Se quiera o no, con escepticismo y sin pasión, el domingo próximo los españoles tienen la posibilidad de elegir a sus representantes en el Parlamento Europeo. Ya se sabe que a través del mismo viciado sistema electoral de que adolece España: de unas listas cerradas por los partidos que según el número de papeletas que reúnan, “colocarán” en los escaños a más o menos de los candidatos previamente escogidos para ello.
De los tres órganos de gobierno de la Unión Europea, Consejo, Comisión, y Parlamento, los dos primeros son “designados” directamente por el Gobierno de cada país, siendo el último el único que es elegido directamente por los ciudadanos europeos. En teoría, e indirectamente, también los primeros son elegidos por los mismos, pero a través de un largo periplo (elecciones generales), y por medio del ya mencionado torpe sistema en nuestro país, que no en otros de Europa.
Se ha podido comprobar, aún siguiendo de reojo la campaña electoral ya en su recta final, la escasa atención que se ha prestado a la problemática “uropea”, como le gusta mentar con ironía a Epifanio del Cristo Martínez. Puede ser, que, en otras latitudes las “uropas” hayan sido tema de polémica electoral, pero en nuestros lares, salvo alguna excepción que se mencionará más adelante, los candidatos más bien parecían estar ventilando la poltrona de La Moncloa, que los escaños del Parlamento Europeo. Como siempre, el aburrido “y, tú más” entre PSOE y PP, con lo que el desconcierto del futuro votante se hace mayúsculo: Pero… ¿no se trata de decidir sobre Europa?
En efecto, el tema europeo, en plena crisis, y con las cifras de empleo, manipuladas-maquilladas-cocinadas, o como quieran llamarlas, sobrevolando cual trágica realidad palpable en la inmediatez de las familias, se ha quedado lejos. Es casi, casi, un lujo… con trabajo, y unos euros de sobra, se puede pensar en un viaje a Praga este verano, o a Escocia… o en mandar a los niños a aprender inglés a Irlanda. Pero, la realidad es más cruda, ya se verá donde, y como, se pasan los calores de este verano…
Lo que apremia es lo inmediato, y es mucho pedir la abstracción de pensar en Europa cuando ni los candidatos así lo han hecho. Mejor dicho, ha habido una reciente alusión por parte de ZP, ¡cómo no!... para reprochar a Mayor Oreja que defiende un concepto obsoleto, anticuado, y apolillado de la misma; él, en cambio, apuesta por lo moderno, lo actual, lo válido. Está claro que el presidente habla desde el radical laicismo que profesa y que le sale por la boca en cualquier ocasión, y esta es buena tratándose de una Europa que no ha logrado aprobar la Constitución laicista que él defendió con más pasión que fortuna.
La ignorancia de ZP es tan proverbial como sus mentiras, y su desconocimiento de la cultura general equiparable al de sus ministras de cuota. El clima intelectual y cultural de Europa no es una realidad ajena al cristianismo, a sus teólogos, sus pensadores, sus literatos, y sus artistas, personajes de primera fila específicamente cristianos, desde la antigüedad hasta el día de hoy. Como meros enunciados, es suficiente recordar desde San Agustín (s. IV) a Blas Pascal (s. XVII), junto a una retahíla de nombres del máximo peso específico en el mundo de las ideas del siglo XX.