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Óscar Arce Ruiz

De la vida a la muerte

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En estos momentos dos de los temas que encuentran unas opiniones más opuestas son los que hacen referencia al aborto y a la eutanasia. Esta muestra se expande, de hecho, a cualquier tema que haga referencia a una definición sobre la vida.

En esos dos ejemplos, es la vida lo que está en debate: ¿Qué es la vida? ¿De quién es propiedad y bajo qué circunstancias? ¿Es el valor supremo que hay que proteger por encima de cualquier otro?

Las respuestas a estas preguntas, llevadas a sus extremos, toman el claro matiz del blanco o el negro. La gradación de grises no está contemplada desde las trincheras de lo absoluto y, por tanto, quienes se posicionan en una u otra parte no pueden dejar de ver al resto como contrarios de manera absoluta (conmigo o contra mí).

Puede parecer a primera vista que nos hallamos ante el típico caso de progreso contra resistencia al cambio, monopolizados los discursos casi totalmente por el bando progresista y el religioso-tradicionalista. Creo que no sería adecuado considerar el asunto de esa manera.

En esa dualización de opiniones se nos ofrece la representación de la batalla entre la razón y el mito, la necesidad del famoso paso del mito al logos, con cierta pena, como la colonización europea de los salvajes en el expansionismo del XIX. El bando cientificista compadece la vida mágica que envuelve al religioso, sin percatarse de su propia caída en la beatificación de la ciencia.

Su discurso es tan mítico como el de la religión y, por tanto, sus razones son en muchos casos equiparables en validez a los de aquélla. No representan posiciones tan alejadas como parece, pues hay preguntas que la ciencia no llega a responder. Entonces ha de basarse en explicaciones especulativas desarrolladas por el método científico al que dotan de validez incontestable y absoluta. Confunden el método con la verdad. Se mueven, al fin y al cabo, por medio de dogmas tan inexplicables como los religiosos.

Por eso no pueden llegar a un acuerdo con temas tan poco exactos como la vida, cuándo empieza a serlo y en qué situaciones deja de ser ‘humano’ mantenerla.

Entre las dos posiciones está el vacío infranqueable de quienes no quieren ponerse de acuerdo. Y en el vacío, todos los grises del mundo.

De la vida a la muerte

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
sábado, 23 de mayo de 2009, 22:01 h (CET)
En estos momentos dos de los temas que encuentran unas opiniones más opuestas son los que hacen referencia al aborto y a la eutanasia. Esta muestra se expande, de hecho, a cualquier tema que haga referencia a una definición sobre la vida.

En esos dos ejemplos, es la vida lo que está en debate: ¿Qué es la vida? ¿De quién es propiedad y bajo qué circunstancias? ¿Es el valor supremo que hay que proteger por encima de cualquier otro?

Las respuestas a estas preguntas, llevadas a sus extremos, toman el claro matiz del blanco o el negro. La gradación de grises no está contemplada desde las trincheras de lo absoluto y, por tanto, quienes se posicionan en una u otra parte no pueden dejar de ver al resto como contrarios de manera absoluta (conmigo o contra mí).

Puede parecer a primera vista que nos hallamos ante el típico caso de progreso contra resistencia al cambio, monopolizados los discursos casi totalmente por el bando progresista y el religioso-tradicionalista. Creo que no sería adecuado considerar el asunto de esa manera.

En esa dualización de opiniones se nos ofrece la representación de la batalla entre la razón y el mito, la necesidad del famoso paso del mito al logos, con cierta pena, como la colonización europea de los salvajes en el expansionismo del XIX. El bando cientificista compadece la vida mágica que envuelve al religioso, sin percatarse de su propia caída en la beatificación de la ciencia.

Su discurso es tan mítico como el de la religión y, por tanto, sus razones son en muchos casos equiparables en validez a los de aquélla. No representan posiciones tan alejadas como parece, pues hay preguntas que la ciencia no llega a responder. Entonces ha de basarse en explicaciones especulativas desarrolladas por el método científico al que dotan de validez incontestable y absoluta. Confunden el método con la verdad. Se mueven, al fin y al cabo, por medio de dogmas tan inexplicables como los religiosos.

Por eso no pueden llegar a un acuerdo con temas tan poco exactos como la vida, cuándo empieza a serlo y en qué situaciones deja de ser ‘humano’ mantenerla.

Entre las dos posiciones está el vacío infranqueable de quienes no quieren ponerse de acuerdo. Y en el vacío, todos los grises del mundo.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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