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Gabriel Ruiz-Ortega

MC5, el revolucionario rock de Detroit

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Pese a su corta existencia grupal (1964 – 1972), MC5 ha salido muy bien librado de las parcelas del olvido. Escuchar sus tres únicos discos (KICK OUT THE JAMS (1969), BACK IN THE USA (1970) y HIGH TIME (1971)) hoy en día, no es poco más que una experiencia mística que aviva el instinto, el relámpago sobre el agua de las sensaciones imperecederas.

Corrían los años sesenta del siglo pasado, una reducida pero bullente facción de la juventud norteamericana vivía días, semanas y meses de pura revuelta, motivada por el uso de las pastillas anticonceptivas, el LSD, la marihuana, la cocaína, el descontento, el ambiente caldeado que significaba la estúpida guerra de Vietnam, la presencia de la oligofrenia en el poder representada en Richard Nixon, la creciente imposición de las llamadas minorías sexuales... Inconformismo en llama pura en las ciudades del Pacifico gringo. Si había algún disidente de la mediocridad, pues debía dirigirse a ciudades como California o San Francisco, en donde refulgía la cúspide del espíritu revolucionario.

La aparición de un grupo influyente como MC5, cuyos miembros provenían de la ciudad de Detroit, en Michigan, fue la prueba concluyente de que la “algarabía espiritual” no era propiedad exclusiva de este par de ciudades cobijadas por el abrasador sol. Era la muestra de que el descontento generacional suspiraba en cada rincón del imperio gringo, siendo este quinteto el que mejor supo llevar hasta los límites el plus del discurso coherente en su propuesta de rock de garage.

Wayne Kramer, Fred “Sonic” Smith (guitarras), Rob Tyner (voz), Denis Thompson (batería) y Michael Davis (bajo), se hicieron llamar, en honor a su ciudad natal, Motor City Five. Como al igual que hoy, Detroit es la ciudad con más fábricas de automóviles en el mundo, y en esa época de apogeo de los metales sobre ruedas, pues con mayor razón. Los padres y familiares del quinteto trabajaban en las fábricas de La Ciudad Motor, eran los hijos de la pujante clase media.

El último bastión del rock de garage que a lo largo han querido silenciar, y pese a la propaganda en contra llevada a cabo por el sistema, esta ha sobrevivido gracias a lo que poquísimos consiguen: la influencia. ¿Es acaso posible explicar el rock de hoy sin asociarlo con el legado de este grupazo? Imposible. Los MC5 son hoy en día una silente presencia con pie firme en los chirridos de los acordes, en la vesania de los dedos en el bajo, en el karma de las cuerdas vocales.

Banda incómoda, debido a sus líderes el portavoz “Hermano” J.C. Crawford y el guía espiritual John Sinclair. Par de almas inconformes, alucinadas y drogadas, si no fuera por este dúo, MC5 no perviviría en el tiempo, no bastaría con la adictiva música del desenfreno, porque esta, desde el primer “riff”, estuvo signada por la marca del compromiso político. Ellos hacían el rock para la revolución, sin disidencia su estridente propuesta sonora no tenía razón de ser.

Investigados por el FBI, la DEA y la CIA, el tráfico de drogas y el apoyo a grupos extremistas estuvo vinculado desde su fundación, y lo que es peor para sus seguidores con derecho a defenderlos, ellos mismos se encargaron de volver razonables esas sospechas. Los años no han pasado en vano, y por más cierta que haya sido ese pasado, no deja de ser necesario recalcar, cada vez que se pueda, que sin ese discurso, hoy en día muy en desuso, la banda no habría alcanzado los logros musicales, y en especial el haber formado una mística de conjunto, que sin estar de acuerdo con ella, nos permite corroborar que lo perdurable no debe estar reñido con la coherencia, la que a fin de cuentas no dejará de cuidarnos de la vacuidad de la frivolidad que hoy en día vemos, leemos y escuchamos en los pequeños pero no obstante poderosos círculos del arte.

Hay muchas leyendas sobre la corta vida de MC5. Como se indicó líneas arriba, el sistema capitalista les puso trabas a la difusión de su rock, pero el verdadero final de esta superbanda nació en su propio seno, en lo que podría llamarse un autogol conciente ya que no por nada Wayne Kramer, el cerebro de esta, pasó cinco años en la cárcel, y no por disidencia o consumo de estupefacientes, sino por comercializarlos.

MC5, el revolucionario rock de Detroit

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
martes, 23 de junio de 2009, 20:34 h (CET)
Pese a su corta existencia grupal (1964 – 1972), MC5 ha salido muy bien librado de las parcelas del olvido. Escuchar sus tres únicos discos (KICK OUT THE JAMS (1969), BACK IN THE USA (1970) y HIGH TIME (1971)) hoy en día, no es poco más que una experiencia mística que aviva el instinto, el relámpago sobre el agua de las sensaciones imperecederas.

Corrían los años sesenta del siglo pasado, una reducida pero bullente facción de la juventud norteamericana vivía días, semanas y meses de pura revuelta, motivada por el uso de las pastillas anticonceptivas, el LSD, la marihuana, la cocaína, el descontento, el ambiente caldeado que significaba la estúpida guerra de Vietnam, la presencia de la oligofrenia en el poder representada en Richard Nixon, la creciente imposición de las llamadas minorías sexuales... Inconformismo en llama pura en las ciudades del Pacifico gringo. Si había algún disidente de la mediocridad, pues debía dirigirse a ciudades como California o San Francisco, en donde refulgía la cúspide del espíritu revolucionario.

La aparición de un grupo influyente como MC5, cuyos miembros provenían de la ciudad de Detroit, en Michigan, fue la prueba concluyente de que la “algarabía espiritual” no era propiedad exclusiva de este par de ciudades cobijadas por el abrasador sol. Era la muestra de que el descontento generacional suspiraba en cada rincón del imperio gringo, siendo este quinteto el que mejor supo llevar hasta los límites el plus del discurso coherente en su propuesta de rock de garage.

Wayne Kramer, Fred “Sonic” Smith (guitarras), Rob Tyner (voz), Denis Thompson (batería) y Michael Davis (bajo), se hicieron llamar, en honor a su ciudad natal, Motor City Five. Como al igual que hoy, Detroit es la ciudad con más fábricas de automóviles en el mundo, y en esa época de apogeo de los metales sobre ruedas, pues con mayor razón. Los padres y familiares del quinteto trabajaban en las fábricas de La Ciudad Motor, eran los hijos de la pujante clase media.

El último bastión del rock de garage que a lo largo han querido silenciar, y pese a la propaganda en contra llevada a cabo por el sistema, esta ha sobrevivido gracias a lo que poquísimos consiguen: la influencia. ¿Es acaso posible explicar el rock de hoy sin asociarlo con el legado de este grupazo? Imposible. Los MC5 son hoy en día una silente presencia con pie firme en los chirridos de los acordes, en la vesania de los dedos en el bajo, en el karma de las cuerdas vocales.

Banda incómoda, debido a sus líderes el portavoz “Hermano” J.C. Crawford y el guía espiritual John Sinclair. Par de almas inconformes, alucinadas y drogadas, si no fuera por este dúo, MC5 no perviviría en el tiempo, no bastaría con la adictiva música del desenfreno, porque esta, desde el primer “riff”, estuvo signada por la marca del compromiso político. Ellos hacían el rock para la revolución, sin disidencia su estridente propuesta sonora no tenía razón de ser.

Investigados por el FBI, la DEA y la CIA, el tráfico de drogas y el apoyo a grupos extremistas estuvo vinculado desde su fundación, y lo que es peor para sus seguidores con derecho a defenderlos, ellos mismos se encargaron de volver razonables esas sospechas. Los años no han pasado en vano, y por más cierta que haya sido ese pasado, no deja de ser necesario recalcar, cada vez que se pueda, que sin ese discurso, hoy en día muy en desuso, la banda no habría alcanzado los logros musicales, y en especial el haber formado una mística de conjunto, que sin estar de acuerdo con ella, nos permite corroborar que lo perdurable no debe estar reñido con la coherencia, la que a fin de cuentas no dejará de cuidarnos de la vacuidad de la frivolidad que hoy en día vemos, leemos y escuchamos en los pequeños pero no obstante poderosos círculos del arte.

Hay muchas leyendas sobre la corta vida de MC5. Como se indicó líneas arriba, el sistema capitalista les puso trabas a la difusión de su rock, pero el verdadero final de esta superbanda nació en su propio seno, en lo que podría llamarse un autogol conciente ya que no por nada Wayne Kramer, el cerebro de esta, pasó cinco años en la cárcel, y no por disidencia o consumo de estupefacientes, sino por comercializarlos.

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