Por muy optimista que uno quiere ser, no encuentra la diversión del Tour de Francia que a punto está de afrontar la última semana por ninguna parte. Todo sigue como al comienzo. Aún no se sabe quién está fuerte y quién no lo está. No se sabe porque ninguno, a excepción de Contador en Andorra, lo ha probado. Al ritmo que llevan no sería extraño que Nocentini, el actual líder, acabe llevándose el triunfo final.
Debe ser el Tour más cómodo de la historia y, por supuesto, el más aburrido. No tiene vida. De no existir los Txurruka, Chavanel, Egoi Martínez o Feillu, sería casi un éxito no caer dormido frente a la pantalla en cada etapa. Y eso que Pedro Delgado y Carlos de Andrés hacen todo lo posible para evitarlo. Menos mal que son ellos los comentaristas, porque, de lo contrario, repito, sería una verdadera aventura mantener los ojos abiertos. Algo increíble tratándose de la competición más espectacular del mundo.
Se han pasado trece etapas y la guerra entre los favoritos se resume en un ataque de Alberto Contador, varios amagos de demarraje de Andy Schleck y en el intento suicida que Cadel Evans protagonizó hace varios días. Un resultado muy pobre para una carrera como el Tour de Francia, que si pretende enganchar a más aficionados lo tiene, de esta manera, muy, pero que muy, complicado.
No voy a entrar en lo sucedido, o más bien, en lo que no sucedió en la etapa del Aspin y del Tourmalet. Creo que con decir que a punto estuvo de ganar Óscar Freire o José Joaquín Rojas es suficiente para que se hagan una idea de mi opinión. Ocurrió como ayer. Una jornada con un puerto de primera categoría, dos de segunda y otros dos de tercera, no puede acabar con Peter Velits y Thor Hushovd en la quinta y sexta posición, respectivamente. De broma.
Ojalá que, por el bien del ciclismo, desaparezca, de aquí a París, el pasotismo instalado en el pelotón y aparezca, de una vez por todas, el espectáculo que caracteriza a este deporte.