Don Carlos como le sucede a José Tomás en la plaza, puso el no hay billetes en menos de cincuenta minutos el pasado Domingo de Resurrección en el Teatro Lope de Vega, y creánme de los veintisiete pregones anteriores no se recuerda y creo, que no se volverá a repetir otro que aglutine a casi mil aficionados, dentro y desgraciadamente para alguno de ellos también fuera del teatro sevillano.
Brillante pregón del maestro Herrera, que vestido con su capotito de grana y oro, nos sedujo con el duende de la vieja copla pasajes inolvidables de su gran pasión por y para su planeta de los toros. El secreto fue el torear despacio en un terreno en donde la técnica y el valor son indudables. Dejó las cosas muy claras desde el primer ademán en el tercio, precisamente cuando Sevilla vestida de Almería recibió con palmas a su paisano del sillón de tendido.
Poco a poco y sin prisas en un tiempo en que todos corremos sin pararnos, desgranó sus primeros impulsos taurinos, su tradición familiar accidentada, sus debilidades estéticas en la fiesta, ejecutando casi a la misma vez y con el mismo compás las coplas más clásicas de referencia taurina, sin dejar escapar la ocasión para ejecutar alguna que otra estocada en lo alto de los que amenazan con destruir el legado taurino. Creánme los kikirikís y las trincheras del anecdotario taurino se alternaron constantemente con naturales celestiales en la misma cara del toro a lo largo de toda una faena muy medida que al son de Juanita Reina y el mismísimo Joselito El Gallo, pusieron la plaza en pie en no pocas ocasiones.
Luego llegó el toreo de cante grande amanoletado de Herrera. Ésa era la parte del pregón que muchos esperábamos desde hace más de seis meses, el caro, el imposible, el kamikaze por lo arriesgado de su posición y conocimiento como respuesta inmediata a tanta injuria y calumnia que amenaza día a día nuestra fiesta sin desmayo, precisamente por aquellos que no la sienten como algo propio.
Ahí estuvo Herrera clavado en la arena, retorciendo sus piernas como un barco en la mar y justo a escasos veinte centímetros del toro, ésos que marcan la frontera de la gloria o el infierno de una cornada severa. No se puede decir ni más alto y ni tan claro. Sin concesiones a la galería, rescato aquí y ahora algunas de sus frases que a modo de muletazos en redondo deslumbraron a los presentes por su valentía en las denuncias, los acosos y la represión romana antitaurina: “¿Quiénes son unos golfos para declarar Barcelona antitaurina? Como si se pudiese decidir por decreto los sentimientos de una ciudad. ¿Quiénes son los diputados friquis para exigir a la televisión que no se televisen corridas en horario infantil? ¿Quienes son todos esos bobos estúpidos para coartar libertades tan esenciales como acudir con un hijo a una ceremonia que han pintado Goya, Picasso o Barceló?
Maestro, nadie se lo pasó tan cerca ni el mismismo José Tomás, esa es la pureza de la fiesta que Vd. defendió y pregonó ayer con acierto y hoy seguimos recordándolo, Dios le bendiga. Estoy seguro que el último maestro que le vio llorar a Vd. por última vez en la plaza, fue el culpable de aquellas lágrimas brujas en su honor con las que se despertó esta mañana mi barrio de San Bernardo. Su amigo y ahijado suyo Chuck Norris.