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Unos dientes de menos

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En vosotros, queridos lectores, busco el consuelo; que no otra cosa es éste que hacer partícipe a los demás de los sinsabores que transitan por este valle mío de lágrimas.

Aunque estropeado por diversas causas, hace días que, tal vez por la edad, comenzaron a ponerse revoltosos tres dientes de la vieja quijada con la que trituro algún que otro alimento; al decir revoltosos lo que intento significar es que, además de cierto dolor en uno de ellos, comenzaron a bailar y moverse de forma extraña y variada, danza que hacía imposible el masticar como Dios manda.

Lógicamente encaminé todo mi ser a un dentista para ver la forma de acabar con aquel vals majestuoso que a veces alcanzaba compases de un pasodoble castizo; uno tiene aguante, aunque hay momentos que me siento derrotado, hecho que ocurre cuando me acerco vacilante a poner mis dientes en manos de cualquier dentista.

El buen hombre y mejor profesional realizó una radiografía a la deteriorada dentadura y comentó que tenía una infección bucal; me recetó un antibiótico cuyo nombre no cito. Tras una agradable ducha y un pequeño desayuno tomé el primero de los comprimidos y me puse en contacto con el ordenador para echar un rato con ustedes; he aquí que a los pocos minutos comencé a pasar la mano por la blanca barba pues sentí un cierto picor que, por cierto, iba a más y más, de tal forma era el escozor que retirado del teclado desnudé parte de mi cuerpo que había dejado de serlo para convertirse en el de un Cristo de Pasión; reacción, pues, al canto.

Puesto en contacto con el galeno, me recomendó otro antibiótico más suave que he ingerido durante una semana a razón de seis comprimidos diarios durante una semana de absentismo alcohólico y comidas de papillas y huevos pasados por agua.

Hoy, o sea, de aquí a un par de horas llega el momento trágico de volver a la clínica donde creo me veré sometido a la extracción de tres dientes de mi propiedad y, para qué engañar, tengo cierta mieditis o canguelo que deseo transportar a mis amigos y amigas, ustedes.

Lo mío ha sido un silencioso calvario que culminará, eso deseo, a las 13 horas en el Gólgota de la clínica dental. Ojalá sea así.

Unos dientes de menos

José García Pérez
martes, 12 de abril de 2016, 09:14 h (CET)
En vosotros, queridos lectores, busco el consuelo; que no otra cosa es éste que hacer partícipe a los demás de los sinsabores que transitan por este valle mío de lágrimas.

Aunque estropeado por diversas causas, hace días que, tal vez por la edad, comenzaron a ponerse revoltosos tres dientes de la vieja quijada con la que trituro algún que otro alimento; al decir revoltosos lo que intento significar es que, además de cierto dolor en uno de ellos, comenzaron a bailar y moverse de forma extraña y variada, danza que hacía imposible el masticar como Dios manda.

Lógicamente encaminé todo mi ser a un dentista para ver la forma de acabar con aquel vals majestuoso que a veces alcanzaba compases de un pasodoble castizo; uno tiene aguante, aunque hay momentos que me siento derrotado, hecho que ocurre cuando me acerco vacilante a poner mis dientes en manos de cualquier dentista.

El buen hombre y mejor profesional realizó una radiografía a la deteriorada dentadura y comentó que tenía una infección bucal; me recetó un antibiótico cuyo nombre no cito. Tras una agradable ducha y un pequeño desayuno tomé el primero de los comprimidos y me puse en contacto con el ordenador para echar un rato con ustedes; he aquí que a los pocos minutos comencé a pasar la mano por la blanca barba pues sentí un cierto picor que, por cierto, iba a más y más, de tal forma era el escozor que retirado del teclado desnudé parte de mi cuerpo que había dejado de serlo para convertirse en el de un Cristo de Pasión; reacción, pues, al canto.

Puesto en contacto con el galeno, me recomendó otro antibiótico más suave que he ingerido durante una semana a razón de seis comprimidos diarios durante una semana de absentismo alcohólico y comidas de papillas y huevos pasados por agua.

Hoy, o sea, de aquí a un par de horas llega el momento trágico de volver a la clínica donde creo me veré sometido a la extracción de tres dientes de mi propiedad y, para qué engañar, tengo cierta mieditis o canguelo que deseo transportar a mis amigos y amigas, ustedes.

Lo mío ha sido un silencioso calvario que culminará, eso deseo, a las 13 horas en el Gólgota de la clínica dental. Ojalá sea así.

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