Acabo de escuchar al maestro Tico Medina comparar al Papa con el maestro de Galapagar. Me ha parecido sumamente acertado el comentario que, como siempre, da con el quid de la cuestión.
Ambos, el Papa y el torero, son únicos e irrepetibles. Ambos se enfrentan casi solos a la envidia, la incapacidad, la falta de valor y los “miuras”. Digo solos pero no de Dios. Ni de las gentes sencillas y de buena voluntad. Ambos dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. Ambos dan el paso al vacío de su fe.
El Papa Francisco, el “José Tomás del Vaticano”, se ha tomado en serio aquello del Papa Juan XXIII de abrir las ventanas de la Basílica de San Pedro para dejar entrar al Espíritu Santo. Francisco se ha radicalizado, ha vuelto a las raíces.
La “Buena noticia” de hoy ha sido el reconocimiento explícito del papel de la mujer en la Iglesia. María, la primera mujer “inter-pares” no se separó de Jesús ni de sus seguidores en ningún momento. Las mujeres han sido, son y serán un puntal muy fuerte de su Iglesia.
Por eso Francisco ha dado un paso decisivo para propiciar la presencia de la mujer como testigo cualificado en la administración de los sacramentos que practica la Iglesia. Estoy convencido que la necesidad va por delante de los decretos y en algunas comunidades ya están prestando su servicio como “diaconisas in pectore”. Ser testigos del matrimonio -del que los contrayentes son ministros-, presidir las exequias, bautizar a los neófitos y repartir la Comunión son tareas que pueden hacer cualquier persona con un conocimiento suficiente y fe demostrada. Sea hombre o mujer. En los primeros tiempos de la Iglesia elegían a sus ministros por sus cualidades dentro de la comunidad y su espíritu de sacrificio. Las mujeres también tenían su ministerio.
El Papa Francisco ha hablado como siempre; con la cabeza y el corazón. Les han pedido que recen, pero también les advirtió para que no caigan en el peligro de volverse unas activista sociales, porque cada consagrada debe tener una vida mística. Pero no quedarse en una de las tres patas del banco. Equilibrio. Formación, oración y caridad. En el fondo lo que todos intuimos. La Iglesia no es un espacio celestial en el que se está muy bien, ni un refugio para endebles, aburridos y amargados, ni una oficina de administración de sacramentos y certificados, ni una escusa para celebrar una fiesta.
La Iglesia es un ruedo en el que hay que atarse muy bien los machos. Monjas de “escopeta y perro” en las misiones, con los enfermos, en los centros de acogida, con niños, con ancianos o rezando desde la comunidad con alegría. Personas que lo dejan todo para dedicarse a los demás desde su celibato o su familia, desde su conocimiento y de su buena voluntad.
El Papa Francisco, una vez más ha salido a hombros. Y eso que seguro que hay morlacos que acechan. Él les dará una larga cambiada y “el de arriba” le hará el quite. Una buena noticia.