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Postales del festival artístico más importante del 2016 en Valencia

Russafart

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Vuelvo a examinar otra vez el plano que unos minutos antes usaba de improvisado parasol. El área me recuerda vagamente a una finca piramidal, saturada en sus pisos intermedios de habitantes con forma de puntos bermellones, anaranjados y verdes, y cuyo altillo se encontrara a la altura de la vetusta Plaza de toros. Todo el edificio se llama Russafart y convoca a cerca de 90 talleres y expositores, y a 700 manos de 350 artistas propios y ajenos pero siempre implicados en mostrar a todo aquel que le interese, los escenarios que conforman su día a día creativo. Estos peajes aparecen de continuo interconectados por una marea de curiosos visitantes que como yo, se dejan llevar con buen ánimo y alguna que otra cerveza a través de este océano singular, a lo largo de 48 horas que le dan la vuelta al barrio como lo harían a un calcetín.

48 horas. Llevo pues dos días recorriendo las escaleras, habitaciones y demás intestinos de este laberinto de Obrartistas que me ha tocado en suerte. No hay dos estudios iguales como no hay dos sorpresas iguales, ni dos iguales maneras de entender y explicar el mundo. Cada uno, del más sencillo al más sofisticado, hace por contarme una historia que siempre me deja con ganas de más, pero como el tiempo es limitado debo buscar otro lugar para completarla (y a su vez completarme), acaso enfrente mismo donde un rasgueo de acústica anuncia un mini concierto, o al torcer la esquina donde una línea multicolor marca la frontera de la descacharrante action-painting del sábado, o siquiera en los dos o tres puntos neurálgicos donde se cuida que este aparente caos transite con cierto orden.

Este edificio, plano, barrio, planeta reivindicativo de su materia prima de productores de arte, gira alrededor del sol de Valencia cada dos años, y por tanto no regresará a su punto de partida hasta mayo de 2018. Se difumina con un punto de nostalgia y muchas horas acumuladas de trabajo tan desinteresado como bien hecho. Los ecos de su marcha tardarán aún más tiempo en silenciarse, como suele acontecer con lo que entendemos necesario.

Russafart

Postales del festival artístico más importante del 2016 en Valencia
Ángel Pontones Moreno
lunes, 30 de mayo de 2016, 09:15 h (CET)
Vuelvo a examinar otra vez el plano que unos minutos antes usaba de improvisado parasol. El área me recuerda vagamente a una finca piramidal, saturada en sus pisos intermedios de habitantes con forma de puntos bermellones, anaranjados y verdes, y cuyo altillo se encontrara a la altura de la vetusta Plaza de toros. Todo el edificio se llama Russafart y convoca a cerca de 90 talleres y expositores, y a 700 manos de 350 artistas propios y ajenos pero siempre implicados en mostrar a todo aquel que le interese, los escenarios que conforman su día a día creativo. Estos peajes aparecen de continuo interconectados por una marea de curiosos visitantes que como yo, se dejan llevar con buen ánimo y alguna que otra cerveza a través de este océano singular, a lo largo de 48 horas que le dan la vuelta al barrio como lo harían a un calcetín.

48 horas. Llevo pues dos días recorriendo las escaleras, habitaciones y demás intestinos de este laberinto de Obrartistas que me ha tocado en suerte. No hay dos estudios iguales como no hay dos sorpresas iguales, ni dos iguales maneras de entender y explicar el mundo. Cada uno, del más sencillo al más sofisticado, hace por contarme una historia que siempre me deja con ganas de más, pero como el tiempo es limitado debo buscar otro lugar para completarla (y a su vez completarme), acaso enfrente mismo donde un rasgueo de acústica anuncia un mini concierto, o al torcer la esquina donde una línea multicolor marca la frontera de la descacharrante action-painting del sábado, o siquiera en los dos o tres puntos neurálgicos donde se cuida que este aparente caos transite con cierto orden.

Este edificio, plano, barrio, planeta reivindicativo de su materia prima de productores de arte, gira alrededor del sol de Valencia cada dos años, y por tanto no regresará a su punto de partida hasta mayo de 2018. Se difumina con un punto de nostalgia y muchas horas acumuladas de trabajo tan desinteresado como bien hecho. Los ecos de su marcha tardarán aún más tiempo en silenciarse, como suele acontecer con lo que entendemos necesario.

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