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Extraños e interesados compañeros de viaje

La importancia de llamarse o no Ernesto

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Cuando llamaron a su puerta estaba a cinco minutos de echar el cierre. Como emprendedor forzoso había confiado paro y porvenir al proyecto de una librería-hamburguesería-delicatessen que en menos que canta un gallo te facturaba una “Salinger” con huevo y pan de centeno o una “Melville” de 3 pisos coronada con una cobertura de salmón marinado al gusto de Ismael, mientras un coro de estudiantes del liceo francés acompañaban tu digestión con un sensual recitado de los poemas jeroglíficos de Cesar Vallejo. Tan buena premisa chocaba con una realidad que ni conocía a Vallejo ni apreciaba las referencias metaliterarias de hamburguesas que no mejoraban la pizza de pato laqueado del “italoriental” situado dos patios más adelante. De ahí la imposibilidad de sostener el negocio y el firme propósito de cierre, y a cinco minutos de éste llamaban a su puerta.

Eran dos y antes de entrar ya se deshacían en elogios al nombre del establecimiento: “The hamgourmesa”. Representaban, o eso decían, los intereses de una corriente ideológica que buscaba aglutinar a sus distintas facciones en lo que llamaban su “segundo asalto a los cielos”. Habían descubierto que lo importante era encontrar un buen nombre, algo al mismo tiempo integrador y potente. Me conocía la historia. Dos semanas antes, y tras compartir unos cacaos y un relato corto de Elvira Lindo, otra pareja (mixta en este caso) me habían pedido el mismo favor tras acumular varios fracasos en la búsqueda del distintivo idóneo. Su última elección “Social ciudadanos” había cosechado tantos reproches entre sus bases como la anterior “Ciudadistas”. Les sugerí “Sociadanos” para que me dejaran en paz pues veía en sus caras que no sacaría beneficio alguno de esto. Y ahora se presentaba esta gente a la que un puñado de asesores vagos o poco imaginativos había enviado a esta zona de restaurantes con nombres chics, pensando que solo porque sabíamos bautizar con cierta originalidad a nuestros negocios, les íbamos a ahorrar ese trabajo a los suyos. Cerrando la persiana aún seguían insistiéndome en que escogiera entre “Unidemos” o “Podemos unirnos” como opción preferente.

La importancia de llamarse o no Ernesto

Extraños e interesados compañeros de viaje
Ángel Pontones Moreno
domingo, 24 de abril de 2016, 12:10 h (CET)
Cuando llamaron a su puerta estaba a cinco minutos de echar el cierre. Como emprendedor forzoso había confiado paro y porvenir al proyecto de una librería-hamburguesería-delicatessen que en menos que canta un gallo te facturaba una “Salinger” con huevo y pan de centeno o una “Melville” de 3 pisos coronada con una cobertura de salmón marinado al gusto de Ismael, mientras un coro de estudiantes del liceo francés acompañaban tu digestión con un sensual recitado de los poemas jeroglíficos de Cesar Vallejo. Tan buena premisa chocaba con una realidad que ni conocía a Vallejo ni apreciaba las referencias metaliterarias de hamburguesas que no mejoraban la pizza de pato laqueado del “italoriental” situado dos patios más adelante. De ahí la imposibilidad de sostener el negocio y el firme propósito de cierre, y a cinco minutos de éste llamaban a su puerta.

Eran dos y antes de entrar ya se deshacían en elogios al nombre del establecimiento: “The hamgourmesa”. Representaban, o eso decían, los intereses de una corriente ideológica que buscaba aglutinar a sus distintas facciones en lo que llamaban su “segundo asalto a los cielos”. Habían descubierto que lo importante era encontrar un buen nombre, algo al mismo tiempo integrador y potente. Me conocía la historia. Dos semanas antes, y tras compartir unos cacaos y un relato corto de Elvira Lindo, otra pareja (mixta en este caso) me habían pedido el mismo favor tras acumular varios fracasos en la búsqueda del distintivo idóneo. Su última elección “Social ciudadanos” había cosechado tantos reproches entre sus bases como la anterior “Ciudadistas”. Les sugerí “Sociadanos” para que me dejaran en paz pues veía en sus caras que no sacaría beneficio alguno de esto. Y ahora se presentaba esta gente a la que un puñado de asesores vagos o poco imaginativos había enviado a esta zona de restaurantes con nombres chics, pensando que solo porque sabíamos bautizar con cierta originalidad a nuestros negocios, les íbamos a ahorrar ese trabajo a los suyos. Cerrando la persiana aún seguían insistiéndome en que escogiera entre “Unidemos” o “Podemos unirnos” como opción preferente.

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