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Padres agredidos por sus hijos

El arbolito desde chiquitito

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El refrán con el que encabezo este trabajo quiere decir que si una cosa, un árbol, o una persona queremos que crezca derecho sin malas inclinaciones ni torcimientos, deberemos de mantenerlo firme desde la más temprana edad.

El árbol para que no de vicie y adquiera una desviación que, a veces, lo mantiene casi a ras de suelo, hay que sujetarlo firmemente a un rodrigón o estaca recta para que, al crecer, se mantenga igual de firme que ella y no se extravíe en su crecimiento.

Igual ocurre con los hijos. Éstos han de estar sujetos y controlados firmemente, no atados a un palo sino a la sombra de sus padres que no deberán de permitirles ni el más mínimo descarrío.

Esto se consigue, primero con el buen ejemplo de sus progenitores quienes, en todo momento, han de mostrar una rectitud de conciencia, un compromiso con el cumplimiento de su deber y una veracidad en todos sus comportamientos que sirvan de modelo a imitar por sus hijos.

En el papel de la familia cada uno tiene una función que desempeñar y un lugar en el que encontrar cómodamente su ubicación.

A veces oímos la frase “soy el mejor amigo de mis hijos”.

Esto es un gravísimo error, un completo dislate. Un padre o una madre nunca pueden ser amigos de sus hijos, los amigos son los compañeros de colegio o los que se escogen por tener caracteres afines. Los padres son los responsables de sus conductas y comportamientos, un amigo, un colega no.

Otro fallo de gran magnitud es que la mayoría de los padres se han desentendido de la educación y corrección de sus hijos y erróneamente consideran que ese trabajo es competencia de los maestros. La labor de éstos es la de enseñar y, de acuerdo con los padres, siempre contando con su colaboración, modificar algún defecto o descarrío que observen en el niño porque a la escuela hay que ir educado.

Hay un propósito firme, ladino e irrevocable de corromper a la Sociedad. Desde hace tiempo estamos viendo cómo se están eliminando los valores que han sustentado nuestra civilización occidental desde los tiempos más remotos de nuestra historia.

¿Eso cómo se logra?, desviando al arbolito, es decir al niño, desde chiquitito. Hay que consentirle todos los caprichos. Todo lo que desee hay que proporcionárselo mientras más pronto mejor, porque si no, según la perniciosa corriente dolosamente extendida, el pequeño puede sufrir un trauma que lo marcará para toda su vida.

No se le sabe decir NO, cuando llega do momento. No se le pide esfuerzo para que consiga lo que desea, ni se le hace ver el valor de las cosas. Este desprecio al esfuerzo, al sacrificio a la abnegación, a la consecución de algo por mérito y aplicación para su consecución, nos está proporcionando niños y jóvenes indolentes, apáticos y sin voluntad de superación.

Dicen que los niños no deben de ser castigados, porque, su equilibrio mental puede ser trastocado y que arrastre durante toda su vida un trauma que le haga perder su estabilidad emocional.

Esta actitud permisiva es la que está dando lugar a que los hijos, a los que se les han consentido todo, cuando llegue el momento de encontrarse con la realidad y los padres no puedan concederles lo que les piden, se revuelvan contra ellos, agrediéndolos verbal y físicamente. Son niños a los que sus padres no han tenido el valor de que admitan un NO por respuesta cuando no merecen lo que exigen, es un capricho innecesario o una cosa baladí que realmente no necesitan.

Estos son los hijos que atacan a los padres, llegando en ocasiones a causarles la muerte, así como a los maestros, profesionales de la sanidad, o a la autoridad legal.

No voy a hablar de estadísticas ni de números, pero raro es el día en el no tenemos conocimiento de alguno de estos casos, cuando los padres y los agredidos ya no pueden más y recurren a las autoridades. Esto es sólo el extremo de la pirámide, pues, en muchas ocasiones los mismos progenitores y superiores, no se atreven a denunciarlos por el enorme terror que les tienen.

Son niños a los que sólo se les han consentido caprichos, derechos, nunca obligaciones ni responsabilidades. No sirven ni para escuchar si lleve.

Ciertamente hay muchos, posiblemente la mayoría, que son responsables, esforzador, respetuosos, cumplidores con su deber y que sabrán labrarse un puesto en la vida.

Pertenezco a la generación de los niños de la post guerra. Somos los que hemos levantado España. Nos enseñaron el valor, no el precio de las cosas, también a respetar a nuestros mayores, a esforzarnos, sacrificarnos y conceder importancia a lo que verdaderamente la tenía.

¡Que nos se nos ocurriese a ninguno llegar a casa diciendo que el profesor nos había castigado o dado algunos palmetazos en las manos con la regla! Se nos podía caer el pelo, pues nuestros padres, además de decir que nos lo habríamos merecido, también ponían de su parte, dándonos algún cachete o azote.

Y aquí estamos. No conozco a ninguno de mis compañeros de colegio o de estudios que haya padecido depresiones o que su personalidad se haya visto menoscabada por el castigo de un profesor, o se sus padres. Y sufrimos, sufrimos mucho porque había escasez de todo. Caprichos, más bien ninguno, y si obtenías alguno, antes tendrías que habértelo ganado con buen comportamiento, buenas notas y mucho esfuerzo.

Trabajamos y estudiamos, la mayoría con becas que para obtenerlas teníamos que conseguir un notable de nota media, pero al haber tanta competencia, nos esforzábamos para llegar a un sobresaliente.

Como he dicho antes considero que hay un propósito malicioso para que las futuras generaciones sean una masa de adocenados buenos para nada, porque se pastorea mejor un rebaño de incultos que un pueblo que conozca sus derechos.

El arbolito desde chiquitito

Padres agredidos por sus hijos
Manuel Villegas
domingo, 5 de junio de 2016, 11:57 h (CET)
El refrán con el que encabezo este trabajo quiere decir que si una cosa, un árbol, o una persona queremos que crezca derecho sin malas inclinaciones ni torcimientos, deberemos de mantenerlo firme desde la más temprana edad.

El árbol para que no de vicie y adquiera una desviación que, a veces, lo mantiene casi a ras de suelo, hay que sujetarlo firmemente a un rodrigón o estaca recta para que, al crecer, se mantenga igual de firme que ella y no se extravíe en su crecimiento.

Igual ocurre con los hijos. Éstos han de estar sujetos y controlados firmemente, no atados a un palo sino a la sombra de sus padres que no deberán de permitirles ni el más mínimo descarrío.

Esto se consigue, primero con el buen ejemplo de sus progenitores quienes, en todo momento, han de mostrar una rectitud de conciencia, un compromiso con el cumplimiento de su deber y una veracidad en todos sus comportamientos que sirvan de modelo a imitar por sus hijos.

En el papel de la familia cada uno tiene una función que desempeñar y un lugar en el que encontrar cómodamente su ubicación.

A veces oímos la frase “soy el mejor amigo de mis hijos”.

Esto es un gravísimo error, un completo dislate. Un padre o una madre nunca pueden ser amigos de sus hijos, los amigos son los compañeros de colegio o los que se escogen por tener caracteres afines. Los padres son los responsables de sus conductas y comportamientos, un amigo, un colega no.

Otro fallo de gran magnitud es que la mayoría de los padres se han desentendido de la educación y corrección de sus hijos y erróneamente consideran que ese trabajo es competencia de los maestros. La labor de éstos es la de enseñar y, de acuerdo con los padres, siempre contando con su colaboración, modificar algún defecto o descarrío que observen en el niño porque a la escuela hay que ir educado.

Hay un propósito firme, ladino e irrevocable de corromper a la Sociedad. Desde hace tiempo estamos viendo cómo se están eliminando los valores que han sustentado nuestra civilización occidental desde los tiempos más remotos de nuestra historia.

¿Eso cómo se logra?, desviando al arbolito, es decir al niño, desde chiquitito. Hay que consentirle todos los caprichos. Todo lo que desee hay que proporcionárselo mientras más pronto mejor, porque si no, según la perniciosa corriente dolosamente extendida, el pequeño puede sufrir un trauma que lo marcará para toda su vida.

No se le sabe decir NO, cuando llega do momento. No se le pide esfuerzo para que consiga lo que desea, ni se le hace ver el valor de las cosas. Este desprecio al esfuerzo, al sacrificio a la abnegación, a la consecución de algo por mérito y aplicación para su consecución, nos está proporcionando niños y jóvenes indolentes, apáticos y sin voluntad de superación.

Dicen que los niños no deben de ser castigados, porque, su equilibrio mental puede ser trastocado y que arrastre durante toda su vida un trauma que le haga perder su estabilidad emocional.

Esta actitud permisiva es la que está dando lugar a que los hijos, a los que se les han consentido todo, cuando llegue el momento de encontrarse con la realidad y los padres no puedan concederles lo que les piden, se revuelvan contra ellos, agrediéndolos verbal y físicamente. Son niños a los que sus padres no han tenido el valor de que admitan un NO por respuesta cuando no merecen lo que exigen, es un capricho innecesario o una cosa baladí que realmente no necesitan.

Estos son los hijos que atacan a los padres, llegando en ocasiones a causarles la muerte, así como a los maestros, profesionales de la sanidad, o a la autoridad legal.

No voy a hablar de estadísticas ni de números, pero raro es el día en el no tenemos conocimiento de alguno de estos casos, cuando los padres y los agredidos ya no pueden más y recurren a las autoridades. Esto es sólo el extremo de la pirámide, pues, en muchas ocasiones los mismos progenitores y superiores, no se atreven a denunciarlos por el enorme terror que les tienen.

Son niños a los que sólo se les han consentido caprichos, derechos, nunca obligaciones ni responsabilidades. No sirven ni para escuchar si lleve.

Ciertamente hay muchos, posiblemente la mayoría, que son responsables, esforzador, respetuosos, cumplidores con su deber y que sabrán labrarse un puesto en la vida.

Pertenezco a la generación de los niños de la post guerra. Somos los que hemos levantado España. Nos enseñaron el valor, no el precio de las cosas, también a respetar a nuestros mayores, a esforzarnos, sacrificarnos y conceder importancia a lo que verdaderamente la tenía.

¡Que nos se nos ocurriese a ninguno llegar a casa diciendo que el profesor nos había castigado o dado algunos palmetazos en las manos con la regla! Se nos podía caer el pelo, pues nuestros padres, además de decir que nos lo habríamos merecido, también ponían de su parte, dándonos algún cachete o azote.

Y aquí estamos. No conozco a ninguno de mis compañeros de colegio o de estudios que haya padecido depresiones o que su personalidad se haya visto menoscabada por el castigo de un profesor, o se sus padres. Y sufrimos, sufrimos mucho porque había escasez de todo. Caprichos, más bien ninguno, y si obtenías alguno, antes tendrías que habértelo ganado con buen comportamiento, buenas notas y mucho esfuerzo.

Trabajamos y estudiamos, la mayoría con becas que para obtenerlas teníamos que conseguir un notable de nota media, pero al haber tanta competencia, nos esforzábamos para llegar a un sobresaliente.

Como he dicho antes considero que hay un propósito malicioso para que las futuras generaciones sean una masa de adocenados buenos para nada, porque se pastorea mejor un rebaño de incultos que un pueblo que conozca sus derechos.

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