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Kathleen Parker

Miedo a volar

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EN EL AEROPUERTO DE MIAMI -- Contra el consejo de nuestro vicepresidente, me aventuro en el mundo infestado de gérmenes, obligada por compromisos previos y rodeada de extraños que pueden no haberse lavado las manos recientemente.

Las mías, por supuesto, están despellejadas a base de lavarlas mientras recito las cuatro líneas del "Feliz Cumpleaños," que, me cuenta mi vecina de asiento-epidemióloga, es el tiempo que hay que tener el jabón entre manos para que sirva de algo.

Mientras escribo, estoy confinada en una pequeña zona reservada del Aeropuerto Internacional de Miami. Acabo de tragar mi segundo frasco de Immu(BEG ITAL)Go(END ITAL) -- la súperdosis de vitaminas y minerales que estimulan el sistema inmune, "célebre entre las celebridades," según el envase. Imaginó que los famosos saben lo que hacen en lo referente a repeler los gérmenes.

Por lo demás, intento no respirar con mayor o menor fortuna.

Hasta el momento, no me he puesto la mascarilla, pero mi bolso de viaje contiene 10 mascarillas de tipo respirador que, en caso de usarlas, asustarán tanto a la gente que sus gérmenes huirán de mí.

Así es la vida en la carretera durante "la era de las pandemias.”

Ese era el titular del Wall Street Journal el sábado, cuando comencé mi viaje. Ese mismo día, el Washington Post dedicaba cerca de cuatro páginas al virus, al que ya no debíamos llamar "la gripe del cerdo" por deferencia a nuestros amigos porcinos, que estaban siendo masacrados sin ningún motivo. No contraemos la gripe del cerdo a través del cerdo, al parecer.

Pero es más fácil dejarse llevar por el pánico a causa de algo bautizado en honor a una bestia famosa por su comportamiento antihigiénico que por el menos horroroso H1N1, apelativo oficial del virus que antes era una crisis. Todavía puede dar algún susto, nos vemos obligados a admitir, pero por ahora el H1N1 no parece ser peor que la gripe común. El ritmo de contagios ronda el mismo abanico que el de las demás enfermedades comparables.

Pero las noticias con las que ya nos hemos familiarizado han venido fomentando el miedo. Y en consecuencia nos hemos dejado llevar por el pánico -- cerrando escuelas, evitando las compras y por los demás, portándonos de forma extraña.

Ejem. No sólo he hecho mi equipaje con la suficiente parafernalia médica para abastecer a una isla caribeña pequeña, sino que tengo a mi acompañante masculino en una estima menos compasiva. No estoy sola.

(BEG ITAL)En el lavabo(END ITAL): me detengo a observar a las mujeres que tengo a ambos flancos lavándose las manos. Sus labios se mueven. Puedo leer "Cumpleaños Feliz...”

(BEG ITAL)A bordo(END ITAL): la mujer que tengo al lado saca su detergente mientras desenvuelvo una de mis cómodas toallitas de desinfección instantánea. Nos sonreímos una a la otra con una mezcla de comprensión y vergüenza ajena. Al pasar una madre y su bebé, el pequeño angelito gira su nariz hacia nosotras y tose igual que si estuviera poseído por perros del infierno.

“Ah, qué mona es, ¿verdad?” Digo a mi compañera de asiento. Miramos para otro lado.

Repentinamente, me siento abrumada por la necesidad de toser. Se debe a que mis pulmones están llenos de polen, pero no me atrevo a aclarar la garganta por temor a que los demás pasajeros me miren mal. Ni siquiera el policía que hay a bordo intentará salvarme mientras el pasaje arroja mi cuerpo asediado por la alergia fuera del avión.

Inexplicablemente, confieso este impulso a mi compañera de asiento. Quizá espero que tenga clemencia conmigo cuando el resto del pasaje venga a por mí. Ella dice que también quiere toser. Ahora estamos juntas reprimiendo la tos, en solidaridad anti-niña. Nos volvemos a lavar las manos y nos reímos de nosotras mismas. No tengo ni idea de si esta mujer sigue viva.

Mi siguiente vuelo es igual que ese salvapantallas de las tostadoras con alas -- caluroso, pequeño y superpoblado. Es un vuelo de adultos a Key West, donde la mayor parte del pasaje acude a relajarse. (Viajo con otros periodistas para asistir a un foro acerca de la intersección entre religión y vida pública.)

Hay una sensación palpablemente diferente en el aire esta vez -- nada que, como me informa mi nuevo compañero de asiento, no pueda solucionarse con unos cuantos margaritas. El asistente de vuelo se desliza pasillo abajo con cerveza y vino. Por la ventanilla, el cielo se abre y el agua se tiñe de un color que aún no tiene nombre. “Cielo azul,” quizá.

(BEG ITAL)Key West(END ITAL): Dos días más tarde, no he escuchado nada sobre la enfermedad. Mi mente vibra de cuestiones sobre la neurología de la experiencia religiosa, las pruebas científicas de Dios, la influencia de Reinhold Niebuhr en Barack Obama. La gripe no existe para mí.

La ignorancia puede no ser dicha, pero en lo que respecta al H1N1, contra menos sepa mejor para usted.

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Diario SIGLO XXI dispone de los derechos de publicación en exclusiva para medios digitales españoles de este y muchos otros columnistas del Washington Post Writers Group.

Miedo a volar

Kathleen Parker
Jim Hoagland
jueves, 7 de mayo de 2009, 06:15 h (CET)
EN EL AEROPUERTO DE MIAMI -- Contra el consejo de nuestro vicepresidente, me aventuro en el mundo infestado de gérmenes, obligada por compromisos previos y rodeada de extraños que pueden no haberse lavado las manos recientemente.

Las mías, por supuesto, están despellejadas a base de lavarlas mientras recito las cuatro líneas del "Feliz Cumpleaños," que, me cuenta mi vecina de asiento-epidemióloga, es el tiempo que hay que tener el jabón entre manos para que sirva de algo.

Mientras escribo, estoy confinada en una pequeña zona reservada del Aeropuerto Internacional de Miami. Acabo de tragar mi segundo frasco de Immu(BEG ITAL)Go(END ITAL) -- la súperdosis de vitaminas y minerales que estimulan el sistema inmune, "célebre entre las celebridades," según el envase. Imaginó que los famosos saben lo que hacen en lo referente a repeler los gérmenes.

Por lo demás, intento no respirar con mayor o menor fortuna.

Hasta el momento, no me he puesto la mascarilla, pero mi bolso de viaje contiene 10 mascarillas de tipo respirador que, en caso de usarlas, asustarán tanto a la gente que sus gérmenes huirán de mí.

Así es la vida en la carretera durante "la era de las pandemias.”

Ese era el titular del Wall Street Journal el sábado, cuando comencé mi viaje. Ese mismo día, el Washington Post dedicaba cerca de cuatro páginas al virus, al que ya no debíamos llamar "la gripe del cerdo" por deferencia a nuestros amigos porcinos, que estaban siendo masacrados sin ningún motivo. No contraemos la gripe del cerdo a través del cerdo, al parecer.

Pero es más fácil dejarse llevar por el pánico a causa de algo bautizado en honor a una bestia famosa por su comportamiento antihigiénico que por el menos horroroso H1N1, apelativo oficial del virus que antes era una crisis. Todavía puede dar algún susto, nos vemos obligados a admitir, pero por ahora el H1N1 no parece ser peor que la gripe común. El ritmo de contagios ronda el mismo abanico que el de las demás enfermedades comparables.

Pero las noticias con las que ya nos hemos familiarizado han venido fomentando el miedo. Y en consecuencia nos hemos dejado llevar por el pánico -- cerrando escuelas, evitando las compras y por los demás, portándonos de forma extraña.

Ejem. No sólo he hecho mi equipaje con la suficiente parafernalia médica para abastecer a una isla caribeña pequeña, sino que tengo a mi acompañante masculino en una estima menos compasiva. No estoy sola.

(BEG ITAL)En el lavabo(END ITAL): me detengo a observar a las mujeres que tengo a ambos flancos lavándose las manos. Sus labios se mueven. Puedo leer "Cumpleaños Feliz...”

(BEG ITAL)A bordo(END ITAL): la mujer que tengo al lado saca su detergente mientras desenvuelvo una de mis cómodas toallitas de desinfección instantánea. Nos sonreímos una a la otra con una mezcla de comprensión y vergüenza ajena. Al pasar una madre y su bebé, el pequeño angelito gira su nariz hacia nosotras y tose igual que si estuviera poseído por perros del infierno.

“Ah, qué mona es, ¿verdad?” Digo a mi compañera de asiento. Miramos para otro lado.

Repentinamente, me siento abrumada por la necesidad de toser. Se debe a que mis pulmones están llenos de polen, pero no me atrevo a aclarar la garganta por temor a que los demás pasajeros me miren mal. Ni siquiera el policía que hay a bordo intentará salvarme mientras el pasaje arroja mi cuerpo asediado por la alergia fuera del avión.

Inexplicablemente, confieso este impulso a mi compañera de asiento. Quizá espero que tenga clemencia conmigo cuando el resto del pasaje venga a por mí. Ella dice que también quiere toser. Ahora estamos juntas reprimiendo la tos, en solidaridad anti-niña. Nos volvemos a lavar las manos y nos reímos de nosotras mismas. No tengo ni idea de si esta mujer sigue viva.

Mi siguiente vuelo es igual que ese salvapantallas de las tostadoras con alas -- caluroso, pequeño y superpoblado. Es un vuelo de adultos a Key West, donde la mayor parte del pasaje acude a relajarse. (Viajo con otros periodistas para asistir a un foro acerca de la intersección entre religión y vida pública.)

Hay una sensación palpablemente diferente en el aire esta vez -- nada que, como me informa mi nuevo compañero de asiento, no pueda solucionarse con unos cuantos margaritas. El asistente de vuelo se desliza pasillo abajo con cerveza y vino. Por la ventanilla, el cielo se abre y el agua se tiñe de un color que aún no tiene nombre. “Cielo azul,” quizá.

(BEG ITAL)Key West(END ITAL): Dos días más tarde, no he escuchado nada sobre la enfermedad. Mi mente vibra de cuestiones sobre la neurología de la experiencia religiosa, las pruebas científicas de Dios, la influencia de Reinhold Niebuhr en Barack Obama. La gripe no existe para mí.

La ignorancia puede no ser dicha, pero en lo que respecta al H1N1, contra menos sepa mejor para usted.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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