto a ese nuevo paso dado por sus competidoras, cuando sin embargo no mostró queja alguna por los numerosos récords que su LZR batió por ejemplo en Pekín. Revolución tecnológica sí, pero sólo la que marquen ellos, parecen decir. En realidad, a lo que no está dispuesta es a perder su amplia cuota de mercado, que en su país de origen, EEUU, es del 65%, en un negocio que allí mueve unos 150 millones de dólares anuales. Nos encontramos, por tanto, con una lucha más comercial que deportiva, como tantas veces. Así, los nadadores USA sólo pueden utilizar bañadores Speedo, por contrato, mientras que la empresa que fabrica el ya famoso Jaked es patrocinadora oficial de la Federación Italiana y lo ha sido también del Mundial de Roma. Todo esto nos suena de algo, y nos acerca a otros deportes en los que la capacidad propia del deportista, sea ésta natural o entrenada (y que es lo que se supone que debería contar en mayor medida), pasa a un segundo plano, en beneficio de la tecnología. El caso de la F1 es un buen ejemplo de esa superioridad de la máquina sobre el hombre, aunque por ahora aún sea necesaria la presencia de un ser humano en el habitáculo. Y también por ahora se antoja importante que una persona se acomode dentro del bañador, para hacerlo funcionar. Veremos qué nos depara el futuro.

Por de pronto, la FINA (Federación Internacional de Natación), absolutamente desbordada por la inusual y artificial situación de que aparezcan récords mundiales en el lugar más insospechado, ha confirmado que desde el próximo 1 de enero quedarán prohibidos los bañadores de poliuretano. Y se da cuenta ahora, cuando ya en Pekín quedó claro que estos compuestos proporcionaban una más que sospechosa ayuda a los nadadores que hicieron uso de esos bañadores. Pero lo peor de todo es que el casi medio centenar de récords mundiales batidos en la piscina del Foro Itálico quedarán ahí, como oficiales, y es lógico pensar que por los siglos de los siglos, cuando en realidad se han rebajado usando unas prendas que la propia Federación Internacional reconoce implícitamente que han sido las culpables directas de dichos estratosféricos registros: por algo las prohíbe. ¿Y ahora qué hacemos con unos récords falseados, que además no serán rebajados en mucho tiempo, dado que en breve volveremos a la situación anterior a los bañadores-milagro?

¿Y por qué, una vez comprobado el tremendo desaguisado, se incide en él ofreciendo ahora otros cinco meses extra de mirar para otro lado y poder así seguir batiendo récords-trampa? ¿Quién puede entender que no se prohíban desde ya los bañadores con los que se han logrado unos récords que, para hacerlo todo aún más surrealista, se mantienen como válidos? ¿Qué emoción le aguarda ya a la natación, al margen de las medallas, si va a ser prácticamente imposible batir más marcas? ¿Será que los 25.000 dólares que la FINA ha desembolsado por cada uno de esos 43 récords les han hecho concluir que lo mejor y más productivo para su cuenta corriente es que ya no se bata ni uno más? Que nos encontramos ante otro deporte distinto al que fue es algo evidente, hasta el punto de que algunos definen este boom de los bañadores-milagro como “dopaje tecnológico”. Y razón no les falta: la prueba está en los más de 170 récords mundiales establecidos en el último año y medio con todas estas prendas. Pero dicho término también debe aplicarse cuando se trata de bañadores con un 50% de poliuretano, y sin embargo en Pekín nadie abrió la boca: será que a los de Speedo les iba bien así.

Y si convenimos que los récords batidos en Roma no deben ser válidos, por cómo han sido logrados, lo mismo habría que decir de lo acontecido desde la irrupción de la prenda de la multinacional USA, por mucho que Phelps se señalara su LZR al batir a sus rivales en la capital italiana estos días. Es decir: ¿hasta dónde debemos retroceder en el tiempo? Pues parece bien claro: desde el momento en que la FINA prohibirá el uso de ese tipo de bañadores en enero de 2010, ello debería conllevar la anulación inmediata de todos los récords conseguidos con el Jaked; pero también con el LZR. Y ojo, que quizá tendríamos que meter mano asimismo a las medallas repartidas en estos últimos 18 meses, ya que no todos iban provistos de tan mágica ayuda. Aunque uno no deja de pensar, ya metidos en gastos, en lo que habría sucedido en caso de que el “Tiburón de Baltimore” hubiera portado un Jaked: lo más posible es que hubiera salido disparado de la piscina romana en dirección al espacio interestelar, como por otra parte corresponde a un ser de otro planeta. Por ahora, lo único que esperamos, al igual que Michael, es el día en que podamos volver a llamar natación a este deporte.

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