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Óscar Arce Ruiz

Pandemia

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Los excesos siempre acaban por desencadenar reacciones excesivas. Cuantos más excesos se cometen, más probable es una reacción todavía más desmesurada.

Cuando nos entregamos al trabajo, a la comida o a otra persona de una manera que sobrepasa lo que física y emocionalmente somos capaces de soportar, nuestro sistema físico y emocional acaba por ceder.

Quien ha sufrido un sobresalto de este tipo sabe que sus características superan con creces todo lo presumible del cansancio aceptable. Es algo más parecido a un desfallecimiento que precisa de una reflexión sobre las circunstancias que han llevado a esa situación. En todos esos cortocircuitos existe una conducta dañina desde la misma base, es un daño causado por la configuración estructural de nuestros patrones de conducta.

Ante esas situaciones es necesario replantearse qué punto de la estructura hace que se tambalee toda ella. Una crisis de estrés o un ‘aviso’ al corazón, nos fuerza a examinar nuestros hábitos y, en caso que la vida sea más importante que mantener los propios hábitos, nos invita a cambiarlos.

Pues bien, la pompa dada a la gripe A es una de esas reacciones exageradas que tienen como origen algún tipo de exceso. Es el exceso de celo hacia la salud lo que provoca situaciones como ésta.

En la cultura de la vida física, en la que la vejez es castigada con la fealdad y que lo joven (lo siempre joven) anuncia, presenta y parece sólo destinado al disfrute -eso sí, temporal-; en esa cultura anti-edad, la enfermedad se opone en todo al ideal inexistente del eternamente joven.

La enfermedad amenaza nuestra concepción de existencia tranquila, nuestra insaciable búsqueda del mundo perfecto al más puro estilo Huxley. Huyendo de la enfermedad, lo que se ha desarrollado es una aversión enorme hacia ella, un pánico a cualquier complicación biológica.

Y ante una nueva enfermedad se desata rápidamente el miedo a la pandemia, a los muertos contados por millones y al ocaso de la raza humana. El exceso se manifiesta en este caso como exceso de miedo, ante el cual un país entero puede estar a punto del colapso. Eso es un aviso al corazón de la cultura.

Quizás deberíamos reconsiderar el papel de la enfermedad en nuestras vidas, y podríamos acaso vivir el mismo tiempo sin temor constante a la muerte. Esto es, vivir sin temor a la vida.

Pandemia

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
sábado, 9 de mayo de 2009, 08:41 h (CET)
Los excesos siempre acaban por desencadenar reacciones excesivas. Cuantos más excesos se cometen, más probable es una reacción todavía más desmesurada.

Cuando nos entregamos al trabajo, a la comida o a otra persona de una manera que sobrepasa lo que física y emocionalmente somos capaces de soportar, nuestro sistema físico y emocional acaba por ceder.

Quien ha sufrido un sobresalto de este tipo sabe que sus características superan con creces todo lo presumible del cansancio aceptable. Es algo más parecido a un desfallecimiento que precisa de una reflexión sobre las circunstancias que han llevado a esa situación. En todos esos cortocircuitos existe una conducta dañina desde la misma base, es un daño causado por la configuración estructural de nuestros patrones de conducta.

Ante esas situaciones es necesario replantearse qué punto de la estructura hace que se tambalee toda ella. Una crisis de estrés o un ‘aviso’ al corazón, nos fuerza a examinar nuestros hábitos y, en caso que la vida sea más importante que mantener los propios hábitos, nos invita a cambiarlos.

Pues bien, la pompa dada a la gripe A es una de esas reacciones exageradas que tienen como origen algún tipo de exceso. Es el exceso de celo hacia la salud lo que provoca situaciones como ésta.

En la cultura de la vida física, en la que la vejez es castigada con la fealdad y que lo joven (lo siempre joven) anuncia, presenta y parece sólo destinado al disfrute -eso sí, temporal-; en esa cultura anti-edad, la enfermedad se opone en todo al ideal inexistente del eternamente joven.

La enfermedad amenaza nuestra concepción de existencia tranquila, nuestra insaciable búsqueda del mundo perfecto al más puro estilo Huxley. Huyendo de la enfermedad, lo que se ha desarrollado es una aversión enorme hacia ella, un pánico a cualquier complicación biológica.

Y ante una nueva enfermedad se desata rápidamente el miedo a la pandemia, a los muertos contados por millones y al ocaso de la raza humana. El exceso se manifiesta en este caso como exceso de miedo, ante el cual un país entero puede estar a punto del colapso. Eso es un aviso al corazón de la cultura.

Quizás deberíamos reconsiderar el papel de la enfermedad en nuestras vidas, y podríamos acaso vivir el mismo tiempo sin temor constante a la muerte. Esto es, vivir sin temor a la vida.

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