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El acierto de Sánchez en la elección de nombres para las listas electorales

Una vuelta a los clásicos

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No se sabe si por inspiración de las hadas o por el sabio consejo de algún asesor o “Pepito Grillo”, lo cierto es que Pedro Sánchez nos ha sorprendido esta semana con la incorporación a las listas electorales (y probablemente a su equipo de gobierno) de cuatro nombres de peso en la política española de las tres últimas décadas: Josep Borrell, Ángel Gabilondo, Margarita Robles y Jordi Sevilla. Personas que, además de haber sido ministros socialistas (Robles fue Secretaria de Estado) en los gobiernos de Felipe González y Rodríguez Zapatero, cuentan con un amplio expediente profesional y académico; algo que, sobre todo durante los años del zapaterismo, brilló por su ausencia (de hecho, el propio Gabilondo, junto con César Antonio Molina y Bernat Soria, constituyeron tres de las poquísimas excepciones en aquella etapa)

La vuelta a estos “clásicos” no tiene por qué representar ningún menoscabo para la constitución de un ejecutivo formado en su mayoría por gente joven, sino el aporte de la experiencia y la solvencia en las tareas que, en su día, les fueron encomendadas.

La cuestión es saber cuál es la idea que bulle –si bulle alguna, aparte de la de no perder el tren a la Presidencia- en la mente de Sánchez, ya que hasta ahora ha demostrado una frivolidad digna de una coqueta de vodevil, dispuesto a encamarse (políticamente) con el centro derecha (Ciudadanos) o con la extrema izquierda (amalgama Podemos)

Su alianza circunstancial con el partido que lidera Albert Rivera, lo llevó a presentarse a la investidura, aun a sabiendas de que le faltaban los apoyos para conseguir el número de votos necesario. Todavía no se sabe el porqué de esta suerte de autoinmolación; pero la tesis más probable es que se tratase de una “operación lifting” encaminada a alisar las arrugas, valles y quebradas que formaban la orografía del PSOE y su electorado desde que fuera elegido Secretario General, hace poco más de dos años. Nadie le niega, no obstante, ese valor que le faltó a Rajoy para hacerlo.

Sus idas y venidas, encuentros y desencuentros, devaneos, puertas que se abren y se cierran (clásicos recursos del vodevil) con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, contribuyeron a crear una suerte de estupefacción en una buena parte del PSOE y sus simpatizantes ¿Cómo podía entenderse que un partido socialdemócrata fuera a aliarse con una fuerza extremista que aboga, entre otras cosas, por “el corralito” y el control estatal de los medios de comunicación?

Iglesias, que nunca quiso tener a Sánchez como jefe en la Moncloa, hizo aquella famosa declaración en la que prácticamente le daba ya formado, con nombre y apellidos, el nuevo Gobierno, reservando para sí mismo la vicepresidencia. Se trató de una hábil estrategia, por no decir de una manifiesta tomadura de pelo, para humillar a la dirección socialista, dándole calabazas por medio de una serie de peticiones imposibles.

Lo inevitable de la convocatoria a unas nuevas elecciones era algo que Rajoy sabía – como diablo viejo que es- desde antes de la sesión de investidura; cosa que puso de manifiesto con el comentario que le hizo a Cameron durante su encuentro en la cumbre de Macedonia.

Falta mes y medio para que por segunda vez en seis meses tengamos que ir a votar, y cada partido elabora sus estrategias:

Podemos e Izquierda Unida van a ir juntos a las elecciones.

El Partido Popular persiste en la creencia rajoyniana de que las cosas acaban cayendo por su propio peso (verdad de Perogrullo) y que la mejor acción es la pasividad.

Ciudadanos muestra una actitud expectante y atenta a los movimientos sobre el tablero de unos y otros, puesto que sabe que su opción para establecer pactos gubernamentales será decisiva.

La acertada elección de Sánchez podría hacer recuperar votos a su partido de manera sustancial y quizá acercarlo a las posiciones de Ciudadanos.

¿Sería posible, esta vez sí, una coalición que lleve al PP a la oposición y estabilice el mapa político durante, al menos, cuatro años?

Quién sabe…

Una vuelta a los clásicos

El acierto de Sánchez en la elección de nombres para las listas electorales
Luis del Palacio
viernes, 13 de mayo de 2016, 02:17 h (CET)
No se sabe si por inspiración de las hadas o por el sabio consejo de algún asesor o “Pepito Grillo”, lo cierto es que Pedro Sánchez nos ha sorprendido esta semana con la incorporación a las listas electorales (y probablemente a su equipo de gobierno) de cuatro nombres de peso en la política española de las tres últimas décadas: Josep Borrell, Ángel Gabilondo, Margarita Robles y Jordi Sevilla. Personas que, además de haber sido ministros socialistas (Robles fue Secretaria de Estado) en los gobiernos de Felipe González y Rodríguez Zapatero, cuentan con un amplio expediente profesional y académico; algo que, sobre todo durante los años del zapaterismo, brilló por su ausencia (de hecho, el propio Gabilondo, junto con César Antonio Molina y Bernat Soria, constituyeron tres de las poquísimas excepciones en aquella etapa)

La vuelta a estos “clásicos” no tiene por qué representar ningún menoscabo para la constitución de un ejecutivo formado en su mayoría por gente joven, sino el aporte de la experiencia y la solvencia en las tareas que, en su día, les fueron encomendadas.

La cuestión es saber cuál es la idea que bulle –si bulle alguna, aparte de la de no perder el tren a la Presidencia- en la mente de Sánchez, ya que hasta ahora ha demostrado una frivolidad digna de una coqueta de vodevil, dispuesto a encamarse (políticamente) con el centro derecha (Ciudadanos) o con la extrema izquierda (amalgama Podemos)

Su alianza circunstancial con el partido que lidera Albert Rivera, lo llevó a presentarse a la investidura, aun a sabiendas de que le faltaban los apoyos para conseguir el número de votos necesario. Todavía no se sabe el porqué de esta suerte de autoinmolación; pero la tesis más probable es que se tratase de una “operación lifting” encaminada a alisar las arrugas, valles y quebradas que formaban la orografía del PSOE y su electorado desde que fuera elegido Secretario General, hace poco más de dos años. Nadie le niega, no obstante, ese valor que le faltó a Rajoy para hacerlo.

Sus idas y venidas, encuentros y desencuentros, devaneos, puertas que se abren y se cierran (clásicos recursos del vodevil) con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, contribuyeron a crear una suerte de estupefacción en una buena parte del PSOE y sus simpatizantes ¿Cómo podía entenderse que un partido socialdemócrata fuera a aliarse con una fuerza extremista que aboga, entre otras cosas, por “el corralito” y el control estatal de los medios de comunicación?

Iglesias, que nunca quiso tener a Sánchez como jefe en la Moncloa, hizo aquella famosa declaración en la que prácticamente le daba ya formado, con nombre y apellidos, el nuevo Gobierno, reservando para sí mismo la vicepresidencia. Se trató de una hábil estrategia, por no decir de una manifiesta tomadura de pelo, para humillar a la dirección socialista, dándole calabazas por medio de una serie de peticiones imposibles.

Lo inevitable de la convocatoria a unas nuevas elecciones era algo que Rajoy sabía – como diablo viejo que es- desde antes de la sesión de investidura; cosa que puso de manifiesto con el comentario que le hizo a Cameron durante su encuentro en la cumbre de Macedonia.

Falta mes y medio para que por segunda vez en seis meses tengamos que ir a votar, y cada partido elabora sus estrategias:

Podemos e Izquierda Unida van a ir juntos a las elecciones.

El Partido Popular persiste en la creencia rajoyniana de que las cosas acaban cayendo por su propio peso (verdad de Perogrullo) y que la mejor acción es la pasividad.

Ciudadanos muestra una actitud expectante y atenta a los movimientos sobre el tablero de unos y otros, puesto que sabe que su opción para establecer pactos gubernamentales será decisiva.

La acertada elección de Sánchez podría hacer recuperar votos a su partido de manera sustancial y quizá acercarlo a las posiciones de Ciudadanos.

¿Sería posible, esta vez sí, una coalición que lleve al PP a la oposición y estabilice el mapa político durante, al menos, cuatro años?

Quién sabe…

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