En ocasiones un camino más largo que el convencional puede deparar resultados inesperados. Cuando el resultado es decepcionante se reafirman las posiciones que se aferran al camino de la tradición. Por el contrario, cuando el resultado hace del caminante alguien poseedor de algún rasgo extraordinario, los observantes no se explican su buena suerte.
Pensemos en dos puntos separados en el espacio, el segundo de los cuales está situado a menos altura que el primero. Para hacer que una esfera recorra el camino entre ellos muchos pensarán que la solución más adecuada es trazar una trayectoria perfectamente recta de punto a punto.
Así, y puesto que la mayoría se decidiría por esta opción, sería la línea recta la que marcaría la trayectoria y el tiempo estándar por el que habría de regirse la normalidad de los valores.
En cambio, un camino curvo siempre será más largo. Sólo por esto despertará recelos entre los amigos de lo recto. Un recorrido más largo supone una afluencia de fuerzas mayor, lo cual puede ser considerado corrientemente como un despilfarro innecesario. Tanto más innecesario si el tiempo empleado para llegar al punto B es superior o igual al que se habría empleado siguiendo la confortable rectitud.
Pero, ¿qué pasaría si un camino más largo permitiese llegar antes al deseado punto B? El derroche de energía será injustificable desde el punto de vista de la norma, aunque el resultado situaría al actor por delante de la gran mayoría.
Sin excepción, esa posición despertaría el recelo de los que siguen el camino recto que verían pasar por delante irremediablemente a esos heterodoxos incorregibles. Tal es la situación que ocurre al recorrer la distancia entre aquellos dos puntos siguiendo el camino más corto, o el camino más rápido (el que dibuja la curva braquistócrona).
Porque la tradición es recta, pero la vida es curva. Sólo es necesario encontrar la curvatura adecuada.