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Una novela intemporal de Madín Rodriguez Viñes

La convulsión

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Sin que argumental ni estilísticamente tengan mucho que ver, me ha venido un eco de El Diablo en el Cuerpo (Le diable au corps), obra de un escritor muerto a los 20 años, Raymond Radiguet, tras la lectura de La Convulsión, novela de Madín Rodriguez Viñes (La Coruña, 1945).

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Acaso las razones haya que buscarlas en ese poso literario que va quedando en los que hemos sido lectores empedernidos (y empecinados) de novela desde hace muchos años; tantos como toda la vida. Y es ese poso, difuminado en la memoria el argumento, el que te da la clave de la obra; como en un pentagrama es la clave la que marca la posición de las notas, y el modo, el “carácter” de la música: Sol mayor (la vitalidad y la alegría); Fa menor (la melancolía y la tristeza).

La novela comienza en París; un París ya lejano e improbable.

Un joven que huye de los estertores finales del régimen de Franco, se encuentra de pronto enfrentado a un mundo (su “nuevo mundo”) que le irá dando poco a poco las claves de su “yo”, y con ellas las de esa parcela de libertad que resulta inalienable, ya que reside en el interior de cada uno de nosotros.

La historia arranca con una escena de enorme carga simbólica: el protagonista, recién llegado a la capital francesa, hurga en sus bolsillos y descubre dos monedas. Una tiene la efigie del general Franco y en torno a ella se lee: Francisco Franco, caudillo de España por la Gracia de Dios”. En la otra figura la silueta de “El hombre de Vitruvio”, de Leonardo da Vinci, con el lema: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. El haz y el envés de dos realidades. Una que se cierra y otra que se abre.

Sobra decir que la novela de Madín Rodriguez Viñes es autobiográfica. Y esa experiencia –la que supone desembarcar en un mundo nuevo y anhelado- lo llevó a escribir esta obra en la que pulsan la vida y lo desconcertante como los latidos en las sienes. Las heridas van poco a poco restañándose; el espíritu, aunque siempre alerta, tiende hacia la calma o, mejor dicho, hacia la serenidad. Y en ese estado nuevo es cuando empieza a descorrerse el “velo de maia” (el que separa la realidad material del mundo espiritual) y le es posible otear lo que hay detrás.

El autor, que ha sido muchas cosas (estudiante de arquitectura en los años sesenta, lector de español en la Sorbona, profesor en diversos centros de Francia, América del Sur y del Norte, viajero por África...) es, por encima de todo, un escritor que, como Raymond Radiguet, ha escrito pocos libros; pero lo poco (éste y su poemario, La Fuente de las Aguas) resulta tan sugerente que equivale a una buena parte del contenido de novelas y escritos de otros autores (no cito nombres; que cada cual elija los suyos) que no han hecho otra cosa que repetirse a sí mismos. En La Convulsión crea un personaje que crece y se rebela (“Si todos nacemos originales, ¿por qué ellos querían que muriésemos como copias?”) Y también indaga sobre el papel del ser humano en su contexto cronológico (“No necesita decir nada. La Historia se hace como la vida individual, a base de paréntesis que se abren y otros que se cierran. De todas maneras, hay un factor que todo lo revienta: el tiempo”) En ocasiones, el protagonista es un iconoclasta que entra en conceptos como un elefante en una cacharrería. Habla, por ejemplo, de su experiencia en el ejército: “La primera farsa controlada consistía en el recibimiento. Puede llamarse de reconcialición espiritual, social y humana.- Todos desnudos, virginalmente, sin diferenciación alguna, entraban, erotizados por su mismo sexo, en el útero de la madre patria”.

Hacia el final del libro, cuando aparece el sabio que ha descorrido el “velo de maia”, el tono se vuelve más lírico, menos convulsivo, con momentos que emocionan: “Iré siempre a la playa, y sentado en la arena seguiré mirando la marea del océano para que tú me escuches”.

Parafraseando el título de Nietszche, esta obra inédita durante muchos años de Madín Rodriguez Viñes es “humana, demasiado humana”. Quedó finalista del Premio Planeta y durmió hasta que el amor del autor hacia su madre (acaso su cariño más profundo y duradero) la rescató del sueño de los libros no impresos.

(La Convulsión será presentada en la Librería Lé de Madrid, el jueves 2 de junio, a las 19 horas)

La convulsión

Una novela intemporal de Madín Rodriguez Viñes
Luis del Palacio
lunes, 30 de mayo de 2016, 09:18 h (CET)
Sin que argumental ni estilísticamente tengan mucho que ver, me ha venido un eco de El Diablo en el Cuerpo (Le diable au corps), obra de un escritor muerto a los 20 años, Raymond Radiguet, tras la lectura de La Convulsión, novela de Madín Rodriguez Viñes (La Coruña, 1945).

3005161

Acaso las razones haya que buscarlas en ese poso literario que va quedando en los que hemos sido lectores empedernidos (y empecinados) de novela desde hace muchos años; tantos como toda la vida. Y es ese poso, difuminado en la memoria el argumento, el que te da la clave de la obra; como en un pentagrama es la clave la que marca la posición de las notas, y el modo, el “carácter” de la música: Sol mayor (la vitalidad y la alegría); Fa menor (la melancolía y la tristeza).

La novela comienza en París; un París ya lejano e improbable.

Un joven que huye de los estertores finales del régimen de Franco, se encuentra de pronto enfrentado a un mundo (su “nuevo mundo”) que le irá dando poco a poco las claves de su “yo”, y con ellas las de esa parcela de libertad que resulta inalienable, ya que reside en el interior de cada uno de nosotros.

La historia arranca con una escena de enorme carga simbólica: el protagonista, recién llegado a la capital francesa, hurga en sus bolsillos y descubre dos monedas. Una tiene la efigie del general Franco y en torno a ella se lee: Francisco Franco, caudillo de España por la Gracia de Dios”. En la otra figura la silueta de “El hombre de Vitruvio”, de Leonardo da Vinci, con el lema: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. El haz y el envés de dos realidades. Una que se cierra y otra que se abre.

Sobra decir que la novela de Madín Rodriguez Viñes es autobiográfica. Y esa experiencia –la que supone desembarcar en un mundo nuevo y anhelado- lo llevó a escribir esta obra en la que pulsan la vida y lo desconcertante como los latidos en las sienes. Las heridas van poco a poco restañándose; el espíritu, aunque siempre alerta, tiende hacia la calma o, mejor dicho, hacia la serenidad. Y en ese estado nuevo es cuando empieza a descorrerse el “velo de maia” (el que separa la realidad material del mundo espiritual) y le es posible otear lo que hay detrás.

El autor, que ha sido muchas cosas (estudiante de arquitectura en los años sesenta, lector de español en la Sorbona, profesor en diversos centros de Francia, América del Sur y del Norte, viajero por África...) es, por encima de todo, un escritor que, como Raymond Radiguet, ha escrito pocos libros; pero lo poco (éste y su poemario, La Fuente de las Aguas) resulta tan sugerente que equivale a una buena parte del contenido de novelas y escritos de otros autores (no cito nombres; que cada cual elija los suyos) que no han hecho otra cosa que repetirse a sí mismos. En La Convulsión crea un personaje que crece y se rebela (“Si todos nacemos originales, ¿por qué ellos querían que muriésemos como copias?”) Y también indaga sobre el papel del ser humano en su contexto cronológico (“No necesita decir nada. La Historia se hace como la vida individual, a base de paréntesis que se abren y otros que se cierran. De todas maneras, hay un factor que todo lo revienta: el tiempo”) En ocasiones, el protagonista es un iconoclasta que entra en conceptos como un elefante en una cacharrería. Habla, por ejemplo, de su experiencia en el ejército: “La primera farsa controlada consistía en el recibimiento. Puede llamarse de reconcialición espiritual, social y humana.- Todos desnudos, virginalmente, sin diferenciación alguna, entraban, erotizados por su mismo sexo, en el útero de la madre patria”.

Hacia el final del libro, cuando aparece el sabio que ha descorrido el “velo de maia”, el tono se vuelve más lírico, menos convulsivo, con momentos que emocionan: “Iré siempre a la playa, y sentado en la arena seguiré mirando la marea del océano para que tú me escuches”.

Parafraseando el título de Nietszche, esta obra inédita durante muchos años de Madín Rodriguez Viñes es “humana, demasiado humana”. Quedó finalista del Premio Planeta y durmió hasta que el amor del autor hacia su madre (acaso su cariño más profundo y duradero) la rescató del sueño de los libros no impresos.

(La Convulsión será presentada en la Librería Lé de Madrid, el jueves 2 de junio, a las 19 horas)

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