Los llamados sindicatos de “clase” tienen una connotación decimonónica del mismo apolillado cajón que Marx, Engels y el “Capital”;, cuando trabajar currando con pico y pala colocaba al individuo en distinta “clase” que hacerlo con una bata blanca o con los codos encima de una mesa afilando la punta de un lápiz, o sacando adelante unas tierras heredadas, de secano, que si llovía daban una cosecha para ir tirando, y si no llovía para pasar más hambre que un “maestro de escuela”. El caso es que la violencia se instaló entre las “clases” y las unas se miraba a las otras, injustamente recelosas y de distinta manera, por encima o por debajo de hombro. Tan injusto era mirar por debajo al de “abajo” como mirar por encima al de “ arriba”. La categoría del hombre, no se debe al lugar donde estuviera trabajando, sino a su entidad moral. Ni por lo que tuviera ni por lo que dejara de tener.
El “tanto tienes, tanto vales”, suena bien para una copla jaleada con palmas y copas de manzanilla, y resulta acertada medida de la miseria humana, que, desde que el pueblo judío salió de Egipto conducido por Moisés, decidió adorar al becerro de oro y a todo ídolo hecho del mismo o parecido metal, en lugar de al Dios verdadero. De ahí que fuera menospreciado todo trabajador de modesta condición, y “respetado” hasta la babosa reverencia todo poseedor de bienes, fuera denodado currante o el señorito más vago que la “chaqueta de un guardia”. Así que las “ clases” se desvirtuaron en “tener o no tener” y se introdujo la cizaña, no entre el género de ocupaciones, sino entre los que nada tenían, y los que retenían todo lo que podían. Los sindicatos “de clase” se convirtieron en un corte social sesgado y confundido del mundo del trabajo cuya inoperancia se está viviendo de modo palpable en nuestros días. Es una confusión histórica que se arrastra y confunde; algo así como la idea de “proletariado”. Levantar el puño en favor del mismo, era hacerlo en defensa de los pobres, que eran los que malamente vivían cargados de hijos -la “prole”- y, generalmente, medio muertos de hambre, pasando frío, viviendo depauperados y hacinados en insalubres viviendas. Ahora, no es así, las familias numerosas siguen pasando apuros a fin de mes, pero han desarrollado la solidaridad interna, comparten el espacio familiar, las ropas suelen estrenarlas los mayores que luego pasan a los más pequeños hasta que algún padrino se luce y rompe la cadena. Pero ya no son terreno para el malestar social, sino un alegato en contra del aborto y un respiro el día que ven casado al más pequeño (Epifanio).
Tampoco los sindicatos representan a los currantes, porque hace tiempo que han sido “sobornados” por el poder el Estado para que permanezcan a su servicio con la mayor docilidad, ni las grandes familias, escasas, reciben la menor atención del Poder, que ni siquiera hacen pisos donde quepan más de tres o cuatro hijos. Esa es la realidad. El resto es engañarse o vivir en otro mundo. La UGT,o CCOO, puede que representen al partido Socialista o a los residuos que queden del Partido Comunista de infeliz memoria, pero ninguno de los dos representan al “currantismo” español. Sus cuadro dirigentes son una zángana pirámide burocrática, más o menos liberada que “no trabaja”, que disfruta de prebendas y que está muy lejos de aquellos honestos trabajadores de alpargata y fiambrera que dieron su vida en tantas ocasiones por los que, como ellos, en efecto, no tenían nada, y no como estos “gandules”, de despacho y secretaria, rodeados de símbolos usurpados, para los que Sacco y Vanzetti significan tanto como para Leire Pajín un poster del Ché Guevara, y la jornada de ocho horas con un compresor significaría la baja laboral al día siguiente, y, obviamente, un desempleado les resulta un ser lejano y extraño que hace cola para comer donde Cáritas.