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Las buenas intenciones fueron siempre abortadas

Sadismo laboral

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Le conocimos estrenando el cargo en 2011 con aquello de los miniempleos alemanes: "Es preferible trabajar por 400 € al mes que no trabajar" nos decía. Ahora anuncia que debemos irnos acostumbrando a ganarnos el salario "día a día". Como Rambo en Vietnam. Joan Rosell emplea el nos mayestático para disimular. Piensa en realidad en los demás. Añade el presidente de los empresarios que “el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX” (!!!). Debe referirse Rosell a aquellos ilustres hacendistas; al rentista, al terrateniente, al cardenal, al espadón de turno o al parlamentarismo de la época. ¡Esos sí eran emprendedores!

A lo largo del XIX, la política peninsular siguió haciendo de capataz del secular tradicionalismo. Más allá de las aspiraciones de Cádiz, de la Constitución de 1837 o la de 1869, el país no logró consumar marco alguno que discutiera la hereditaria hegemonía del poder estamental. De Fernando VII al lupanar isabelino y de la venus real, a los episodios imposibles de Amadeo o la Primera República. Las buenas intenciones fueron siempre abortadas. Nada emergía; simplemente moría de estrépito lo anterior. Nunca fue posible edificar alternativa política o social alguna desde el yermo dejado por el moderantismo. Un siglo que culmina, en fin, con el desastre de Cuba, un descontento social extremo, disturbios permanentes, represión social, la Hacienda bajo mínimos, infumables (cuando no inhumanas) condiciones laborales y los braceros sobreviviendo gracias a las bellotas que usurpaban en las fincas a los gorrinos de los terratenientes. ¿A qué condiciones se refiere entonces Joan Rosell?

Se reparten poco. Lo que ahora se lleva es la nueva esclavitud. Urge sin duda volver a aquellas inmundas condiciones decimonónicas (eso sí, sin comunistas en el gobierno). Pero en este caso no debemos ser injustos con Rosell. Joan no habla aquí en calidad de empresario; ni siquiera en nombre de la pequeña o mediana empresa. Como presidente de la CEOE sabe bien a quién se debe. Él es también un asalariado más dentro del engranaje del nuevo fundamentalismo y la impiedad cotiza al alza. Sin ella los emolumentos peligran. Rosell debe mostrarse implacable u otro ocupará su lugar. Buen trabajo.

Sadismo laboral

Las buenas intenciones fueron siempre abortadas
Alex Vidal
jueves, 19 de mayo de 2016, 09:54 h (CET)
Le conocimos estrenando el cargo en 2011 con aquello de los miniempleos alemanes: "Es preferible trabajar por 400 € al mes que no trabajar" nos decía. Ahora anuncia que debemos irnos acostumbrando a ganarnos el salario "día a día". Como Rambo en Vietnam. Joan Rosell emplea el nos mayestático para disimular. Piensa en realidad en los demás. Añade el presidente de los empresarios que “el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX” (!!!). Debe referirse Rosell a aquellos ilustres hacendistas; al rentista, al terrateniente, al cardenal, al espadón de turno o al parlamentarismo de la época. ¡Esos sí eran emprendedores!

A lo largo del XIX, la política peninsular siguió haciendo de capataz del secular tradicionalismo. Más allá de las aspiraciones de Cádiz, de la Constitución de 1837 o la de 1869, el país no logró consumar marco alguno que discutiera la hereditaria hegemonía del poder estamental. De Fernando VII al lupanar isabelino y de la venus real, a los episodios imposibles de Amadeo o la Primera República. Las buenas intenciones fueron siempre abortadas. Nada emergía; simplemente moría de estrépito lo anterior. Nunca fue posible edificar alternativa política o social alguna desde el yermo dejado por el moderantismo. Un siglo que culmina, en fin, con el desastre de Cuba, un descontento social extremo, disturbios permanentes, represión social, la Hacienda bajo mínimos, infumables (cuando no inhumanas) condiciones laborales y los braceros sobreviviendo gracias a las bellotas que usurpaban en las fincas a los gorrinos de los terratenientes. ¿A qué condiciones se refiere entonces Joan Rosell?

Se reparten poco. Lo que ahora se lleva es la nueva esclavitud. Urge sin duda volver a aquellas inmundas condiciones decimonónicas (eso sí, sin comunistas en el gobierno). Pero en este caso no debemos ser injustos con Rosell. Joan no habla aquí en calidad de empresario; ni siquiera en nombre de la pequeña o mediana empresa. Como presidente de la CEOE sabe bien a quién se debe. Él es también un asalariado más dentro del engranaje del nuevo fundamentalismo y la impiedad cotiza al alza. Sin ella los emolumentos peligran. Rosell debe mostrarse implacable u otro ocupará su lugar. Buen trabajo.

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