Pero los años, ¡ay los años!, me han retirado de esta pasión. Sin embargo aun cuento con la posibilidad de pasar parte de mi vida en el paraíso. Un paraíso dotado de playa a cincuenta metros, restaurantes, tiendas, supermercados, autobuses, aeropuerto, puerto, ciudades grandes y pequeñas, bares de copas y merenderos playeros, silencio o ruido a elegir, etc.
En quince kilómetros a la redonda me puedo encontrar con viñedos y huertos de todo tipo, con montaña inexplorada y con mercadillos abigarrados. Y la mar. Me entienden en cualquier idioma y se puede comer bien desde ocho euros al infinito. Hay maestros del dominó y de la conversación. Viejos pescadores y fabricantes de embutidos caseros.
Soy un disfrutón de los viajes. De los paisanos y los paisajes. He estado en el Bronx o en los Campos Elíseos, en Atenas o Jerusalén, en la Fontana di Trevi o en la Catedral de Colonia, en Picadilly Circus o en las Ramblas. Pero aquí, a diez minutos, tengo el Centro de Málaga o la Plaza de la Merced, lugares que no tienen nada que envidiar de ninguno de los emporios señalados.
Ya habrán adivinado cual es mi paraíso. Mi apartamentito en la Torre de Benagalbón, en la Costa del Sol oriental, con mi vecino el guiri, que cambió Scotland Yard por la paz malacitana y los gritos “domineros” de mi amigo “el Pinturas”.
Esto no está pagado con nada. Doy fe. Si me dejaran echar el copo, ya pasaría mi clasificación de paraíso a “el cielo”. Pero eso ya es demasiado. Como digo siempre… el Cielo tres días después de muerto y por la tarde. Mientras tanto esta es MI BUENA NOTICIA DE HOY.