Memorando al Presidente Obama:
Tenga muy presente un pensamiento mientras elabora su tan anticipado discurso al mundo musulmán a pronunciar en El Cairo este jueves, Sr. Presidente: no existe solución estadounidense al conflicto árabe-israelí que usted pueda emitir heroicamente desde las alturas. La paz debe ser construida desde los cimientos por las partes enfrentadas. Tenga muy presente esa idea, pero guárdesela.
Sería grato para sus anfitriones sugerir lo contrario -- esbozar un plan para Oriente Medio made in USA. Algunos de sus asistentes están seguros de que éste es un momento especial capaz de poner fin a la Guerra de los Sesenta Años de la región si usted interviene con la suficiente contundencia. Pero ese enfoque ignora la historia y la lógica interna del conflicto.
Su propia salida del tono usual a modo de descarte con el Primer Ministro israelí Binyamin Netanyahu en el Despacho Oval hace dos semanas sugería que esperaba presentar una congelación de la construcción de asentamientos en Cisjordania a las masas de El Cairo y a la audiencia global musulmana esta semana. Netanyahu se echó atrás descartando los gestos unilaterales, insistiendo en que Israel, los palestinos y los estados árabes moderados avancen simultáneamente.
Por supuesto, no interpretará la negativa de Netanyahu como respuesta última a la cuestión de los asentamientos. Tiene razón al decir que no sólo son un considerable obstáculo para la paz regional sino también una mancha en la reputación global de Israel y la de Estados Unidos. Pero los asentamientos no pueden ser abordados en solitario ni utilizados como trofeo a cambio del que ganar el favor árabe. Han de ser evacuados paulatinamente en su mayoría como parte de un toma y daca dentro del que se tengan en cuenta las preocupaciones legítimas en materia de seguridad que tiene Israel. Para Netanyahu, acordar la congelación de la construcción de asentamientos equivale a declararlos oficialmente minucias con las que negociar. Él va a exigir mucho más de lo que han puesto sobre la mesa los palestinos y los demás árabes para realizar esa jugada.
Sí, las administraciones nuevas se sienten obligadas a ofrecer ambiciosos abordajes del conflicto árabe-israelí, y algunos han sido útiles -- en especial cuando han sido tan escasamente ideados que asustaron a ambas partes tanto como para evitar a Estados Unidos y negociar entre ellas seriamente.
Véase Carter, Jimmy, y el comunicado soviético-estadounidense del 1 de octubre de 1977 que precipitó la visita del Presidente egipcio Anwar Sadat a Jerusalén y eventualmente el tratado de Camp David. Otros presidentes han avanzado con cinismo planes de paz, hojas de ruta y exigencias de congelación de los asentamientos con el fin de aplacar a los árabes con el proceso en lugar de con el contenido. Véase a todos desde Nixon, Richard M., a Bush, George W.
Pero el cinismo no es lo suyo, y asustar involuntariamente a los demás para obligarles a hacer lo que les interesa más no es su estilo. Necesita comenzar en su lugar un proceso paulatino apoyado en apretar las tuercas a Israel y a la Autoridad Palestina para que satisfagan la negociación implícita alcanzada en Oslo en 1993 (de nuevo, sin mediación estadounidense). Debe dar indicios de ese enfoque -- pero sin presentar un modelo estadounidense de resultado final.
En los acuerdos de Oslo, a Yasser Arafat le fue ofrecido un estado palestino a cambio de la eliminación del terrorismo palestino de ese estado. Pero Arafat nunca tuvo intención de cumplir ninguna de las partes de la negociación. Temía el impacto de una solución de dos estados tanto como temía desmantelar la maquinaria terrorista que había ayudado a crear. En lugar de eso recorrió los esfuerzos de paz estadounidenses escurriendo el bulto al tiempo que se enriquecía él y enriquecía a sus compinches, y destruía la posición moral y la legitimidad política de la Autoridad Palestina.
Pero la lógica de la negociación sigue intacta y debería ser incorporada a un renacimiento de una solución de dos estados realista, sin la hoja de parra retórica que ofrecía su predecesor. Israel debe volver a facultar al sucesor de Arafat, Mahmoud Abbás, y sus fuerzas de seguridad, desmantelando asentamientos y controles para aportar estabilidad a Cisjordania y eventualmente a Gaza.
Estados Unidos ha entrenado a dos brigadas de las fuerzas de seguridad palestinas, que mantuvieron el orden en Cisjordania durante la agitación de enero en Gaza, y quiere entrenar a media docena más. Esta es la ayuda estadounidense paciente y poco visible que fomenta la confianza para que israelíes y palestinos lleguen a su propio acuerdo. También la labor de Tony Blair en el desarrollo económico.
El bando árabe carece hoy de un líder tan visionario como Sadat para salvar una flaqueante iniciativa estadounidense, y de un líder tan hábilmente engañoso como Arafat para mantener a flote una iniciativa de la región. Es el momento de lo que el secretario de estado de Ronald Reagan, George Shultz, describió como la fase "de cultivo" de la diplomacia -- arrancar malas hierbas y plantar semillas -- en lugar de planes estadounidenses excesivamente ambiciosos que elevan demasiado las expectativas.
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