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Fernando Mendikoa

En el deporte, como en la vida

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El deporte ofrece a menudo las mismas comparaciones que la propia vida, y así como en esta hay diferencias enormes (a nivel económico, de bienestar, etc.) entre gentes de uno y otro lado del mundo, algo parecido puede decirse del deporte. A este nivel, no deja de ser otro espejo en el que vemos a esos ganadores y perdedores de los que alguna otra vez hemos tenido que hablar. En el mismo fin de semana que comenzaba, con toda la parafernalia habitual, el Mundial de Fórmula 1 en Australia, a miles de kilómetros de distancia fallecían 22 personas (130 más resultaban heridas) en una avalancha antes de un partido de clasificación para otro Mundial (el de fútbol de Sudáfrica 2010), entre Costa de Marfil y Malawi.

En un país (aunque esto es aplicable a todo un continente, el africano; por no ir más allá aún, claro), en el que las únicas alegrías (o “no penas”) las proporciona el fútbol, las muchedumbres esperan como agua de mayo esa única vía de escape que les da este deporte. Y así, en un estadio con capacidad para 45.000 espectadores, las autoridades permitieron la entrada de 50.000. Un número similar de personas se agolpaba en el exterior, con la única esperanza de poder presenciar asimismo el encuentro: pocas esperanzas más tienen, verdaderamente. Y esas mismas autoridades, que tan inoperantes se muestran a diario para ofrecer educación, alternativas y una vida mejor a su pueblo, o a la hora de evitar ese día el acceso de 5.000 aficionados más de los que admitía el estadio, se mostraron resueltas y decididas para dispersar a la multitud a base de mano dura: no deja de ser su habitual forma de tratar al ganado, que es como sin duda estos jerifaltes ven a su pueblo (y no solo en África). La caída de un muro del estadio y la utilización de gases lacrimógenos por parte de las fuerzas del desorden (gases y fuerzas de uso exclusivo, a nivel mundial, para con la gente de a pie, nunca para con los causantes de mil desastres económicos, sociales, medioambientales, que pagamos los demás) terminaron por causar la tragedia. Y, aunque cueste creerlo, el partido se jugó.

El fútbol ha sido utilizado en estos países (y en alguno más) como auténtico opio para el pueblo, ante la ausencia de alternativas por parte de los gobernantes hacia sus teóricos electores. En verdad, estos gobiernos no sirven a nadie más que a sí mismos y, por supuesto, a las multinacionales de esos otros países del llamado mundo “civilizado”, que a golpe de invasiones, guerras directas e indirectas, golpes de estado, hambre, saqueo sin control ni freno, y un largo etc. han preparado convenientemente el terreno para sus desmanes, y para actuar sin más control que el de los guardianes puestos por ellos mismos. Y ahí entra en juego el fútbol, como única alternativa al camino sin salida al que se ha llevado a la gente hace ya mucho tiempo. Aunque de vez en cuando, eso sí, la población de esos países (y de muchos otros, por no decir todos) deposite ciertos papelitos llamados “votos” en unos cachivaches llamados “urnas”: a todo ello se le denomina con el pomposo nombre de “democracia”. Habrá que convenir, por tanto, que esta gente es masoca, puesto que siempre “votan” a favor de quien les lleva a la ruina y al desastre. Más bien será que dicha “democracia” no es sino una auténtica quimera y una verdadera falacia, sin la menor posibilidad de desarrollo: basta con que aparente serlo, ante el riesgo que el serlo de verdad conllevaría para los bolsillos de los que nunca son elegidos, porque de hecho ni se presentan (no les hace falta), y sin embargo ganan siempre. Es como la banca en el casino…. y en la vida real.

Algunos de estos se encontraban a miles de kilómetros, en los paradisíacos parajes australianos, donde millones de euros comenzaban a ponerse en juego para saber quién lleva su máquina más rápido a la meta y si, a partir de ahí, pueden llevar más euros/dólares a sus cuentas corrientes. Por supuesto, todo ello sin avalanchas ni gases lacrimógenos en los enmoquetados palcos del circuito, ni en la vida de a diario. Y así como para los africanos el fútbol supone la válvula de escape a tantas desgracias diarias, algunos de los causantes de estas asisten al circuito como un pasatiempo más, gastando en una sola carrera lo correspondiente a la sanidad o educación que jamás van a disponer en esos países, que hace tiempo fueron llevados al Tercer Mundo, y para quedarse en él: de eso se trata, pues solo así puede haber otros en el Primero. Aunque a menudo tengamos que mirar para otro lado, o debamos taparnos la nariz.

En el deporte, como en la vida

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
jueves, 2 de abril de 2009, 11:00 h (CET)
El deporte ofrece a menudo las mismas comparaciones que la propia vida, y así como en esta hay diferencias enormes (a nivel económico, de bienestar, etc.) entre gentes de uno y otro lado del mundo, algo parecido puede decirse del deporte. A este nivel, no deja de ser otro espejo en el que vemos a esos ganadores y perdedores de los que alguna otra vez hemos tenido que hablar. En el mismo fin de semana que comenzaba, con toda la parafernalia habitual, el Mundial de Fórmula 1 en Australia, a miles de kilómetros de distancia fallecían 22 personas (130 más resultaban heridas) en una avalancha antes de un partido de clasificación para otro Mundial (el de fútbol de Sudáfrica 2010), entre Costa de Marfil y Malawi.

En un país (aunque esto es aplicable a todo un continente, el africano; por no ir más allá aún, claro), en el que las únicas alegrías (o “no penas”) las proporciona el fútbol, las muchedumbres esperan como agua de mayo esa única vía de escape que les da este deporte. Y así, en un estadio con capacidad para 45.000 espectadores, las autoridades permitieron la entrada de 50.000. Un número similar de personas se agolpaba en el exterior, con la única esperanza de poder presenciar asimismo el encuentro: pocas esperanzas más tienen, verdaderamente. Y esas mismas autoridades, que tan inoperantes se muestran a diario para ofrecer educación, alternativas y una vida mejor a su pueblo, o a la hora de evitar ese día el acceso de 5.000 aficionados más de los que admitía el estadio, se mostraron resueltas y decididas para dispersar a la multitud a base de mano dura: no deja de ser su habitual forma de tratar al ganado, que es como sin duda estos jerifaltes ven a su pueblo (y no solo en África). La caída de un muro del estadio y la utilización de gases lacrimógenos por parte de las fuerzas del desorden (gases y fuerzas de uso exclusivo, a nivel mundial, para con la gente de a pie, nunca para con los causantes de mil desastres económicos, sociales, medioambientales, que pagamos los demás) terminaron por causar la tragedia. Y, aunque cueste creerlo, el partido se jugó.

El fútbol ha sido utilizado en estos países (y en alguno más) como auténtico opio para el pueblo, ante la ausencia de alternativas por parte de los gobernantes hacia sus teóricos electores. En verdad, estos gobiernos no sirven a nadie más que a sí mismos y, por supuesto, a las multinacionales de esos otros países del llamado mundo “civilizado”, que a golpe de invasiones, guerras directas e indirectas, golpes de estado, hambre, saqueo sin control ni freno, y un largo etc. han preparado convenientemente el terreno para sus desmanes, y para actuar sin más control que el de los guardianes puestos por ellos mismos. Y ahí entra en juego el fútbol, como única alternativa al camino sin salida al que se ha llevado a la gente hace ya mucho tiempo. Aunque de vez en cuando, eso sí, la población de esos países (y de muchos otros, por no decir todos) deposite ciertos papelitos llamados “votos” en unos cachivaches llamados “urnas”: a todo ello se le denomina con el pomposo nombre de “democracia”. Habrá que convenir, por tanto, que esta gente es masoca, puesto que siempre “votan” a favor de quien les lleva a la ruina y al desastre. Más bien será que dicha “democracia” no es sino una auténtica quimera y una verdadera falacia, sin la menor posibilidad de desarrollo: basta con que aparente serlo, ante el riesgo que el serlo de verdad conllevaría para los bolsillos de los que nunca son elegidos, porque de hecho ni se presentan (no les hace falta), y sin embargo ganan siempre. Es como la banca en el casino…. y en la vida real.

Algunos de estos se encontraban a miles de kilómetros, en los paradisíacos parajes australianos, donde millones de euros comenzaban a ponerse en juego para saber quién lleva su máquina más rápido a la meta y si, a partir de ahí, pueden llevar más euros/dólares a sus cuentas corrientes. Por supuesto, todo ello sin avalanchas ni gases lacrimógenos en los enmoquetados palcos del circuito, ni en la vida de a diario. Y así como para los africanos el fútbol supone la válvula de escape a tantas desgracias diarias, algunos de los causantes de estas asisten al circuito como un pasatiempo más, gastando en una sola carrera lo correspondiente a la sanidad o educación que jamás van a disponer en esos países, que hace tiempo fueron llevados al Tercer Mundo, y para quedarse en él: de eso se trata, pues solo así puede haber otros en el Primero. Aunque a menudo tengamos que mirar para otro lado, o debamos taparnos la nariz.

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