Ayer la selección española perdió un partido, tras dos años de imbatibilidad. Algún día tendría que llegar, y es que por mucho que elevemos a la excelencia nuestro juego, somos humanos, y un mal día lo puede tener cualquiera. Hoy en día en futbol no hay rival pequeño, y a un partido cualquier equipo te la puede liar. Anoche le tocó a España.

Estados Unidos fue el verdugo de nuestra selección. Un equipo inferior, pero que sabe utilizar sus armas, y que ha pasado del desahucie previo a la última jornada de liguilla, a colocarse en la final, eliminando a la favorita. Por tanto bien por ellos. Aunque es cierto, que fue uno de esos partidos, de los que pierdes uno de los diez que juegas así. Los goles norteamericanos fueron un despropósito defensivo de los españoles, mientras que nosotros en 30 tiros, no supimos marcar un solo gol.

Hay partidos y partidos, y hay derrotas y derrotas. Y no se ustedes, pero yo al terminar, me encontraba decepcionado por la derrota, pero satisfecho por el partido de España. Ayer no salieron las cosas, pero jugamos a lo nuestro, como sabemos, y como nos hicimos campeones de Europa. Decisiones de Del Bosque aparte, sobre todo el cambio de Cesc, la selección hizo un buen partido, sobre todo en la segunda mitad, donde asedió a los americanos, sin premio.

Como les decía, al terminar el partido, no me invadía esa pesadumbre típica de otros años y otras épocas, cuando la selección te daba una de cal y otra de arena. Y me marcharé tranquilo a la cama, porque sé que estos accidentes ocurren en el fútbol, donde nadie es invencible, pero sí lo es en 35 de 36 partidos, como nuestra selección, porque jugando bien al fútbol, como lo hacemos nosotros, se gana casi siempre, y ayer tocó el casi. Lo mejor es que hemos aprendido a morir en la orilla fieles a nuestro estilo, porque España tocó la pelota hasta el pitido final.