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“El navío de la democracia, después de haber capeado tantos temporales, puede irse al fondo en un motín de los que van a bordo” S.Grover Cleveland

República si. Frente popular, bandera tricolor y revolución progre, no

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Por desgracia en España el recuerdo que ha perdurado de la II República dista mucho de ser el que, los que creemos en esta forma de gobierno, quisiéramos que hubiera sido. Es obvio que un sistema que se valió de trampas, de pucherazo, para sustituir a la monarquía borbónica de Alfonso XIII; contando, todo hay que decirlo, con la espantada del Rey mal aconsejado por sus valedores, antes incluso de que los resultados de los pueblos hubieran demostrado que, la verdadera vencedora de aquel 14 de Abril, había sido la monarquía y no lo que, unos interesados organizadores de manifestaciones populares en las grandes ciudades anticiparon, dando por conseguida la victoria republicana basándose sólo en lo que se había votado en ellas.

Seguramente aquella república, completamente en manos de los socialistas y a expensas de unos fanáticos que confundieron el término república con el de lo que, más tarde, fue el Frente Popular de febrero del año 1936; sólo pocos meses antes de que se produjera el levantamiento del Ejército, en contra de aquel simulacro de gobierno republicano, incapaz de mantener el orden en las calles, la vigencia de las leyes, evitar y reprimir los crímenes de las bandas sindicales y entregado al anticlericalismo de señores, como don Manuel Hazaña, que empezó por expulsar a las órdenes religiosas de la enseñanza, antes de comprobar que, sin ellas, España se quedaba sin maestros capacitados para poder dar la enseñanza pública de la que anduviera tan necesitada. El gran error de haberse creído que se podría marginar a los partidos de derechas, como si en lugar de buscar sustituir la monarquía por un sistema distinto, a semejanza de los que ya se empezaban a desarrollar en el resto de Europa, lo que se pretendiera fuera establecer un régimen exclusivamente de izquierdas para darles el poder a aquellos políticos que, como Largo Caballero o su opositor en el partido, Indalecio Prieto o el mismo Santiago Carrillo, tenían la intención de que les sirviera de trampolín para convertir a España en lo que más tarde, en tiempos de Negrín, se llegó a presentar como un futuro satélite del Kominform soviético; algo que el general Franco logró evitar que se produjese.

Los que pensamos que la república pudiera ser un sistema de gobierno más democrático, donde al igual que para la elección de presidente del gobierno se tuviera que recurrir a unas elecciones periódicas para designar, por voluntad popular, al jefe de Estado, tal y como ocurre en países tan democráticos como Alemania, Francia, Italia, Austria, Hungría, Polonia y así hasta 19. La ventaja viene de que el pueblo puede, periódicamente, renovar o, en algunos casos en que la Constitución del país lo permita, volver a elegir a la misma persona para el cargo; algo que, en el caso de monarquías hereditarias, aunque sean parlamentarias ( hoy ya no quedan monarquías absolutistas) no está en manos de los ciudadanos que deben estar a expensas de que los herederos sean las personas adecuadas y preparadas por ejercer de Jefes de Estado, circunstancia que, evidentemente, no siempre se produce.

Ahora bien no es posible pensar que, en cualquier momento, se puede recurrir a hacer el cambio. Primero sería necesario cambiar la Constitución, en segundo lugar que una mayoría de españoles lo decidiera así en las urnas, en tercer lugar que la democracia española estuviera bien asentada, que los partidos aceptasen todos las reglas que se deben observar en todo estado democrático y que nadie se valiera del recurso de apelar a una república como medio para apoderarse del poder, eliminar la oposición de derechas, cambiar los colores de la insignia española y establecer un modelo de “república” fraudulento, absolutista, del tipo bolivariano, como hoy parece que se estilan en esta América latina de los grandes dictadores comunistas bolivarianos. No, señores, esto no es un sistema republicano, es simplemente un engaño al pueblo, una deslealtad y una traición por parte de aquellos que se aprovechan de la credibilidad, la buena voluntad y, por qué no decirlo, la ignorancia de una parte del pueblo que lo lleva a creerse que, eliminando a empresarios, emprendedores y banqueros, el país funcionaría por si solo como una balsa de aceite.

La república puede esperar; la monarquía, mientras se atenga a sus limitaciones, no parece que esté en la peores manos y el país, en estos momentos de su historia, no está por revoluciones ni aventuras de tipo comunista, que acaben con todo lo que se ha conseguido, a costa de las privaciones, los sufrimientos y la falta de trabajo de muchos españoles durante los pasados años de la crisis. Las voces de sirena que, a tiro pasado, cuando ya se le ve el final a la época peor de la crisis, quieren aprovechar el esfuerzo de los que han venido gobernando el país, para criticarlos, denigrarlos etc. son tan peligrosas como los afilados colmillos de un león que espera poder salir de la jaula para dar buena cuenta de los tranquilos mirones que lo están observando desde fuera de la jaula. Estos 120 días que se han perdido en busca de una combinación de gobierno que no tenía la más mínima probabilidad de producirse; este plazo que dio el Rey para que el aspirante a presidente del gobierno y a la investidura, presentase los apoyos que le garantizasen ser investido; no parece que hayan servido para otra cosa que para que, cada partido, se haya retratado ante sus votantes y los que votaron a los otros.

Es casi seguro (siempre se puede dar un acuerdo insospechado de última hora) que vamos hacia otras elecciones. Si esto sucede, no acabo de compartir lo que parece que señalan las últimas encuestas, en el sentido de que los resultados de unos próximos comicios podrían ser muy parecidos a los del 20D. Lo cierto es que, el comportamiento de todos los aspirantes a gobernar o a formar coalición para apoyar a un futuro gobernante, ha sido lo suficientemente explícito; ha dejado meridianamente diáfano lo que, en realidad, pretendía si subía al poder; ha mostrado cuanto estaba dispuesto a ceder o las humillaciones a las que estaba dispuesto a someterse por conseguir su objetivo o la doble moral que se escondía en sus ofrecimientos según fueran de su misma vena política o la contraria. En la mayoría de los casos las buenas palabras, el interés de los ciudadanos, la defensa de la nación o las promesas de un futuro esplendoroso, han sido los ornamentos con los que se ha querido entrar de contrabando en la buena fe de los votantes, para que picaran el cebo y, sin sospechar todo lo que se ocultaba bajo tal envoltorio, se les diera el poder que era lo que, en realidad, vienen ambicionando. Una vez en la poltrona gubernamental, con todos los poderes en sus manos y dominando el Legislativo, sería cuando (como ya viene ocurriendo en ciudades como Barcelona y Madrid, dominadas por Podemos), empezaría el recorte de libertades, el intervencionismo del Estado, el aumento de los impuestos, los recortes de la propiedad privada, la estatalización de las industrias, el aumento del funcionariado, la rebaja de las pensiones, el aumento del gasto público y el déficit público disparado. Si no me creen nada más tienen que echarles un vistazo a los 20 puntos presentados por Podemos al PSOE y luego, no hace falta más que ver las posibilidades de que exista superávit primario y luego añádanle el coste de todas estos aumentos previstos por Podemos y añadámosle todo el coste del pago de las deudas públicas. Si no les coge un jamacuco al comprobar la magnitud del disparate que se proponen hacer, mejor será que se lo hagan mirar.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, uno que tiene, más bien, tendencias republicanas, pero es de derechas y amigo del orden, de la libertad de mercado y religiosa, no puede menos de pensar que nada se nos ha perdido detrás de lo que estos insensatos, que piden “el cambio”, que exhiben la tricolor y que hablan de república sin tener idea de lo que, en realidad, representa este sistema político y democrático de gobierno; y que todo lo que podemos esperar de ellos, como dice el refrán castellano: “trabajos nos da quien grandezas nos promete”, es que acabemos en el mismo lugar del que partimos el 20N del 2011, cuando estábamos a punto de pedir ser rescatados; con España a las puertas de la quiebra soberana. ¡Cuidado con ellos!

República si. Frente popular, bandera tricolor y revolución progre, no

“El navío de la democracia, después de haber capeado tantos temporales, puede irse al fondo en un motín de los que van a bordo” S.Grover Cleveland
Miguel Massanet
viernes, 15 de abril de 2016, 09:10 h (CET)
Por desgracia en España el recuerdo que ha perdurado de la II República dista mucho de ser el que, los que creemos en esta forma de gobierno, quisiéramos que hubiera sido. Es obvio que un sistema que se valió de trampas, de pucherazo, para sustituir a la monarquía borbónica de Alfonso XIII; contando, todo hay que decirlo, con la espantada del Rey mal aconsejado por sus valedores, antes incluso de que los resultados de los pueblos hubieran demostrado que, la verdadera vencedora de aquel 14 de Abril, había sido la monarquía y no lo que, unos interesados organizadores de manifestaciones populares en las grandes ciudades anticiparon, dando por conseguida la victoria republicana basándose sólo en lo que se había votado en ellas.

Seguramente aquella república, completamente en manos de los socialistas y a expensas de unos fanáticos que confundieron el término república con el de lo que, más tarde, fue el Frente Popular de febrero del año 1936; sólo pocos meses antes de que se produjera el levantamiento del Ejército, en contra de aquel simulacro de gobierno republicano, incapaz de mantener el orden en las calles, la vigencia de las leyes, evitar y reprimir los crímenes de las bandas sindicales y entregado al anticlericalismo de señores, como don Manuel Hazaña, que empezó por expulsar a las órdenes religiosas de la enseñanza, antes de comprobar que, sin ellas, España se quedaba sin maestros capacitados para poder dar la enseñanza pública de la que anduviera tan necesitada. El gran error de haberse creído que se podría marginar a los partidos de derechas, como si en lugar de buscar sustituir la monarquía por un sistema distinto, a semejanza de los que ya se empezaban a desarrollar en el resto de Europa, lo que se pretendiera fuera establecer un régimen exclusivamente de izquierdas para darles el poder a aquellos políticos que, como Largo Caballero o su opositor en el partido, Indalecio Prieto o el mismo Santiago Carrillo, tenían la intención de que les sirviera de trampolín para convertir a España en lo que más tarde, en tiempos de Negrín, se llegó a presentar como un futuro satélite del Kominform soviético; algo que el general Franco logró evitar que se produjese.

Los que pensamos que la república pudiera ser un sistema de gobierno más democrático, donde al igual que para la elección de presidente del gobierno se tuviera que recurrir a unas elecciones periódicas para designar, por voluntad popular, al jefe de Estado, tal y como ocurre en países tan democráticos como Alemania, Francia, Italia, Austria, Hungría, Polonia y así hasta 19. La ventaja viene de que el pueblo puede, periódicamente, renovar o, en algunos casos en que la Constitución del país lo permita, volver a elegir a la misma persona para el cargo; algo que, en el caso de monarquías hereditarias, aunque sean parlamentarias ( hoy ya no quedan monarquías absolutistas) no está en manos de los ciudadanos que deben estar a expensas de que los herederos sean las personas adecuadas y preparadas por ejercer de Jefes de Estado, circunstancia que, evidentemente, no siempre se produce.

Ahora bien no es posible pensar que, en cualquier momento, se puede recurrir a hacer el cambio. Primero sería necesario cambiar la Constitución, en segundo lugar que una mayoría de españoles lo decidiera así en las urnas, en tercer lugar que la democracia española estuviera bien asentada, que los partidos aceptasen todos las reglas que se deben observar en todo estado democrático y que nadie se valiera del recurso de apelar a una república como medio para apoderarse del poder, eliminar la oposición de derechas, cambiar los colores de la insignia española y establecer un modelo de “república” fraudulento, absolutista, del tipo bolivariano, como hoy parece que se estilan en esta América latina de los grandes dictadores comunistas bolivarianos. No, señores, esto no es un sistema republicano, es simplemente un engaño al pueblo, una deslealtad y una traición por parte de aquellos que se aprovechan de la credibilidad, la buena voluntad y, por qué no decirlo, la ignorancia de una parte del pueblo que lo lleva a creerse que, eliminando a empresarios, emprendedores y banqueros, el país funcionaría por si solo como una balsa de aceite.

La república puede esperar; la monarquía, mientras se atenga a sus limitaciones, no parece que esté en la peores manos y el país, en estos momentos de su historia, no está por revoluciones ni aventuras de tipo comunista, que acaben con todo lo que se ha conseguido, a costa de las privaciones, los sufrimientos y la falta de trabajo de muchos españoles durante los pasados años de la crisis. Las voces de sirena que, a tiro pasado, cuando ya se le ve el final a la época peor de la crisis, quieren aprovechar el esfuerzo de los que han venido gobernando el país, para criticarlos, denigrarlos etc. son tan peligrosas como los afilados colmillos de un león que espera poder salir de la jaula para dar buena cuenta de los tranquilos mirones que lo están observando desde fuera de la jaula. Estos 120 días que se han perdido en busca de una combinación de gobierno que no tenía la más mínima probabilidad de producirse; este plazo que dio el Rey para que el aspirante a presidente del gobierno y a la investidura, presentase los apoyos que le garantizasen ser investido; no parece que hayan servido para otra cosa que para que, cada partido, se haya retratado ante sus votantes y los que votaron a los otros.

Es casi seguro (siempre se puede dar un acuerdo insospechado de última hora) que vamos hacia otras elecciones. Si esto sucede, no acabo de compartir lo que parece que señalan las últimas encuestas, en el sentido de que los resultados de unos próximos comicios podrían ser muy parecidos a los del 20D. Lo cierto es que, el comportamiento de todos los aspirantes a gobernar o a formar coalición para apoyar a un futuro gobernante, ha sido lo suficientemente explícito; ha dejado meridianamente diáfano lo que, en realidad, pretendía si subía al poder; ha mostrado cuanto estaba dispuesto a ceder o las humillaciones a las que estaba dispuesto a someterse por conseguir su objetivo o la doble moral que se escondía en sus ofrecimientos según fueran de su misma vena política o la contraria. En la mayoría de los casos las buenas palabras, el interés de los ciudadanos, la defensa de la nación o las promesas de un futuro esplendoroso, han sido los ornamentos con los que se ha querido entrar de contrabando en la buena fe de los votantes, para que picaran el cebo y, sin sospechar todo lo que se ocultaba bajo tal envoltorio, se les diera el poder que era lo que, en realidad, vienen ambicionando. Una vez en la poltrona gubernamental, con todos los poderes en sus manos y dominando el Legislativo, sería cuando (como ya viene ocurriendo en ciudades como Barcelona y Madrid, dominadas por Podemos), empezaría el recorte de libertades, el intervencionismo del Estado, el aumento de los impuestos, los recortes de la propiedad privada, la estatalización de las industrias, el aumento del funcionariado, la rebaja de las pensiones, el aumento del gasto público y el déficit público disparado. Si no me creen nada más tienen que echarles un vistazo a los 20 puntos presentados por Podemos al PSOE y luego, no hace falta más que ver las posibilidades de que exista superávit primario y luego añádanle el coste de todas estos aumentos previstos por Podemos y añadámosle todo el coste del pago de las deudas públicas. Si no les coge un jamacuco al comprobar la magnitud del disparate que se proponen hacer, mejor será que se lo hagan mirar.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, uno que tiene, más bien, tendencias republicanas, pero es de derechas y amigo del orden, de la libertad de mercado y religiosa, no puede menos de pensar que nada se nos ha perdido detrás de lo que estos insensatos, que piden “el cambio”, que exhiben la tricolor y que hablan de república sin tener idea de lo que, en realidad, representa este sistema político y democrático de gobierno; y que todo lo que podemos esperar de ellos, como dice el refrán castellano: “trabajos nos da quien grandezas nos promete”, es que acabemos en el mismo lugar del que partimos el 20N del 2011, cuando estábamos a punto de pedir ser rescatados; con España a las puertas de la quiebra soberana. ¡Cuidado con ellos!

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