Nos encontramos ante una de esos filmes que no te dejan indiferente. De entrada, los vampiros pueden antojarse un tema demasiado explotado en el cine, pero es precisamente el hecho de conocer todas esas peculiares costumbres vampiricas el que permite a la película desde el comienzo centrarse en el tema principal de la película. Y este no es ni más ni menos que una bellísima historia de amor y ternura entre preadolescentes donde la emotividad, la crueldad y la ambigüedad se unen para crear un singular cuento de contrastes. La cinta se va desarrollando con un ritmo pausado, propio del cine europeo, que nos permite digerir todo el torrente de emociones que se despliegan ante nuestras retinas. La fotografía es igual de gélida que el ambiente en el que transcurre la trama ( un pequeño pueblo sueco ochentero) con un predominio total de colores fríos y desaturación en la imagen en la que a veces nos evoca a una película dogma y que contrasta especialmente con algunas situaciones que quizá requerían una paleta de colores más viva (sobretodo una especialmente intima) pero que contribuye a crear ese tono deprimente que caracteriza todo el film.
El trabajo actoral se puede calificar de sobresaliente, especialmente los jóvenes que interpretan los roles de Oskar y Eli. La oscuridad de los personajes, en una película tan poco dada al dialogo vacio solo podía mostrarse a través de unas actuaciones convincentes.
La amoralidad de la que se impregna todo el relato cobra sentido al final del mismo, que culmina con una secuencia climática escalofriante. un trabajo artístico de planos realmente trabajados y una banda sonora correcta terminan de redondear un filme que si bien no es para todos los públicos, solo con una sola secuencia, (en la que los mas cerrados se escandalizaran) ya hace palidecer de envidia a ese subproducto supuestamente vampírico que es crepúsculo.