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Ángel Sáez

Presentación de la revista "Portal"

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(Nota preliminar. Ayer, lunes, 20 de julio de 2009, en la capital de la ribera ibera de Navarra, Tudela, pocos minutos después de las ocho de la tarde, tuvo lugar, en la sede de la peña “La Teba” (acrónimo de Tudelanos En Buena Armonía), la presentación de la revista “Portal”. En la página 41 de la susodicha aparece publicada la colaboración en prosa (la colaboración en verso, que obra en la 45, la reservo, por razones obvias, para el próximo domingo, 26, festividad de Santa Ana) del menda, que lleva el título de “Así en el amor como en la política” y dice como sigue.)

Un caballero trajeado, con guantes blancos (el sombrero de copa y el paraguas, que también porta —el último, en su diestra—, son del mismo color que el terno, negros), a quien acompaña (o que acompaña a) una señorita “quitahípos”, se detiene ante el escaparate de una reputada joyería del centro de Algaso, la capital apócrifa, utópica, de la ribera ibera de Navarra, donde achata unos segundos su nariz la venusta damisela. Tras decirle ella a él algo al oído y estamparle un beso en su mejilla izquierda, entran juntos, del brazo, en el interior del establecimiento (que no miento). Después de ver varios muestrarios y probarse diversas alhajas, la esbelta fémina se decanta por una sortija de 18.000 euros del ala. Al ir a pagarla, el señor saca del bolsillo de la chaqueta su chequera. El joyero, al reparar en dicho gesto, parece torcer su amostachado morro, (de)mostrando su contrariedad, ya que es la primera vez que el señor, un dandi, de negro entra en su casa. A éste, al que no le ha pasado inadvertida la mueca de desagrado que ha esbozado el dueño del local, le viene, de modo pintiparado, a su pesquis el grueso de un guión de cierto cortometraje que aún no ha sido rodado (ergo, tampoco estrenado):

—Intuyo o, mejor, sospecho, que, como usted no me conoce, no se fía de mí y teme que este cheque no sea más que papel mojado. ¿Me equivoco?

—No marra.

—Hagamos, si no le parece mal mi propuesta, lo siguiente. Dado que no puedo sacar esa cantidad de dinero del cajero ni aceptará como pago, por sobrepasar el límite fijado, mi tarjeta de crédito, quédese usted con el uno y con la otra.

—¿Cómo? ¿Con los dos? ¿Con el cheque y con la alianza?

—Así es, con ambos.

—Pues no veo la manera de ponerle objeción a lo que me propone.

—El lunes, por la mañana, cuando haya comprobado que la guita obra en su cuenta corriente, llame por teléfono a este número —entregándole una tarjeta de visita—, que es el de esta señorita, mi prometida, para que venga a recogerla. ¿Tiene algún inconveniente?

—¿Por mi parte? Ninguno.

Llegado el día de la semana que goza de menos predicamento entre los trabajadores por cuenta ajena, nada más abrir la sucursal, el dueño de la joyería, en persona, acude al banco con el que más trabaja a cobrar el cheque. Allí el director de la misma, que le atiende como casi siempre, diligente y gentilmente, le hace saber y ver que el susodicho carece de fondos. Entonces, sin dilapidar un minuto, desde el propio despacho del mandamás de la oficina, a quien pide permiso para llevar a cabo la gestión, se dispone a llamar al número de móvil de la tarjeta (mas, como, con las prisas, ha olvidado las gafas en el coche, solicita que dicho trámite lo realice su anfitrión), que él cree de la acompañante del donjuán, pero que resulta ser de éste, ya que el mentado, sin que el dueño (ni la damisela) se enterara, le dio, como el experto prestidigitador que es, el cambiazo en el último momento y en un santiamén por una de las suyas.

—¿Sí? Dígame. ¿Quién es?

—Usted me epata y hasta mata. ¿Pero es posible que aún esté en casa de su novia?

—Evidentemente, no. Le pido disculpas por el fregado en el que lo he metido. Y, por supuesto, le doy las gracias por ayudarme a que pudiera trajinarme, durante el fin de semana, tres veces a la núbil morena.

—Déjeme decirle, al menos, por las molestias sobrevenidas, como resumen y colofón, que usted es un caradura de tomo y lomo, y aun de marca mayor. Y que a todo cerdo le llega su San Martín, casanova.

(Adenda: Por lo visto, en el amor como en la política, las estrategias, añagazas o trampantojos, con el transcurso del tiempo, cambian, pero no así ni la burla ni la táctica, que sigue concentrándose en estas pocas palabras: “Prometer, prometer hasta meter. Y, una vez metido, nada de lo prometido”.)

Presentación de la revista "Portal"

Ángel Sáez
Ángel Sáez
miércoles, 22 de julio de 2009, 05:18 h (CET)
(Nota preliminar. Ayer, lunes, 20 de julio de 2009, en la capital de la ribera ibera de Navarra, Tudela, pocos minutos después de las ocho de la tarde, tuvo lugar, en la sede de la peña “La Teba” (acrónimo de Tudelanos En Buena Armonía), la presentación de la revista “Portal”. En la página 41 de la susodicha aparece publicada la colaboración en prosa (la colaboración en verso, que obra en la 45, la reservo, por razones obvias, para el próximo domingo, 26, festividad de Santa Ana) del menda, que lleva el título de “Así en el amor como en la política” y dice como sigue.)

Un caballero trajeado, con guantes blancos (el sombrero de copa y el paraguas, que también porta —el último, en su diestra—, son del mismo color que el terno, negros), a quien acompaña (o que acompaña a) una señorita “quitahípos”, se detiene ante el escaparate de una reputada joyería del centro de Algaso, la capital apócrifa, utópica, de la ribera ibera de Navarra, donde achata unos segundos su nariz la venusta damisela. Tras decirle ella a él algo al oído y estamparle un beso en su mejilla izquierda, entran juntos, del brazo, en el interior del establecimiento (que no miento). Después de ver varios muestrarios y probarse diversas alhajas, la esbelta fémina se decanta por una sortija de 18.000 euros del ala. Al ir a pagarla, el señor saca del bolsillo de la chaqueta su chequera. El joyero, al reparar en dicho gesto, parece torcer su amostachado morro, (de)mostrando su contrariedad, ya que es la primera vez que el señor, un dandi, de negro entra en su casa. A éste, al que no le ha pasado inadvertida la mueca de desagrado que ha esbozado el dueño del local, le viene, de modo pintiparado, a su pesquis el grueso de un guión de cierto cortometraje que aún no ha sido rodado (ergo, tampoco estrenado):

—Intuyo o, mejor, sospecho, que, como usted no me conoce, no se fía de mí y teme que este cheque no sea más que papel mojado. ¿Me equivoco?

—No marra.

—Hagamos, si no le parece mal mi propuesta, lo siguiente. Dado que no puedo sacar esa cantidad de dinero del cajero ni aceptará como pago, por sobrepasar el límite fijado, mi tarjeta de crédito, quédese usted con el uno y con la otra.

—¿Cómo? ¿Con los dos? ¿Con el cheque y con la alianza?

—Así es, con ambos.

—Pues no veo la manera de ponerle objeción a lo que me propone.

—El lunes, por la mañana, cuando haya comprobado que la guita obra en su cuenta corriente, llame por teléfono a este número —entregándole una tarjeta de visita—, que es el de esta señorita, mi prometida, para que venga a recogerla. ¿Tiene algún inconveniente?

—¿Por mi parte? Ninguno.

Llegado el día de la semana que goza de menos predicamento entre los trabajadores por cuenta ajena, nada más abrir la sucursal, el dueño de la joyería, en persona, acude al banco con el que más trabaja a cobrar el cheque. Allí el director de la misma, que le atiende como casi siempre, diligente y gentilmente, le hace saber y ver que el susodicho carece de fondos. Entonces, sin dilapidar un minuto, desde el propio despacho del mandamás de la oficina, a quien pide permiso para llevar a cabo la gestión, se dispone a llamar al número de móvil de la tarjeta (mas, como, con las prisas, ha olvidado las gafas en el coche, solicita que dicho trámite lo realice su anfitrión), que él cree de la acompañante del donjuán, pero que resulta ser de éste, ya que el mentado, sin que el dueño (ni la damisela) se enterara, le dio, como el experto prestidigitador que es, el cambiazo en el último momento y en un santiamén por una de las suyas.

—¿Sí? Dígame. ¿Quién es?

—Usted me epata y hasta mata. ¿Pero es posible que aún esté en casa de su novia?

—Evidentemente, no. Le pido disculpas por el fregado en el que lo he metido. Y, por supuesto, le doy las gracias por ayudarme a que pudiera trajinarme, durante el fin de semana, tres veces a la núbil morena.

—Déjeme decirle, al menos, por las molestias sobrevenidas, como resumen y colofón, que usted es un caradura de tomo y lomo, y aun de marca mayor. Y que a todo cerdo le llega su San Martín, casanova.

(Adenda: Por lo visto, en el amor como en la política, las estrategias, añagazas o trampantojos, con el transcurso del tiempo, cambian, pero no así ni la burla ni la táctica, que sigue concentrándose en estas pocas palabras: “Prometer, prometer hasta meter. Y, una vez metido, nada de lo prometido”.)

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