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Álvaro Calleja

Un Tour extraño

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Lo que sucedió en el podio reflejó a la perfección un Tour de Francia loco. Un Tour en el que sobraron las dos primeras semanas y que acabó entonando el himno de Dinamarca en honor del español que ocupó el primer cajón. Cajón que tuvo, por cuarta vez consecutiva, a un representante de nuestro país como dueño. Un motivo más para acentuar el odio de aquellos que no nos soportan. El que se equivocó de himno, probablemente, sea uno de ellos. Uno de ellos porque a mí no me cuela lo de que fue un error. ¿Qué pintaba el himno danés en un acto en el que sólo tenía que sonar el español?

No fue lo único desagradable que ocurrió en los Campos Elíseos. La cara de Lance Armstrong era una falta de respeto a sus rivales. Una cara que emborrona una hazaña. Es espectacular lo que el americano consiguió. Su subida al Mont Ventoux, aunque no hubiese ocupado una de las tres posiciones de privilegio en París, era suficiente para que el heptacampeón de la ronda gala se sintiese contento. Una vuelta a lo grande. Y una vuelta que pudo ser perfecta si el tejano hubiera evitado gestos como el pratagonizado en el podio o con las declaraciones que durante todo el Tour, y una vez acabado éste, lanzó contra Alberto Contador, quien no debería haber entrado al trapo tras llevarse el amarillo a Pinto.

El madrileño ganó la batalla en solitario. Su hermano, su jefe de prensa y Paulinho eran los únicos que le ofrecieron su ayuda para lograr su segunda Grande Boucle. Como él mismo indicó, gano en dos lugares. Uno, en la carrera. El otro, en el hotel. Algo indigno para cualquier corredor. Y si se trata del mejor del mundo en las carreras de tres semanas, aún más.

En el Mont Ventoux utilizó la cabeza e hizo lo imposible porque sus piernas no atacasen. Era el más fuerte y se sentía el más fuerte. Como Gárate, que hiló su mejor traje en el “Gigante de la Provenza”. El mítico coloso galo era el día más esperado de una prueba que cansó de aburrimiento y perdió a la mitad de sus espectadores, e incluso más, en sus dos primeras semanas. Se las podían haber evitado. Menos mal que en la tercera se vio ciclismo.

Un Tour extraño

Álvaro Calleja
Álvaro Calleja
sábado, 1 de agosto de 2009, 08:36 h (CET)
Lo que sucedió en el podio reflejó a la perfección un Tour de Francia loco. Un Tour en el que sobraron las dos primeras semanas y que acabó entonando el himno de Dinamarca en honor del español que ocupó el primer cajón. Cajón que tuvo, por cuarta vez consecutiva, a un representante de nuestro país como dueño. Un motivo más para acentuar el odio de aquellos que no nos soportan. El que se equivocó de himno, probablemente, sea uno de ellos. Uno de ellos porque a mí no me cuela lo de que fue un error. ¿Qué pintaba el himno danés en un acto en el que sólo tenía que sonar el español?

No fue lo único desagradable que ocurrió en los Campos Elíseos. La cara de Lance Armstrong era una falta de respeto a sus rivales. Una cara que emborrona una hazaña. Es espectacular lo que el americano consiguió. Su subida al Mont Ventoux, aunque no hubiese ocupado una de las tres posiciones de privilegio en París, era suficiente para que el heptacampeón de la ronda gala se sintiese contento. Una vuelta a lo grande. Y una vuelta que pudo ser perfecta si el tejano hubiera evitado gestos como el pratagonizado en el podio o con las declaraciones que durante todo el Tour, y una vez acabado éste, lanzó contra Alberto Contador, quien no debería haber entrado al trapo tras llevarse el amarillo a Pinto.

El madrileño ganó la batalla en solitario. Su hermano, su jefe de prensa y Paulinho eran los únicos que le ofrecieron su ayuda para lograr su segunda Grande Boucle. Como él mismo indicó, gano en dos lugares. Uno, en la carrera. El otro, en el hotel. Algo indigno para cualquier corredor. Y si se trata del mejor del mundo en las carreras de tres semanas, aún más.

En el Mont Ventoux utilizó la cabeza e hizo lo imposible porque sus piernas no atacasen. Era el más fuerte y se sentía el más fuerte. Como Gárate, que hiló su mejor traje en el “Gigante de la Provenza”. El mítico coloso galo era el día más esperado de una prueba que cansó de aburrimiento y perdió a la mitad de sus espectadores, e incluso más, en sus dos primeras semanas. Se las podían haber evitado. Menos mal que en la tercera se vio ciclismo.

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