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Marie Cocco

Una comisión de la verdad se impone

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El enfrentamiento partidista a cuenta de las incendiarias alegaciones lanzadas por la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi diciendo que la CIA mintió al Congreso acerca del uso de "técnicas de interrogatorio avanzado" -- tortura -- es una bendición. Convierte en urgente necesidad la contundente defensa de realizar una investigación pública de las políticas de la administración Bush hacia el terrorismo.

Los estadounidenses deben por fin hacerse a la idea de lo que se hizo, a las órdenes de quién, con la connivencia de quién, y porqué. El Gobierno de los Estados Unidos debe pedir cuentas por lo menos a los arquitectos de esta calamidad -- no sólo a subordinados como Lynndie England y Charles Graner y Janet Karpinski, ese personal militar destacado que pagó el precio de papeles minúsculos en el escándalo que salió a la luz con las primeras fotos sobrecogedoras de los abusos en la cárcel de Abú Ghraib en Irak.

Este trío vuelve a salir porque al mismo tiempo incluso que el enfado con Pelosi escala más allá de toda razón -- por no hablar de los hechos conocidos -- el Presidente Obama faltaba no a una sino a dos promesas. Renunciaba al compromiso de desclasificar más fotografías del horror en Abú Ghraib y los enclaves de detención en Afganistán. La primera crónica gráfica de depravación en Abú Ghraib condujo a las investigaciones del Congreso que con el tiempo nos llevaron a entender que Estados Unidos había implementado la tortura como política oficial. Y esa política no fue una idea cogida con alfileres e inventada sobre la marcha por unos tipos en el desierto sino que fue desarrollada por magistrados y altos funcionarios de la administración en Washington.

El candidato presidencial que explotó el poder de Internet para alcanzar la Casa Blanca parece haber olvidado extrañamente el hecho de que, al margen de lo mucho que quiera mantener en privado las fotografías para ahorrar a las tropas estadounidenses la posibilidad de represalias mortales, ya circulan más fotografías. La distribución no autorizada de las fotografías es igual de dada a provocar la misma reacción. Pero una desclasificación controlada por parte del gobierno Obama, respetuosa con una decisión judicial y con lo que el presidente ha prometido será "el estado de derecho" bajo su vigilancia, tiene la posibilidad de que el presidente -- y el país -- obtengan respeto en el extranjero por romper limpiamente con la cultura del encubrimiento.

Obama ha decidido mientras tanto reinstituir las desacreditadas comisiones militares para juzgar a los sospechosos en la prisión de la Bahía de Guantánamo -- un sistema que en tiempos condenó como anatema de la sociedad civilizada. Incluso al hacerlo, observaba que siendo senador, había votado a favor de las comisiones militares en el año 2006.

Lo que nos devuelve a la polémica Pelosi y a la cuestión más genérica de la complicidad Demócrata en los escándalos morales de la era Bush.

Desconocemos quién miente acerca de los informes sobre la tortura de la CIA, y quien está diciendo lo que más se aproxima a la verdad. Estos informes son crípticos en el mejor de los casos, los congresistas no estaban autorizados a tomar notas, y la empresa entera fue clasificada. Si Pelosi hubiera salido de una sesión así y filtrado el asunto de las torturas, los mismos Republicanos que ahora la atacan por guardar silencio se habrían rasgado las vestiduras y probablemente la hubieran declarado culpable de traición.

Pero el consentimiento Demócrata hacia las repugnantes políticas Bush es un asunto digno de un capítulo en cualquier informe final de una comisión de la verdad. Con demasiada frecuencia tras el 11 de Septiembre, los Demócratas decidieron adoptar una postura dependiente de la posición de George W. Bush. Cuando encabezaba las cifras de popularidad, ellos retrocedieron ante la posibilidad de que les considerara blandos con el terror y ello amenazara sus reelecciones.

Este síndrome es el origen de la votación en el año 2002 a favor de autorizar la guerra en Irak. La mayoría de los Demócratas en el Senado, encabezados por Tom Daschle -- conocido el año pasado como candidato pacifista a promotor de Obama en los círculos de Washington -- votó a favor de dejar a Bush entrar imprudentemente en Irak. Pelosi y muchos Demócratas de la Cámara votaron no. Aún así hubo muchas oportunidades posteriores de tomar medidas, si bien no contra las torturas y los abusos, después en la oposición decidida a los pinchazos telefónicos sin garantías judiciales, la colonia penal de Guantánamo, las muertes de detenidos estando bajo custodia estadounidense -- la lista es interminable.

Que la lista sea tan extensa, y que sigamos careciendo de los datos básicos en torno a lo mucho que ha salido a la luz, es motivo suficiente para establecer un panel neutral, siguiendo las líneas de la Comisión del 11 de Septiembre, hasta al menos exponer la verdad. Los que diseñaron y aplicaron las políticas que han traído tal descrédito a la nación deben ser llamados a cuentas.

Aquellos que miraron hacia otro lado deben ahora afrontar su propia responsabilidad. Lo peor de la historia de la humanidad se revela inevitable cuando las buenas personas miran para otro lado.

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Diario SIGLO XXI dispone de los derechos de publicación en exclusiva para medios digitales españoles de este y muchos otros columnistas del Washington Post Writers Group.

Una comisión de la verdad se impone

Marie Cocco
Marie Cocco
miércoles, 20 de mayo de 2009, 11:14 h (CET)
El enfrentamiento partidista a cuenta de las incendiarias alegaciones lanzadas por la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi diciendo que la CIA mintió al Congreso acerca del uso de "técnicas de interrogatorio avanzado" -- tortura -- es una bendición. Convierte en urgente necesidad la contundente defensa de realizar una investigación pública de las políticas de la administración Bush hacia el terrorismo.

Los estadounidenses deben por fin hacerse a la idea de lo que se hizo, a las órdenes de quién, con la connivencia de quién, y porqué. El Gobierno de los Estados Unidos debe pedir cuentas por lo menos a los arquitectos de esta calamidad -- no sólo a subordinados como Lynndie England y Charles Graner y Janet Karpinski, ese personal militar destacado que pagó el precio de papeles minúsculos en el escándalo que salió a la luz con las primeras fotos sobrecogedoras de los abusos en la cárcel de Abú Ghraib en Irak.

Este trío vuelve a salir porque al mismo tiempo incluso que el enfado con Pelosi escala más allá de toda razón -- por no hablar de los hechos conocidos -- el Presidente Obama faltaba no a una sino a dos promesas. Renunciaba al compromiso de desclasificar más fotografías del horror en Abú Ghraib y los enclaves de detención en Afganistán. La primera crónica gráfica de depravación en Abú Ghraib condujo a las investigaciones del Congreso que con el tiempo nos llevaron a entender que Estados Unidos había implementado la tortura como política oficial. Y esa política no fue una idea cogida con alfileres e inventada sobre la marcha por unos tipos en el desierto sino que fue desarrollada por magistrados y altos funcionarios de la administración en Washington.

El candidato presidencial que explotó el poder de Internet para alcanzar la Casa Blanca parece haber olvidado extrañamente el hecho de que, al margen de lo mucho que quiera mantener en privado las fotografías para ahorrar a las tropas estadounidenses la posibilidad de represalias mortales, ya circulan más fotografías. La distribución no autorizada de las fotografías es igual de dada a provocar la misma reacción. Pero una desclasificación controlada por parte del gobierno Obama, respetuosa con una decisión judicial y con lo que el presidente ha prometido será "el estado de derecho" bajo su vigilancia, tiene la posibilidad de que el presidente -- y el país -- obtengan respeto en el extranjero por romper limpiamente con la cultura del encubrimiento.

Obama ha decidido mientras tanto reinstituir las desacreditadas comisiones militares para juzgar a los sospechosos en la prisión de la Bahía de Guantánamo -- un sistema que en tiempos condenó como anatema de la sociedad civilizada. Incluso al hacerlo, observaba que siendo senador, había votado a favor de las comisiones militares en el año 2006.

Lo que nos devuelve a la polémica Pelosi y a la cuestión más genérica de la complicidad Demócrata en los escándalos morales de la era Bush.

Desconocemos quién miente acerca de los informes sobre la tortura de la CIA, y quien está diciendo lo que más se aproxima a la verdad. Estos informes son crípticos en el mejor de los casos, los congresistas no estaban autorizados a tomar notas, y la empresa entera fue clasificada. Si Pelosi hubiera salido de una sesión así y filtrado el asunto de las torturas, los mismos Republicanos que ahora la atacan por guardar silencio se habrían rasgado las vestiduras y probablemente la hubieran declarado culpable de traición.

Pero el consentimiento Demócrata hacia las repugnantes políticas Bush es un asunto digno de un capítulo en cualquier informe final de una comisión de la verdad. Con demasiada frecuencia tras el 11 de Septiembre, los Demócratas decidieron adoptar una postura dependiente de la posición de George W. Bush. Cuando encabezaba las cifras de popularidad, ellos retrocedieron ante la posibilidad de que les considerara blandos con el terror y ello amenazara sus reelecciones.

Este síndrome es el origen de la votación en el año 2002 a favor de autorizar la guerra en Irak. La mayoría de los Demócratas en el Senado, encabezados por Tom Daschle -- conocido el año pasado como candidato pacifista a promotor de Obama en los círculos de Washington -- votó a favor de dejar a Bush entrar imprudentemente en Irak. Pelosi y muchos Demócratas de la Cámara votaron no. Aún así hubo muchas oportunidades posteriores de tomar medidas, si bien no contra las torturas y los abusos, después en la oposición decidida a los pinchazos telefónicos sin garantías judiciales, la colonia penal de Guantánamo, las muertes de detenidos estando bajo custodia estadounidense -- la lista es interminable.

Que la lista sea tan extensa, y que sigamos careciendo de los datos básicos en torno a lo mucho que ha salido a la luz, es motivo suficiente para establecer un panel neutral, siguiendo las líneas de la Comisión del 11 de Septiembre, hasta al menos exponer la verdad. Los que diseñaron y aplicaron las políticas que han traído tal descrédito a la nación deben ser llamados a cuentas.

Aquellos que miraron hacia otro lado deben ahora afrontar su propia responsabilidad. Lo peor de la historia de la humanidad se revela inevitable cuando las buenas personas miran para otro lado.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
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