Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Libros
Etiquetas | Crítica de libros | Biografía
Imprescindible guía para interpretar la obra del pintor holandés

'Hieronymus Bosch «El Bosco». Visiones y pesadillas' de Nils Büttner

|

Roberto Ferrando, profesor del I.N.E.M. Juan de Garay de Valencia en la época del bachillerato de Villar Palasí, inculcó a sus alumnos una afición que todavía perdura: el amor por el arte. Entre otras muchas enseñanzas, fue el primero que nos habló de ‘El jardín de las delicias’, un tríptico sugerente que admitía múltiples interpretaciones, obra de un pintor flamenco llamado El Bosco, cuyo nombre real, Hieronymus Bosch, descubriríamos más adelante y cuya procedencia resultaba cuanto menos brumosa, pues sus orígenes no terminaban de quedar claros. Para distinguir las pinturas del Bosco de las de otros autores, en realidad inconfundibles, Ferrando explicaba que había que buscar las ratas negras insertadas en sus escenas. «Las ratas negras simbolizan la muerte», decía. Esta insistencia suya inducía a pensar que el holandés se servía de alguna suerte de código para transmitir algún mensaje a quienes contemplaran sus obras. Es curioso que aquellas dos ideas, la de su confusa procedencia y la del código interpretativo, que nos inculcó Roberto Ferrando, constituyan aún hoy los pilares fundamentales sobre los que se asientan las dudas que suscita la figura de Hieronymus.

1006161

De esas dos dudas y de los restantes aspectos de su vida y obra, se ocupa profusamente el historiador Nils Büttner (Bremen, Alemania, 1967) en su libro ‘Hieronymus Bosch «El Bosco»’, recientemente publicado por Alianza Editorial. Büttner, especializado en arte holandés y también alemán, que imparte magisterio en la Universidad de Stuttgart, desarrolla en poco más de doscientas páginas un pormenorizado estudio sobre El Bosco, manejando trayectoria personal, pinturas y estatus social. Y lo hace con un lenguaje sencillo, que rehúye el tecnicismo inalcanzable para el profano. Lo de Büttner aquí es pura didáctica, pero una didáctica bien alejada del aburrimiento. Creo que el lector ha estado muy presente en su mente durante la redacción del texto, que se convierte en una auténtica guía para conocer la obra del Bosco.

Para despejar la primera duda, la de la brumosa procedencia, el profesor alemán deja clara la nacionalidad holandesa del pintor, nacido en la ciudad de Den Bosch, así como su ascendencia alemana (su abuelo, natural de la localidad germana de Aachen, emigró a los Países Bajos en 1404). No ocurre lo mismo con la fecha de su nacimiento, que al día de hoy se desconoce con exactitud, aunque el lustro 1450-1455 parece el momento más aproximado a la realidad.

El Bosco rompe con el prototipo del artista agobiado por los gastos que pinta para comer. Señala Büttner que, tras casarse con Aleyt Goijaert van den Meervenne en 1480, gozó de un buen pasar. De hecho se sabe que hacia 1487 no necesitaba trabajar para vivir con holgura en Bolduque (‘s-Hertogenbosch, en holandés), la ciudad de veinte mil habitantes en la que pasó la mayor parte de su vida y donde sería enterrado el 9 de agosto de 1516. Por supuesto, la venta de sus obras no le venía nada mal y le proporcionaba buenos ingresos. Monarcas como Felipe el Hermoso, Margarita de Austria e incluso Isabel la Católica fueron clientes suyos. Otro dato que certifica su pujanza social lo constituye su pertenencia a la Cofradía de Nuestra Señora, asociación religiosa de la que fue miembro jurado, cargo distinguido que le otorgaba un cierto rango eclesiástico.

A pesar de que se le han atribuido multitud de obras, solo veinticuatro de las que nacieron de sus pinceles, pigmentos y aceites, han llegado hasta nosotros con certeza absoluta de autenticidad. Büttner explica que, para datarlas con exactitud, se ha utilizado la técnica dendrocronológica, que permite conocer la antigüedad de las maderas sobre las que fueron pintadas, mediante el estudio de la fecha de tala de los árboles de los que se extrajeron. Es curioso, pues, que la obra del Bosco se catalogue con mayor facilidad gracias a una técnica científica que por el estudio de la evolución de su pintura. Sin duda su producción fue más extensa, pero tras su muerte se perdió gran parte de la misma, probablemente vendida, primero, y extraviada, después.

Como afirma el historiador alemán, para El Bosco «crear fue siempre pintar» y su espacio pictórico no fue «un fragmento de realidad que se destaca y observa, sino un escenario de fuerte carga simbólica en el que tiene lugar una acción». Este enfoque conduce directamente al capítulo del libro dedicado a la interpretación de sus tablas y pinturas, la suerte de código del que hablaba al principio, que ha admitido todo tipo de conjeturas a lo largo del tiempo. Cuando El Bosco comenzó su carrera, la pintura cobró una importancia muy grande y se asimiló al mismo nivel que la palabra: Ut pictura poesis («como la pintura así es la poesía»). Dado el alto nivel de analfabetismo de la población, los teólogos defendían el principio de que «la principal tarea de las artes visuales era contribuir a la salvación de las almas». Si la gente no sabía leer, al menos podía recibir información a través de la pintura. En este ambiente se desenvolvió El Bosco, sin embargo, su fascinación por el infierno, le llevó a crear monstruos y seres demoniacos inimaginables hasta entonces y a mezclar criaturas mitológicas como prueba del infinito poder creador de Dios. Añade Nils Büttner que «los cuadros del Bosco fueron tan imitados porque confirmaban los peores miedos de sus contemporáneos». Para comprender bien esta aseveración, hay que tener presente que para sus conciudadanos el mundo albergaba individuos grotescos y estrafalarios, tipos espantosos a los que consideraban cómicos y entretenidos. Desde ese punto de vista, no podemos reducir las invenciones del holandés a la esfera de la instrucción teológica y moral. Sin duda, gracias a su desahogada economía y al contrario que ocurría con muchos de sus colegas, El Bosco pudo dedicarse a imaginar con completa libertad.

Estrechamente ligado con lo anterior, encontramos que, a lo largo de su carrera, comenzó a concederse importancia en la pintura al tema y a la forma. Surgió en aquel momento la afición por el coleccionismo de obras de arte. A los pintores se les encargaban obras y, en el momento de firmar el contrato, el artista entregaba un esbozo del cuadro concertado. De ahí procede la mayor parte de dibujos abocetados existentes de los cuadros del Bosco. El hecho de que entre su clientela se encontrasen monarcas, nobles y burgueses acomodados, que apreciaban, valoraban y admiraban su arte, además de proporcionarle buenos ingresos como ya se ha dicho, actuó como caja de resonancia para la difusión de su obra.

El libro de Büttner, que se cierra con un abundante apartado de Notas, Bibliografía e Índice onomástico, también entra al detalle en los trabajos más representativos de El Bosco. Obras como San Cristóbal, El carro de heno, El jardín de las delicias, Las tentaciones de San Antonio, Cristo con la cruz a cuestas, El Juicio Final, La Adoración de los Reyes Magos, Crucifixión con donante, Meditaciones de San Juan Bautista o La Mesa de los pecados capitales, entre otros muchos, son analizadas con minuciosidad, proporcionando al lector un punto de vista distinto del que observa el mero visitante de una exposición de cuadros. Precisamente ahora, cuando en el Museo del Prado de Madrid se está conmemorando el V Centenario de su muerte con una exposición antológica, gracias este ‘Hieronymus Bosch «El Bosco». Visiones y pesadillas’, tal vez sea el momento de enfrentarse a la contemplación de las obras del artista holandés con otra mirada, con ojos cargados de referentes históricos, sociales y artísticos distintos.

Ah, y las ratas negras del profesor Ferrando existen. Al menos, quien esto suscribe, guiado por el verbo de Büttner, las ha encontrado. Y en El jardín de las delicias, nada menos.

‘Hieronymus Bosch «El Bosco». Visiones y pesadillas’. Nils Büttner (traducido por Miguel Ángel Pérez Pérez). Alianza Editorial. Mayo 2016. Tapa dura, color, 205 páginas. Precio: 18 €.

'Hieronymus Bosch «El Bosco». Visiones y pesadillas' de Nils Büttner

Imprescindible guía para interpretar la obra del pintor holandés
Herme Cerezo
viernes, 10 de junio de 2016, 01:29 h (CET)
Roberto Ferrando, profesor del I.N.E.M. Juan de Garay de Valencia en la época del bachillerato de Villar Palasí, inculcó a sus alumnos una afición que todavía perdura: el amor por el arte. Entre otras muchas enseñanzas, fue el primero que nos habló de ‘El jardín de las delicias’, un tríptico sugerente que admitía múltiples interpretaciones, obra de un pintor flamenco llamado El Bosco, cuyo nombre real, Hieronymus Bosch, descubriríamos más adelante y cuya procedencia resultaba cuanto menos brumosa, pues sus orígenes no terminaban de quedar claros. Para distinguir las pinturas del Bosco de las de otros autores, en realidad inconfundibles, Ferrando explicaba que había que buscar las ratas negras insertadas en sus escenas. «Las ratas negras simbolizan la muerte», decía. Esta insistencia suya inducía a pensar que el holandés se servía de alguna suerte de código para transmitir algún mensaje a quienes contemplaran sus obras. Es curioso que aquellas dos ideas, la de su confusa procedencia y la del código interpretativo, que nos inculcó Roberto Ferrando, constituyan aún hoy los pilares fundamentales sobre los que se asientan las dudas que suscita la figura de Hieronymus.

1006161

De esas dos dudas y de los restantes aspectos de su vida y obra, se ocupa profusamente el historiador Nils Büttner (Bremen, Alemania, 1967) en su libro ‘Hieronymus Bosch «El Bosco»’, recientemente publicado por Alianza Editorial. Büttner, especializado en arte holandés y también alemán, que imparte magisterio en la Universidad de Stuttgart, desarrolla en poco más de doscientas páginas un pormenorizado estudio sobre El Bosco, manejando trayectoria personal, pinturas y estatus social. Y lo hace con un lenguaje sencillo, que rehúye el tecnicismo inalcanzable para el profano. Lo de Büttner aquí es pura didáctica, pero una didáctica bien alejada del aburrimiento. Creo que el lector ha estado muy presente en su mente durante la redacción del texto, que se convierte en una auténtica guía para conocer la obra del Bosco.

Para despejar la primera duda, la de la brumosa procedencia, el profesor alemán deja clara la nacionalidad holandesa del pintor, nacido en la ciudad de Den Bosch, así como su ascendencia alemana (su abuelo, natural de la localidad germana de Aachen, emigró a los Países Bajos en 1404). No ocurre lo mismo con la fecha de su nacimiento, que al día de hoy se desconoce con exactitud, aunque el lustro 1450-1455 parece el momento más aproximado a la realidad.

El Bosco rompe con el prototipo del artista agobiado por los gastos que pinta para comer. Señala Büttner que, tras casarse con Aleyt Goijaert van den Meervenne en 1480, gozó de un buen pasar. De hecho se sabe que hacia 1487 no necesitaba trabajar para vivir con holgura en Bolduque (‘s-Hertogenbosch, en holandés), la ciudad de veinte mil habitantes en la que pasó la mayor parte de su vida y donde sería enterrado el 9 de agosto de 1516. Por supuesto, la venta de sus obras no le venía nada mal y le proporcionaba buenos ingresos. Monarcas como Felipe el Hermoso, Margarita de Austria e incluso Isabel la Católica fueron clientes suyos. Otro dato que certifica su pujanza social lo constituye su pertenencia a la Cofradía de Nuestra Señora, asociación religiosa de la que fue miembro jurado, cargo distinguido que le otorgaba un cierto rango eclesiástico.

A pesar de que se le han atribuido multitud de obras, solo veinticuatro de las que nacieron de sus pinceles, pigmentos y aceites, han llegado hasta nosotros con certeza absoluta de autenticidad. Büttner explica que, para datarlas con exactitud, se ha utilizado la técnica dendrocronológica, que permite conocer la antigüedad de las maderas sobre las que fueron pintadas, mediante el estudio de la fecha de tala de los árboles de los que se extrajeron. Es curioso, pues, que la obra del Bosco se catalogue con mayor facilidad gracias a una técnica científica que por el estudio de la evolución de su pintura. Sin duda su producción fue más extensa, pero tras su muerte se perdió gran parte de la misma, probablemente vendida, primero, y extraviada, después.

Como afirma el historiador alemán, para El Bosco «crear fue siempre pintar» y su espacio pictórico no fue «un fragmento de realidad que se destaca y observa, sino un escenario de fuerte carga simbólica en el que tiene lugar una acción». Este enfoque conduce directamente al capítulo del libro dedicado a la interpretación de sus tablas y pinturas, la suerte de código del que hablaba al principio, que ha admitido todo tipo de conjeturas a lo largo del tiempo. Cuando El Bosco comenzó su carrera, la pintura cobró una importancia muy grande y se asimiló al mismo nivel que la palabra: Ut pictura poesis («como la pintura así es la poesía»). Dado el alto nivel de analfabetismo de la población, los teólogos defendían el principio de que «la principal tarea de las artes visuales era contribuir a la salvación de las almas». Si la gente no sabía leer, al menos podía recibir información a través de la pintura. En este ambiente se desenvolvió El Bosco, sin embargo, su fascinación por el infierno, le llevó a crear monstruos y seres demoniacos inimaginables hasta entonces y a mezclar criaturas mitológicas como prueba del infinito poder creador de Dios. Añade Nils Büttner que «los cuadros del Bosco fueron tan imitados porque confirmaban los peores miedos de sus contemporáneos». Para comprender bien esta aseveración, hay que tener presente que para sus conciudadanos el mundo albergaba individuos grotescos y estrafalarios, tipos espantosos a los que consideraban cómicos y entretenidos. Desde ese punto de vista, no podemos reducir las invenciones del holandés a la esfera de la instrucción teológica y moral. Sin duda, gracias a su desahogada economía y al contrario que ocurría con muchos de sus colegas, El Bosco pudo dedicarse a imaginar con completa libertad.

Estrechamente ligado con lo anterior, encontramos que, a lo largo de su carrera, comenzó a concederse importancia en la pintura al tema y a la forma. Surgió en aquel momento la afición por el coleccionismo de obras de arte. A los pintores se les encargaban obras y, en el momento de firmar el contrato, el artista entregaba un esbozo del cuadro concertado. De ahí procede la mayor parte de dibujos abocetados existentes de los cuadros del Bosco. El hecho de que entre su clientela se encontrasen monarcas, nobles y burgueses acomodados, que apreciaban, valoraban y admiraban su arte, además de proporcionarle buenos ingresos como ya se ha dicho, actuó como caja de resonancia para la difusión de su obra.

El libro de Büttner, que se cierra con un abundante apartado de Notas, Bibliografía e Índice onomástico, también entra al detalle en los trabajos más representativos de El Bosco. Obras como San Cristóbal, El carro de heno, El jardín de las delicias, Las tentaciones de San Antonio, Cristo con la cruz a cuestas, El Juicio Final, La Adoración de los Reyes Magos, Crucifixión con donante, Meditaciones de San Juan Bautista o La Mesa de los pecados capitales, entre otros muchos, son analizadas con minuciosidad, proporcionando al lector un punto de vista distinto del que observa el mero visitante de una exposición de cuadros. Precisamente ahora, cuando en el Museo del Prado de Madrid se está conmemorando el V Centenario de su muerte con una exposición antológica, gracias este ‘Hieronymus Bosch «El Bosco». Visiones y pesadillas’, tal vez sea el momento de enfrentarse a la contemplación de las obras del artista holandés con otra mirada, con ojos cargados de referentes históricos, sociales y artísticos distintos.

Ah, y las ratas negras del profesor Ferrando existen. Al menos, quien esto suscribe, guiado por el verbo de Büttner, las ha encontrado. Y en El jardín de las delicias, nada menos.

‘Hieronymus Bosch «El Bosco». Visiones y pesadillas’. Nils Büttner (traducido por Miguel Ángel Pérez Pérez). Alianza Editorial. Mayo 2016. Tapa dura, color, 205 páginas. Precio: 18 €.

Noticias relacionadas

Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.

A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen. 

Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto