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Marie Cocco

Una justicia para todos

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Sonia Sotomayor, una mujer y una orgullosa puertorriqueña, va a ser jueza del Tribunal Supremo para la mayoría de nosotros.

Los eslóganes repetidos con banalidad ensordecedora -- que Sotomayor fue elegida para ayudar a diversificar un Tribunal Supremo vergonzosamente dominado aún por hombres blancos, que será la primera latina en ser elevada a tal instancia -- no alcanzan a plasmar el momento. Sotomayor lo hizo por su cuenta en su ceremonia de presentación en la Casa Blanca. La candidata dijo esperar que los estadounidenses "vean que soy una persona corriente bendecida con oportunidades y experiencias extraordinarias.”

La gente corriente lo ha tenido crudo antes del Supremo actual.

Los asuntos espinosos -- el aborto, el derecho de sufragio, las medidas antiterrorismo -- que resuenan con tanta intensidad durante las polémicas de las confirmaciones eclipsan los casos más prosaicos en los que los intereses corporativos, con cada vez mayor frecuencia, son los que ganaron la partida. Un tribunal supremo conocido en tiempos por sus veredictos históricos amparando a consumidores, obreros y víctimas de negligencia corporativa entre otros asuntos se viene alineando con cada vez mayor frecuencia en contra de ellos y en favor de poderosos intereses. La tendencia quedaba mejor plasmada quizá con la decisión del tribunal el año pasado de reducir drásticamente hasta una multa relativa la cantidad en daños y perjuicios a pagar por Exxon Mobil en concepto del vertido petrolero del Exxon Valdés acaecido en 1989, una catástrofe medioambiental que contaminó considerables franjas de propiedades y que arruinó el modo de vida de aquellos cuyo sustento dependía de las aguas del Golfo de Alaska.

Supone una ironía exquisita que el veredicto que hizo más famosa a Sotomayor, una orden en 1995 que en la práctica puso fin a una demoledora huelga del béisbol, implicara a las dos partes -- a los acaudalados propietarios de la Liga del béisbol y su reserva de acomodados jugadores -- que son de todo menos gente corriente. Pero el caso giró en torno a si los propietarios podían imponer o no un nuevo conjunto de normas a la libertad de representación y arbitraje sin negociar con el sindicato de jugadores, cuyos contratos cubrían ambos casos.

Sotomayor se hizo famosa como la juez que "salvó el béisbol.” Pero lo hizo salvando la idea misma de que un contrato laboral no puede ser roto sumariamente por la gerencia. “Esta huelga ha puesto en la picota el concepto mismo de contrato colectivo," dijo entonces.

Un segundo caso tiene la misma importancia, con mayor aplicabilidad cotidiana en esta era en que a los trabajadores se les dice con tanta frecuencia que se las arreglen -- o que se busquen otro trabajo. En 1998, Sotomayor dictaminó que dos grupos de gestión de servicios empresariales en la ciudad de Nueva York habían violado las leyes de salario mínimo al pagar a mendigos apenas un dólar a la hora por realizar labores de oficina, lavandería y vigilancia. Sotomayor concluía que los sin techo fueron utilizados para desempeñar los mismos deberes que la plantilla regular, y hasta uno ocupó el puesto de supervisor. Eran empleados, no los “aprendices” que habían alegado las empresas, y por tanto debían recibir el salario mínimo legal.

En otros casos, ha dado la razón a trabajadores con minusvalía, y a un trabajador que reclamaba la prestación sanitaria después de que su aseguradora pretendiera valerse de tecnicismos para desestimar su reclamación.

Esta es la clase de sentencias que pronuncian los jueces cuando han visto a su madre viuda trabajar seis días a la semana -- como dice Sotomayor que hacía su madre para pagar sus gastos y los de su hermano con su sueldo de enfermera. Es el tipo de resolución derivada de asistir a las Facultades de Derecho de Princeton y Yale después de vivir en viviendas de protección oficial, no en un internado.

Ello es sustentado por casos anteriores, precedentes que el Supremo actual puede ignorar con indiferencia -- como hizo en el caso de Lilly Ledbetter, cuando dio al traste con décadas de legislación en contra de la discriminación salarial y resolvió que Ledbetter, antes encargada de una compañía de neumáticos, no podría reclamar por desigualdades salariales que se produjeron años antes de que ella se diera cuenta. El Congreso invirtió ese veredicto con la legislación, y la Ley Lilly Ledbetter de Salario Justo se convirtió en la primera ley que introdujo en vigor el Presidente Obama.

Hay pocas posibilidades de que, en caso de ser confirmada, Sotomayor altere un equilibrio en el Supremo que se ha decantado por la predecible mayoría conservadora en muchos contenciosos. Pero incluso si sus decisiones no son decisivas, su voz será decidida y clara.

Sonará con la cadencia de la clase obrera étnicamente diversa de Nueva York, y de las mujeres a las que, al igual que su madre, Sotomayor sabe que reciben salarios inferiores en puestos de trabajo tradicionalmente femeninos como la enfermería, sin importar lo vital que sea su labor o lo considerable de sus habilidades. Tendrá el entusiasmo del hincha que se queda sentado en el estadio de los Yankees, según el New York Times, porque la jueza cree que la experiencia es auténtica.

Es un sonido que el apolillado Tribunal Supremo debe escuchar desesperadamente.

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Diario SIGLO XXI dispone de los derechos de publicación en exclusiva para medios digitales españoles de este y muchos otros columnistas del Washington Post Writers Group.

Una justicia para todos

Marie Cocco
Marie Cocco
sábado, 30 de mayo de 2009, 10:02 h (CET)
Sonia Sotomayor, una mujer y una orgullosa puertorriqueña, va a ser jueza del Tribunal Supremo para la mayoría de nosotros.

Los eslóganes repetidos con banalidad ensordecedora -- que Sotomayor fue elegida para ayudar a diversificar un Tribunal Supremo vergonzosamente dominado aún por hombres blancos, que será la primera latina en ser elevada a tal instancia -- no alcanzan a plasmar el momento. Sotomayor lo hizo por su cuenta en su ceremonia de presentación en la Casa Blanca. La candidata dijo esperar que los estadounidenses "vean que soy una persona corriente bendecida con oportunidades y experiencias extraordinarias.”

La gente corriente lo ha tenido crudo antes del Supremo actual.

Los asuntos espinosos -- el aborto, el derecho de sufragio, las medidas antiterrorismo -- que resuenan con tanta intensidad durante las polémicas de las confirmaciones eclipsan los casos más prosaicos en los que los intereses corporativos, con cada vez mayor frecuencia, son los que ganaron la partida. Un tribunal supremo conocido en tiempos por sus veredictos históricos amparando a consumidores, obreros y víctimas de negligencia corporativa entre otros asuntos se viene alineando con cada vez mayor frecuencia en contra de ellos y en favor de poderosos intereses. La tendencia quedaba mejor plasmada quizá con la decisión del tribunal el año pasado de reducir drásticamente hasta una multa relativa la cantidad en daños y perjuicios a pagar por Exxon Mobil en concepto del vertido petrolero del Exxon Valdés acaecido en 1989, una catástrofe medioambiental que contaminó considerables franjas de propiedades y que arruinó el modo de vida de aquellos cuyo sustento dependía de las aguas del Golfo de Alaska.

Supone una ironía exquisita que el veredicto que hizo más famosa a Sotomayor, una orden en 1995 que en la práctica puso fin a una demoledora huelga del béisbol, implicara a las dos partes -- a los acaudalados propietarios de la Liga del béisbol y su reserva de acomodados jugadores -- que son de todo menos gente corriente. Pero el caso giró en torno a si los propietarios podían imponer o no un nuevo conjunto de normas a la libertad de representación y arbitraje sin negociar con el sindicato de jugadores, cuyos contratos cubrían ambos casos.

Sotomayor se hizo famosa como la juez que "salvó el béisbol.” Pero lo hizo salvando la idea misma de que un contrato laboral no puede ser roto sumariamente por la gerencia. “Esta huelga ha puesto en la picota el concepto mismo de contrato colectivo," dijo entonces.

Un segundo caso tiene la misma importancia, con mayor aplicabilidad cotidiana en esta era en que a los trabajadores se les dice con tanta frecuencia que se las arreglen -- o que se busquen otro trabajo. En 1998, Sotomayor dictaminó que dos grupos de gestión de servicios empresariales en la ciudad de Nueva York habían violado las leyes de salario mínimo al pagar a mendigos apenas un dólar a la hora por realizar labores de oficina, lavandería y vigilancia. Sotomayor concluía que los sin techo fueron utilizados para desempeñar los mismos deberes que la plantilla regular, y hasta uno ocupó el puesto de supervisor. Eran empleados, no los “aprendices” que habían alegado las empresas, y por tanto debían recibir el salario mínimo legal.

En otros casos, ha dado la razón a trabajadores con minusvalía, y a un trabajador que reclamaba la prestación sanitaria después de que su aseguradora pretendiera valerse de tecnicismos para desestimar su reclamación.

Esta es la clase de sentencias que pronuncian los jueces cuando han visto a su madre viuda trabajar seis días a la semana -- como dice Sotomayor que hacía su madre para pagar sus gastos y los de su hermano con su sueldo de enfermera. Es el tipo de resolución derivada de asistir a las Facultades de Derecho de Princeton y Yale después de vivir en viviendas de protección oficial, no en un internado.

Ello es sustentado por casos anteriores, precedentes que el Supremo actual puede ignorar con indiferencia -- como hizo en el caso de Lilly Ledbetter, cuando dio al traste con décadas de legislación en contra de la discriminación salarial y resolvió que Ledbetter, antes encargada de una compañía de neumáticos, no podría reclamar por desigualdades salariales que se produjeron años antes de que ella se diera cuenta. El Congreso invirtió ese veredicto con la legislación, y la Ley Lilly Ledbetter de Salario Justo se convirtió en la primera ley que introdujo en vigor el Presidente Obama.

Hay pocas posibilidades de que, en caso de ser confirmada, Sotomayor altere un equilibrio en el Supremo que se ha decantado por la predecible mayoría conservadora en muchos contenciosos. Pero incluso si sus decisiones no son decisivas, su voz será decidida y clara.

Sonará con la cadencia de la clase obrera étnicamente diversa de Nueva York, y de las mujeres a las que, al igual que su madre, Sotomayor sabe que reciben salarios inferiores en puestos de trabajo tradicionalmente femeninos como la enfermería, sin importar lo vital que sea su labor o lo considerable de sus habilidades. Tendrá el entusiasmo del hincha que se queda sentado en el estadio de los Yankees, según el New York Times, porque la jueza cree que la experiencia es auténtica.

Es un sonido que el apolillado Tribunal Supremo debe escuchar desesperadamente.

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