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M. Rivilla, Madrid

Cambiar no cambia la realidad

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Con el cambio que algunas figuras de la farándula sociopolítica hacen de los nombres de las cosas, creen que varía la realidad de las mismas. Así, piensan, se modificará su valoración moral. Lo que hasta hace poco se rechazaba como inmoral o delictivo, hoy por la fuerza de la propaganda, la actuación en los medios de los trasgresores, se van modificando las costumbres sociales. Una muestra: La traición a la propia pareja tiene un nombre. Adulterio o infidelidad.

Tanto la revelación divina en la Biblia, como la moral judeo-cristiana, la de las Iglesias cristianas, como las Leyes civiles y el sentido común del pueblo llano, han considerado la infidelidad como algo negativo, contrario al verdadero amor y reprobable. Ni la moda, ni la abundancia de trasgresores, ni la ética más progresista, podrán justificar sea bueno, lo que daña al bien común. Es bueno o malo no lo que a cada uno le parece o cree, sino lo que por Ley natural está inscrito en el corazón de todos los hombres.

El relativismo, hoy de moda, no podrá prevalecer a la verdad de la realidad. Cambiar los nombres de las cosas no cambia su realidad natural.

Cambiar no cambia la realidad

M. Rivilla, Madrid
Lectores
jueves, 9 de junio de 2016, 12:03 h (CET)
Con el cambio que algunas figuras de la farándula sociopolítica hacen de los nombres de las cosas, creen que varía la realidad de las mismas. Así, piensan, se modificará su valoración moral. Lo que hasta hace poco se rechazaba como inmoral o delictivo, hoy por la fuerza de la propaganda, la actuación en los medios de los trasgresores, se van modificando las costumbres sociales. Una muestra: La traición a la propia pareja tiene un nombre. Adulterio o infidelidad.

Tanto la revelación divina en la Biblia, como la moral judeo-cristiana, la de las Iglesias cristianas, como las Leyes civiles y el sentido común del pueblo llano, han considerado la infidelidad como algo negativo, contrario al verdadero amor y reprobable. Ni la moda, ni la abundancia de trasgresores, ni la ética más progresista, podrán justificar sea bueno, lo que daña al bien común. Es bueno o malo no lo que a cada uno le parece o cree, sino lo que por Ley natural está inscrito en el corazón de todos los hombres.

El relativismo, hoy de moda, no podrá prevalecer a la verdad de la realidad. Cambiar los nombres de las cosas no cambia su realidad natural.

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