De unos años a esta parte es una noticia periódicamente repetida el cierre de la edición en papel de medios de prensa tradicionales. Algunos, centenarios, reciben especial atención, como si merecieran unos funerales de mayor categoría en su último número de salida a la calle. Esta misma semana ha sucedido eso con el diario “Tucson Citizen”, el más antiguo de los que se publican en el estado norteamericano de Arizona con casi 138 años de existencia, que ha cerrado su edición impresa debido a la crisis económica que afecta, en general, a los periódicos en EEUU.
La dirección del diario indicó que continuará en Internet la publicación de comentarios y análisis, con lo cual el “Citizen” se suma a la lista creciente de diarios impresos que desaparecen en Estados Unidos. En resumen, se trata de un caso más en que las ediciones en papel son arrolladas por la polivalente pantalla del ordenador. ¿Quién iba a decir en los ochenta, que entre las aplicaciones de conectar unos pocos ordenadores entre sí, estaría la de llegar a desbancar al representante del cuarto poder? A medida que la red de redes fue creciendo la función de informar se fue introduciendo en ella, y hoy día, periódicos nacidos exclusivamente digitales, alardean de antigüedad por el hecho de haber sido fundados, p.e., “en 1996”. Así de vertiginosa ha sido la carrera en este espacio.
Lo que parecía un juego, un experimento electrónico, un entretenimiento al estilo de la “física recreativa”, incluso una equivocación –recuérdese la famosa burbuja tecnológica de final de los noventa-, hoy día está establecida como el medio de porvenir donde compiten todos los medios clásicos por un lugar destacado. No sólo periódicos, sino que cadenas de radio y televisiones, en paralelo a sus emisiones por el medio habitual, “emiten” también por Internet; donde no llegan por las ondas, informan de que se les “puede seguir” por Internet desde cualquier lugar del mundo. Ese poderío, con sus limitaciones, le ha hecho invencible en el momento actual.
La tecnología del que recibe la señal es una de esas limitaciones que cada vez se va haciendo más asequible, y el número de internautas crece exponencialmente a medida en que las nuevas generaciones “nacen” con especiales facultades para este medio, y la tierra se va tragando la resistencia de la gente mayor que no ha conseguido adaptarse a este aparente embrollo de teclado y monitor. El otro extremo de limitación, el emisor, es el que mayor modificación ha experimentado. De la vieja redacción de un periódico, de gente con visera y manguitos alrededor de una máquina de escribir y de un teletipo que balbuceaba noticias, hace tiempo que ya no queda nada más que en algunas películas norteamericanas. Cualquier lugar sirve para que un corresponsal con un portátil sobre las rodillas, teclee un texto y envíe las fotos de lo que está presenciando. La Aldea, con sus riesgos, es ya una gran sala de redacción sin fronteras,
Esta vorágine que ha traído consigo el medio es su grande y terrible limitación porque impide algo tan elemental como es el hecho de tener un tiempo para pensar antes de escribir acerca de lo que se ve. Los grandes escritores que con su cuidada pluma enriquecían con pensados artículo los grandes rotativos, cada vez van siendo menos frecuentes. Es un hecho que Internet, por su disposición de corta pantalla tampoco favorece la lectura reposada, lo que constituye, a la vez, su gran reto. Llegar a establecer un estilo literario peculiar que junto a la parquedad, contenga la calidad necesaria para retener la atención del visitante de una página cualquiera, sea de una noticia, sea de un análisis de actualidad, o sea de un breve relato.