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Jim Hoagland

La desesperación al volante

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Los países extranjeros se nos identifican a través de símbolos nacionales mucho antes de que aprendamos sus idiomas o costumbres. El oso que nos recuerda no molestar a Rusia o Alemania, el gallo que canta representando a Francia, y Gran Bretaña es representada por el león arrogante mientras los estadounidenses nos identificamos con águilas solitarias de vuelo sublime.

Pero durante gran parte del siglo XX, el automóvil -- contra más potente y llamativo mejor -- representó el estilo de vida americano moderno de cara al mundo. La incesante ambición por avanzar y subir peldaños en la escala social, la diversidad de opiniones y la práctica del exceso que son las señas de identidad de la sociedad estadounidense rematan la historia de amor del país con los automóviles y las autopistas. Para muchos estadounidenses el coche que tienen define quiénes son y lo que quieren, mientras están al volante por lo menos.

De manera que el Presidente Obama y sus ayudantes se han adjudicado una tarea colosal y políticamente peligrosa al intentar rescatar al automóvil estadounidense. El que estén proporcionando financiación pública sin medida a General Motors y Chrysler sin tener una visión clara ni una filosofía rectora en torno a la factura que pasarán sus decisiones a la industria -- y en última instancia al sueño americano modelado o deformado por el sector del automóvil -- se añade a los riesgos que están asumiendo.

Este es un presidente que sabe cómo transmitir una imagen de serenidad a la opinión pública. Sus ayudantes y él se emplean para tranquilizarnos diciendo que los bancos son sólidos, que GM dejará de excavar su propia tumba dentro de poco y que aún se está a tiempo de hablar de fabricar cabezas nucleares con los iraníes. Una de las tres cosas podría resultar no ir tan mal. (Apostaré por los bancos.)

Este valor visible resulta muy útil. Obama demostró hasta qué punto en sus escalas por Oriente Medio y Europa. Comparecer en El Cairo para decir al mundo musulmán que reconozca el Holocausto y que deje de aplaudir a los asesinos del 11 de septiembre de 2001 -- justo antes de instar a Israel a detener el asentamiento en Palestina -- exigió dureza y claridad moral. Anticipó hábilmente los riesgos de seguir este curso medio.

Pero depender de una imagen de serenidad sin tacha para ganar tiempo conlleva sus propios riesgos. Este podría ser el caso conforme va quedando más claro a los estadounidenses que los 50.000 millones de dólares de rescate a GM son conducidos por completo por el miedo y la total ausencia de cualquier estrategia aparte de la de evitar el desastre inmediato.

"Somos un recluta reticente, no un voluntario" para asumir las participaciones de referencia en GM y Chrysler, dice Steven Rattner, líder del grupo de trabajo de la industria automovilística de la Casa Blanca, que supervisa estos rescates. "Nos metimos de lleno en ello por necesidad, no por gusto” para evitar quiebras empresariales que habrían amenazado a la economía nacional, prosigue Rattner.

Brian Deese, otro integrante del grupo de trabajo, añade que los asesores del presidente pensaron en una liquidación precipitada de GM “como un riesgo de estilo Lehman, un suceso que provocaría cosas impredecibles. … Vimos un momento únicamente frágil" cuando GM vino pidiendo y recibió la financiación federal de emergencia.

Pero ¿deberíamos sentirnos tranquilizados cuando el presidente y sus asesores prometen tan vigorosamente que no están nacionalizando los bancos por la puerta trasera ni la industria automovilística? “Corregir la situación de los fabricantes de coches no es parte de nuestra agenda general," decía la semana pasada Rattner al Washington Post. “Nuestra meta es salir en cuanto sea posible.”

Pero Rattner no parece protestar mucho. Esta administración está modificando el papel del gobierno en la economía y su relación con el sector privado a una escala masiva en la que habría que pensar, ser reconocida y ser sometida a un debate nacional honesto.

Con intención o "necesidad," Obama habrá diseñado algo que recuerda a una socialdemocracia americana para el momento en que deje la presidencia, habiendo elevado la deuda nacional hasta niveles previamente inimaginables y habiendo reajustado las relaciones entre plantillas y corporaciones a través de una industria automovilística de supervisión pública. Mejor tener un plan claro, encaminado abiertamente a sentar una filosofía de gobierno, antes que un maquillaje de tranquilidad para evitar las acusaciones de nacionalización vertidas por el Partido Republicano.

Encuentro llamativo y un poco alarmante la referencia que hace Deese al miedo a una repetición de la quiebra súbita de Lehman Brothers el pasado septiembre y la posterior congelación del mercado crediticio como fuerzas motrices detrás del rescate a GM. Ello apunta a la desesperación actual que subyace a flor de la apariencia externa de sangre fría de Obama, pero no se reconoce hasta después de los acontecimientos.

La industria automovilística ha cosechado el oprobio por convertir un símbolo del orgullo nacional en tiempos en una insignia global del fracaso corporativo. En otras esferas, Obama ha prometido corregir los errores americanos. Eso también debería referirse a los coches.

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Diario SIGLO XXI dispone de los derechos de publicación en exclusiva para medios digitales españoles de este y muchos otros columnistas del Washington Post Writers Group.

La desesperación al volante

Jim Hoagland
Jim Hoagland
sábado, 6 de junio de 2009, 22:07 h (CET)
Los países extranjeros se nos identifican a través de símbolos nacionales mucho antes de que aprendamos sus idiomas o costumbres. El oso que nos recuerda no molestar a Rusia o Alemania, el gallo que canta representando a Francia, y Gran Bretaña es representada por el león arrogante mientras los estadounidenses nos identificamos con águilas solitarias de vuelo sublime.

Pero durante gran parte del siglo XX, el automóvil -- contra más potente y llamativo mejor -- representó el estilo de vida americano moderno de cara al mundo. La incesante ambición por avanzar y subir peldaños en la escala social, la diversidad de opiniones y la práctica del exceso que son las señas de identidad de la sociedad estadounidense rematan la historia de amor del país con los automóviles y las autopistas. Para muchos estadounidenses el coche que tienen define quiénes son y lo que quieren, mientras están al volante por lo menos.

De manera que el Presidente Obama y sus ayudantes se han adjudicado una tarea colosal y políticamente peligrosa al intentar rescatar al automóvil estadounidense. El que estén proporcionando financiación pública sin medida a General Motors y Chrysler sin tener una visión clara ni una filosofía rectora en torno a la factura que pasarán sus decisiones a la industria -- y en última instancia al sueño americano modelado o deformado por el sector del automóvil -- se añade a los riesgos que están asumiendo.

Este es un presidente que sabe cómo transmitir una imagen de serenidad a la opinión pública. Sus ayudantes y él se emplean para tranquilizarnos diciendo que los bancos son sólidos, que GM dejará de excavar su propia tumba dentro de poco y que aún se está a tiempo de hablar de fabricar cabezas nucleares con los iraníes. Una de las tres cosas podría resultar no ir tan mal. (Apostaré por los bancos.)

Este valor visible resulta muy útil. Obama demostró hasta qué punto en sus escalas por Oriente Medio y Europa. Comparecer en El Cairo para decir al mundo musulmán que reconozca el Holocausto y que deje de aplaudir a los asesinos del 11 de septiembre de 2001 -- justo antes de instar a Israel a detener el asentamiento en Palestina -- exigió dureza y claridad moral. Anticipó hábilmente los riesgos de seguir este curso medio.

Pero depender de una imagen de serenidad sin tacha para ganar tiempo conlleva sus propios riesgos. Este podría ser el caso conforme va quedando más claro a los estadounidenses que los 50.000 millones de dólares de rescate a GM son conducidos por completo por el miedo y la total ausencia de cualquier estrategia aparte de la de evitar el desastre inmediato.

"Somos un recluta reticente, no un voluntario" para asumir las participaciones de referencia en GM y Chrysler, dice Steven Rattner, líder del grupo de trabajo de la industria automovilística de la Casa Blanca, que supervisa estos rescates. "Nos metimos de lleno en ello por necesidad, no por gusto” para evitar quiebras empresariales que habrían amenazado a la economía nacional, prosigue Rattner.

Brian Deese, otro integrante del grupo de trabajo, añade que los asesores del presidente pensaron en una liquidación precipitada de GM “como un riesgo de estilo Lehman, un suceso que provocaría cosas impredecibles. … Vimos un momento únicamente frágil" cuando GM vino pidiendo y recibió la financiación federal de emergencia.

Pero ¿deberíamos sentirnos tranquilizados cuando el presidente y sus asesores prometen tan vigorosamente que no están nacionalizando los bancos por la puerta trasera ni la industria automovilística? “Corregir la situación de los fabricantes de coches no es parte de nuestra agenda general," decía la semana pasada Rattner al Washington Post. “Nuestra meta es salir en cuanto sea posible.”

Pero Rattner no parece protestar mucho. Esta administración está modificando el papel del gobierno en la economía y su relación con el sector privado a una escala masiva en la que habría que pensar, ser reconocida y ser sometida a un debate nacional honesto.

Con intención o "necesidad," Obama habrá diseñado algo que recuerda a una socialdemocracia americana para el momento en que deje la presidencia, habiendo elevado la deuda nacional hasta niveles previamente inimaginables y habiendo reajustado las relaciones entre plantillas y corporaciones a través de una industria automovilística de supervisión pública. Mejor tener un plan claro, encaminado abiertamente a sentar una filosofía de gobierno, antes que un maquillaje de tranquilidad para evitar las acusaciones de nacionalización vertidas por el Partido Republicano.

Encuentro llamativo y un poco alarmante la referencia que hace Deese al miedo a una repetición de la quiebra súbita de Lehman Brothers el pasado septiembre y la posterior congelación del mercado crediticio como fuerzas motrices detrás del rescate a GM. Ello apunta a la desesperación actual que subyace a flor de la apariencia externa de sangre fría de Obama, pero no se reconoce hasta después de los acontecimientos.

La industria automovilística ha cosechado el oprobio por convertir un símbolo del orgullo nacional en tiempos en una insignia global del fracaso corporativo. En otras esferas, Obama ha prometido corregir los errores americanos. Eso también debería referirse a los coches.

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