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Fernando Mendikoa

C’est fini

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Por fin ha terminado uno de los Tour más insufribles de los últimos tiempos, así que ya podemos despertarnos y estirarnos: no ha sido más que una pesadilla, no se preocupen. Al parecer, la mejor carrera del mundo por etapas no da más de sí, y tranquilamente podían haber competido una semanita, evitándonos (y evitándose, de paso, los propios corredores) las dos anteriores de auténtico sopor, aunque ellos al menos han hecho turismo. Ya el simple hecho de que un ciclista de 37 años (que, además, llevaba tres retirado por completo de la competición) termine tercero, hace que no sea necesario añadir mucho más al respecto. Aunque este año hay algo a destacar, y no poco importante, como es que el doping parece haber desaparecido de escena, lo que ya es un gran punto a favor para una carrera que en los últimos tiempos se había visto salpicada por innumerables y graves casos. Queremos creer que ambos asuntos no van de la mano, y que el infumable espectáculo vivido obedece por tanto a otras causas.

Y lo que era sólo cuestión de tiempo es que la apenas encubierta guerra que existía en el seno del Astana saliera a la luz, y ha sido a la conclusión de la carrera cuando se ha desenterrado el hacha de forma definitiva y pública. La merecida e incontestable victoria de Contador ha quedado momentáneamente en un segundo plano con las declaraciones cruzadas entre el madrileño y Armstrong: el primero, asegurando que ha ganado la carrera sin la ayuda del equipo, que él y Lance son incompatibles y que nunca ha sentido admiración por el estadounidense; el segundo, respondiendo que al “pistolero” aún le queda mucho por aprender. Siempre quedan cosas por aprender, sí, pero llevar dos Tour, un Giro y una Vuelta con 26 años no está mal del todo. A más de uno le gustaría presentar unas credenciales así con esa edad: a Lance, sin ir más lejos. Y eso que hablamos de uno de los grandes, si lo juzgamos desde la perspectiva de lo que ha logrado y cómo lo ha conseguido.

Así que nos encontramos ante el definitivo divorcio entre ambos. Como dijimos en su momento, dos gallos juntos no suelen acabar bien, y ahí siguen a la gresca. Pero se intuye que no por mucho tiempo, ya que parece claro que la próxima temporada el español seguirá corriendo con Astana, ya que tiene una oferta de renovación por dos o tres años y la promesa de hacer un equipo a su medida, aunque también se anuncia el regreso de Vinokourov tras cumplir su sanción por dopaje. Mientras, el tejano ya ha dado a conocer que correrá en “RadioShack”, con la presencia de sus lugartenientes, que lógicamente le acompañan en la aventura, casos de Kloden, Popovych, Zubeldia y Rast, aunque es de suponer que Leipheimer y Horner harán igualmente la mudanza y se sumarán a la causa. En cuanto a Johann Bruyneel, sólo ha dicho que deja el equipo kazajo, aunque no hace falta acudir a uno de esos farsantes adivinadores sin escrúpulos para saber que seguirá los pasos de Armstrong.

Pero esta edición ha sido también, y de forma espectacular, la de Mark Cavendish, el sprinter perfecto. Mark nació en Isla de Man, un curioso y bello islote a medio camino entre Irlanda e Inglaterra, que en términos formales no pertenece ni al Reino Unido ni a la Unión Europea, y que depende directamente de la corona británica. Es, por así decirlo, una pertenencia más de las muchas que acumula la reina, si bien se desconocen por completo cuáles son los méritos contraídos para ello. Pero, sobre todo, es uno de los numerosos paraísos fiscales que hay repartidos por todo el mundo, para regocijo y burla de quienes evaden impuestos sin el menor rastro de vergüenza ni castigo, al darse el extraño caso de que ni a las autoridades ni a la Interpol les consta, al parecer, la existencia de estos lugares. Una pena. Por ello, lo hacen a cara descubierta, sin ninguna necesidad de antifaces ni navajas, elementos propios de los ladrones de medio pelo que sí acaban en la cárcel: es la ventaja de ser auténticos profesionales del robo a gran escala y, sobre todo, de manejar con precisión milimétrica los invisibles hilos de las marionetas colocadas en el poder, en una perfecta conjunción con ellas.

También en equipo trabaja el “Columbia”, y con igual éxito. Y es que sería injusto no citar aquí a todos los que forman el engranaje de la escuadra estadounidense y, sobre todo, a un lanzador de auténtico lujo, como es el australiano Mark Renshaw. Pero la guinda al pastel la pone Cavendish, quien ha reconocido ser “adicto” a la victoria y volverse agresivo cuando no gana. Por razones evidentes, no existe el menor riesgo de que esto suceda. Y es que el velocista británico ha pulverizado a todos sus rivales y ha presentado una tarjeta de impecables registros (seis triunfos parciales), añadiendo de paso aún más monotonía a la carrera: ni siquiera en los Campos Elíseos hubo sprint, porque los demás actores llegaron como media hora tarde a la función.

Eso de la monotonía, claro está, dicho desde la perspectiva de la deseable emoción de un sprint al uso, que directamente no ha existido este año, ya que a este muchacho le da por meter el turbo en el momento en el que divisa la pancarta desde la lejanía. En ese preciso instante termina todo, sin la menor posibilidad para los demás velocistas, que se tienen que conformar con verle a través de prismáticos, o luego en el resumen de la tele. Así las cosas, al resto de sprinters no les queda otra que probar suerte en otro tipo de especialidades (no hace falta que cambien de deporte, por ahora), o bien presentarse únicamente a aquellas carreras en las que no haya el menor rastro, ni en pintura, de un tal Cavendish. Y deberá ser así por mucho tiempo: la criaturita acaba de cumplir 24 años, así que hagan cuentas de lo que nos queda para volver a sentir la emoción de una disciplina otrora disputada como el sprint. Por ahora, nos conformaremos con que la del Tour vuelva mucho antes. El próximo año, si no es mucho pedir.

C’est fini

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
miércoles, 29 de julio de 2009, 05:57 h (CET)
Por fin ha terminado uno de los Tour más insufribles de los últimos tiempos, así que ya podemos despertarnos y estirarnos: no ha sido más que una pesadilla, no se preocupen. Al parecer, la mejor carrera del mundo por etapas no da más de sí, y tranquilamente podían haber competido una semanita, evitándonos (y evitándose, de paso, los propios corredores) las dos anteriores de auténtico sopor, aunque ellos al menos han hecho turismo. Ya el simple hecho de que un ciclista de 37 años (que, además, llevaba tres retirado por completo de la competición) termine tercero, hace que no sea necesario añadir mucho más al respecto. Aunque este año hay algo a destacar, y no poco importante, como es que el doping parece haber desaparecido de escena, lo que ya es un gran punto a favor para una carrera que en los últimos tiempos se había visto salpicada por innumerables y graves casos. Queremos creer que ambos asuntos no van de la mano, y que el infumable espectáculo vivido obedece por tanto a otras causas.

Y lo que era sólo cuestión de tiempo es que la apenas encubierta guerra que existía en el seno del Astana saliera a la luz, y ha sido a la conclusión de la carrera cuando se ha desenterrado el hacha de forma definitiva y pública. La merecida e incontestable victoria de Contador ha quedado momentáneamente en un segundo plano con las declaraciones cruzadas entre el madrileño y Armstrong: el primero, asegurando que ha ganado la carrera sin la ayuda del equipo, que él y Lance son incompatibles y que nunca ha sentido admiración por el estadounidense; el segundo, respondiendo que al “pistolero” aún le queda mucho por aprender. Siempre quedan cosas por aprender, sí, pero llevar dos Tour, un Giro y una Vuelta con 26 años no está mal del todo. A más de uno le gustaría presentar unas credenciales así con esa edad: a Lance, sin ir más lejos. Y eso que hablamos de uno de los grandes, si lo juzgamos desde la perspectiva de lo que ha logrado y cómo lo ha conseguido.

Así que nos encontramos ante el definitivo divorcio entre ambos. Como dijimos en su momento, dos gallos juntos no suelen acabar bien, y ahí siguen a la gresca. Pero se intuye que no por mucho tiempo, ya que parece claro que la próxima temporada el español seguirá corriendo con Astana, ya que tiene una oferta de renovación por dos o tres años y la promesa de hacer un equipo a su medida, aunque también se anuncia el regreso de Vinokourov tras cumplir su sanción por dopaje. Mientras, el tejano ya ha dado a conocer que correrá en “RadioShack”, con la presencia de sus lugartenientes, que lógicamente le acompañan en la aventura, casos de Kloden, Popovych, Zubeldia y Rast, aunque es de suponer que Leipheimer y Horner harán igualmente la mudanza y se sumarán a la causa. En cuanto a Johann Bruyneel, sólo ha dicho que deja el equipo kazajo, aunque no hace falta acudir a uno de esos farsantes adivinadores sin escrúpulos para saber que seguirá los pasos de Armstrong.

Pero esta edición ha sido también, y de forma espectacular, la de Mark Cavendish, el sprinter perfecto. Mark nació en Isla de Man, un curioso y bello islote a medio camino entre Irlanda e Inglaterra, que en términos formales no pertenece ni al Reino Unido ni a la Unión Europea, y que depende directamente de la corona británica. Es, por así decirlo, una pertenencia más de las muchas que acumula la reina, si bien se desconocen por completo cuáles son los méritos contraídos para ello. Pero, sobre todo, es uno de los numerosos paraísos fiscales que hay repartidos por todo el mundo, para regocijo y burla de quienes evaden impuestos sin el menor rastro de vergüenza ni castigo, al darse el extraño caso de que ni a las autoridades ni a la Interpol les consta, al parecer, la existencia de estos lugares. Una pena. Por ello, lo hacen a cara descubierta, sin ninguna necesidad de antifaces ni navajas, elementos propios de los ladrones de medio pelo que sí acaban en la cárcel: es la ventaja de ser auténticos profesionales del robo a gran escala y, sobre todo, de manejar con precisión milimétrica los invisibles hilos de las marionetas colocadas en el poder, en una perfecta conjunción con ellas.

También en equipo trabaja el “Columbia”, y con igual éxito. Y es que sería injusto no citar aquí a todos los que forman el engranaje de la escuadra estadounidense y, sobre todo, a un lanzador de auténtico lujo, como es el australiano Mark Renshaw. Pero la guinda al pastel la pone Cavendish, quien ha reconocido ser “adicto” a la victoria y volverse agresivo cuando no gana. Por razones evidentes, no existe el menor riesgo de que esto suceda. Y es que el velocista británico ha pulverizado a todos sus rivales y ha presentado una tarjeta de impecables registros (seis triunfos parciales), añadiendo de paso aún más monotonía a la carrera: ni siquiera en los Campos Elíseos hubo sprint, porque los demás actores llegaron como media hora tarde a la función.

Eso de la monotonía, claro está, dicho desde la perspectiva de la deseable emoción de un sprint al uso, que directamente no ha existido este año, ya que a este muchacho le da por meter el turbo en el momento en el que divisa la pancarta desde la lejanía. En ese preciso instante termina todo, sin la menor posibilidad para los demás velocistas, que se tienen que conformar con verle a través de prismáticos, o luego en el resumen de la tele. Así las cosas, al resto de sprinters no les queda otra que probar suerte en otro tipo de especialidades (no hace falta que cambien de deporte, por ahora), o bien presentarse únicamente a aquellas carreras en las que no haya el menor rastro, ni en pintura, de un tal Cavendish. Y deberá ser así por mucho tiempo: la criaturita acaba de cumplir 24 años, así que hagan cuentas de lo que nos queda para volver a sentir la emoción de una disciplina otrora disputada como el sprint. Por ahora, nos conformaremos con que la del Tour vuelva mucho antes. El próximo año, si no es mucho pedir.

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