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Gabriel Ruiz-Ortega

La violencia íntima en los cuentos de Richard Ford

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Hace unas semanas estuve en la casa del escritor peruano Carlos Torres Rotondo, lo que permitió dar un vistazo a su bien nutrida biblioteca. Mientras me perdía leyendo los lomos, noté uno que había escuchado, mas no leído. Metí en mi mochila viajera ROCK SPRINGS (1987, en castellano 1991), el primer libro de cuentos de Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944).

La poética de Ford le debe todo a la parcela temática más violenta que ser humano pueda vivir: la violencia de la intimidad, del mundo interior. Prácticamente, Ford ha hecho de esta mentada violencia, que no es otra cosa que su Demonio Literario, el flujo por el que ha nutrido las novelas que le han deparado un merecido reconocimiento internacional, prueba de ello es la saga de su personaje fetiche Frank Bascombe, el de los monumentos novelísticos conformados por EL PERIODISTA DEPORTIVO, EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA y ACCIÓN DE GRACIAS. Sin embargo, para las nuevas generaciones de lectores, Ford no es muy conocido en su faceta como cuentista. Leer su primer libro, el mejor en su incursión en el cuento, es un peligro: quedamos desarmados ante la influencia.

Los cuentos de RS son, a secas, insuperables. En ellos hay una búsqueda del trauma a exorcizar a través de los recuerdos, las historias no están suscritas a eventos fuera de lo común, sino que estas se desarrollan en la más absoluta cotidianidad, los personajes huyen de sí mismos, y depositan su esperanza por el “otro”, como el criminal fugitivo del cuento homónimo del conjunto, o el hombre que al llegar a su casa encuentra a su mujer conversando con un ex novio que es perseguido por la justicia, o aquel que lleva a cabo una aventura en un tren mientras su esposa duerme en el camarote… Todos estos personajes están castrados de sí mismos, quieren decir muchas cosas, pero se las guardan, la violencia interna se canaliza en las actitudes, lo dicho no refleja más que el apego a la normalidad, basta un gesto, una mirada, alguna postura como para denotar que están hartos de la vida, pero a la vez incapaces de dar rienda suelta al contenido espíritu tanático, aferrándose a los instantes de iluminación, los que no aparecen ni por asomo.

La sequedad de sus descripciones, de las disección de las psicologías no carecen de un más que estimable vuelo lírico, se percibe un trabajo en el ritmo y melodía de las palabras, ni una falta ni sobra, que conllevan a afianzar la desgarradora sensibilidad que impregna cada uno de los cuentos.

Libros como ROCK SPRINGS, por más que hayan sido publicados hace más de veinte años, mantienen su vigencia, son una muestra tajante de que la narrativa no solo puntea en novela, sino también en el género más difícil de concebir: el cuento.

La violencia íntima en los cuentos de Richard Ford

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
martes, 21 de abril de 2009, 04:57 h (CET)
Hace unas semanas estuve en la casa del escritor peruano Carlos Torres Rotondo, lo que permitió dar un vistazo a su bien nutrida biblioteca. Mientras me perdía leyendo los lomos, noté uno que había escuchado, mas no leído. Metí en mi mochila viajera ROCK SPRINGS (1987, en castellano 1991), el primer libro de cuentos de Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944).

La poética de Ford le debe todo a la parcela temática más violenta que ser humano pueda vivir: la violencia de la intimidad, del mundo interior. Prácticamente, Ford ha hecho de esta mentada violencia, que no es otra cosa que su Demonio Literario, el flujo por el que ha nutrido las novelas que le han deparado un merecido reconocimiento internacional, prueba de ello es la saga de su personaje fetiche Frank Bascombe, el de los monumentos novelísticos conformados por EL PERIODISTA DEPORTIVO, EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA y ACCIÓN DE GRACIAS. Sin embargo, para las nuevas generaciones de lectores, Ford no es muy conocido en su faceta como cuentista. Leer su primer libro, el mejor en su incursión en el cuento, es un peligro: quedamos desarmados ante la influencia.

Los cuentos de RS son, a secas, insuperables. En ellos hay una búsqueda del trauma a exorcizar a través de los recuerdos, las historias no están suscritas a eventos fuera de lo común, sino que estas se desarrollan en la más absoluta cotidianidad, los personajes huyen de sí mismos, y depositan su esperanza por el “otro”, como el criminal fugitivo del cuento homónimo del conjunto, o el hombre que al llegar a su casa encuentra a su mujer conversando con un ex novio que es perseguido por la justicia, o aquel que lleva a cabo una aventura en un tren mientras su esposa duerme en el camarote… Todos estos personajes están castrados de sí mismos, quieren decir muchas cosas, pero se las guardan, la violencia interna se canaliza en las actitudes, lo dicho no refleja más que el apego a la normalidad, basta un gesto, una mirada, alguna postura como para denotar que están hartos de la vida, pero a la vez incapaces de dar rienda suelta al contenido espíritu tanático, aferrándose a los instantes de iluminación, los que no aparecen ni por asomo.

La sequedad de sus descripciones, de las disección de las psicologías no carecen de un más que estimable vuelo lírico, se percibe un trabajo en el ritmo y melodía de las palabras, ni una falta ni sobra, que conllevan a afianzar la desgarradora sensibilidad que impregna cada uno de los cuentos.

Libros como ROCK SPRINGS, por más que hayan sido publicados hace más de veinte años, mantienen su vigencia, son una muestra tajante de que la narrativa no solo puntea en novela, sino también en el género más difícil de concebir: el cuento.

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