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Durante los últimos años, las posibilidades de encontrar trabajos adecuados de los nuevos universitarios se han visto coartadas

Los universitarios de clases trabajadoras, ¿nueva casta?

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No sabemos exactamente a lo que se debe ni tenemos información de los motivos por los que, precisamente en los recintos universitarios es donde se cuecen, entre aquellos mismos que han tenido el privilegio de acceder al saber, en muchas ocasiones gracias al esfuerzo de sus familias, los sectores más críticos contra las sociedades democráticas, siendo estas las que les han permitido que pudieran acceder a una cultura, a una preparación universitaria y a un puesto en la sociedad que les puede permitir aspirar a un tipo de vida mejor, una implantación social más elevada, unas relaciones intelectuales más enriquecedoras y unas aspiraciones de progreso muy por encima de las que disfrutaron sus antecesores. Es cierto que, durante los últimos años, años de crisis y catástrofes económicas, las posibilidades de encontrar trabajos adecuados de los nuevos universitarios se han visto coartadas y han sufrido desengaños cuando han debido aceptar, para vivir, trabajos muy por debajo de sus capacidades y han debido retrasar los proyectos legítimos de constituir familias y tener hijos, al no disponer de la seguridad de un puesto de trabajo estable y de unas perspectivas de futuro que les animaran a asumir las responsabilidades de semejantes decisiones.

Podemos entender su decepción e incluso podríamos comprender su desánimo, ante la evolución de muchas de las licenciaturas que los han obligado a limitar sus aspiraciones económicas, les han forzado a buscarse la vida en otras naciones o, incluso, han tenido que aceptar el hecho de que, un título universitario conseguido después de cinco o seis años de carrera, no valga por si sólo para poder competir con otros, que se han tenido que pagarse un master, aprender varios idiomas o estudiar dos carreras para aspirar a los empleos de calidad en las grandes empresas. Sin embargo, todo ello no se le puede achacar al sistema democrático, a una determinada forma de gobierno o al hecho de que exista la libertad de mercados, donde la oferta y la demanda sean los que marquen las reglas que suelen regir en la sociedad occidental. Deberíamos hablar de fenómenos relativamente recientes como son las nuevas tecnologías, como ha sido el caso de la digitalización vs. los sistemas analógicos, la robótica, la ofimática, la nanotecnología con todas sus aplicaciones en la miniaturización de los componentes etc. Técnicas e innovaciones que han irrumpido con fuerza avasalladora, arrinconando viejos sistemas y acabando, de una tacada, con cientos de miles de puestos de trabajo que su aplicación han convertidos en innecesarios.

La evidencia es que estamos encaminados hacia horizontes en los que, cada vez serán necesarios menos trabajadores, especialmente dentro de las categorías de obreros manuales, oficinistas, almacenistas, funcionarios, etc. Por otro lado, las exigencias que se les pedirán a los encargados de manejar a los modernos sistemas de producción, es evidente que irán en aumento en cuanto a sus calificación profesional, responsabilidad, inteligencia, preparación y eficacia, a medida que intervención en el proceso productivo sea más inmediata y de él dependan la calidad y el valor de las producciones de artículos de las que sea responsable. La visión simplista que se ha establecido en nuestros universitarios en el sentido de que, el Estado, el gobierno o la Administración pública, debería ser el que tuviera la obligación de velar porque, terminada la carrera, ya cada uno tuviera su puesto de trabajo asignado; no se sostiene en una economía de mercado libre y, en los estados totalitarios donde se han ensayado estos métodos, se ha demostrado que nunca han sido efectivos, puesto que los estímulos que hacen que, un individuo, se esfuerce en trabajar más, mejor, con mayor interés y más motivado, quedan en agua de borrajas cuando, como sucede en los regímenes comunistas, las posibilidades de medrar o de ganar más quedan reducidas, prácticamente, a la nada, al formar parte de una producción reglada, unos salarios estandarizados, un enclaustramiento en el puesto de trabajo, una jerarquía política dotada de la rigidez y de la falta de flexibilidad características de los regímenes comunistas, totalitarios y de producción estandarizada; un sistema carente de cualquier acicate que induzca, al trabajador, a esforzarse en hacer méritos o en aumentar su rendimiento profesional.

En España, fruto de haber convertido las leyes que regulan la enseñanza en un motivo de confrontación entre los distintos partidos políticos del arco parlamentario, no existe un sistema de enseñanza lo suficientemente consensuado que permita que los planes de estudios se mantengan, como ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno, sea cual fuere la ideología del partido que ocupe el poder. Cuando las leyes educativas, salvo pequeñas modificaciones puntuales para adaptarlas a los tiempos, no dependen del color de quienes gobiernen la nación en cada momento. Los catastróficos resultados obtenidos, tanto en eficiencia, como en la formación o el excesivo número de estudiantes que abandonan sus estudios antes de terminar su periodo de enseñanza, con el consiguiente despilfarro de los impuesto de los que se nutren nuestros colegios y universidades públicas; nos sitúan a los españoles, según el Informe PISA, en uno de los peores lugares de las listas europeas, calificación que, para vergüenza nuestra, se viene repitiendo con tediosa uniformidad, año tras año.

Pero, señores, resulta que en España los colegios públicos y la universidades públicas, sin que ello pareciera trascender a los encargados de vigilar que la escuela y la universidad sean un centros donde se imparten enseñanzas de diferentes disciplinas a los educandos; donde se espera que se les enseñarán a respetar las leyes, a entender lo que es democracia y a formar hombres preparados para enfrentarse con solvencia a su futuro laboral; viene sucediendo, como es el triste caso de la Universidad Complutense de Madrid, regida los últimos años por dos rectores de evidente filiación izquierdista como fueron los señores Berzosa y Carrillo (que permitieron que esta facultad se convirtiera en una verdadero nido de marxistas, verdaderos agitadores profesionales, incapaces de entender el concepto de democracia, como se demostró al impedir la celebración de conferencias de diversas personalidades de la política y de la cultura por el mero hecho de no compartir sus opiniones; llegando a amenazarlas e insultarlas ante la mirada complaciente de sus respectivos rectores), que la disciplina brilla por su ausencia y los infiltrados comunistas en el claustro universitario son los que llevan, en realidad, la voz cantante.

Y hete aquí esta nueva “casta”, casta de licenciados en huelgas; en enfrentamientos con las fuerzas del orden; en escarches; en destrozos de mobiliarios urbano; en amenazas y en la formación de profesores subvencionados desde Venezuela e Irán, viviendo a cuerpo de rey a costa de sus todopoderosos dictadores, con el encargo de crear un Frente Popular en España; una casta con profesores ad hoc, duchos en todas las tácticas de desórdenes callejeros y expertos en la agitación de masas que, por la falta de diligencia de los partidos tradicionales, que no supieron ver a tiempo la amenaza que suponían, han proliferado como hongos socavando los cimientos de nuestra sociedad.

No quieren, como van predicando a quienes los quieren escuchar, llevar a España a “un cambio”, no quieren cambiar a nuestra Sociedad porque lo que intentan es aplastarla, aniquilarla y humillarla. No les basta con destruir nuestra economía ni el estado de bienestar del que hemos disfrutado, quieren acabar con sus enemigos ancestrales, los empresarios y los bancos, y dinamitar lo que queda de nuestra economía; necesitan acabar con todo asomo de oposición, con la derecha que, para ellos, no es más que un conjunto de “fachas”, “reaccionarios” o “franquistas”, simplemente por no compartir sus formas de pensar, sus fobias, sus rencores o su nostalgia de la II República, a la que sus correligionarios, los socialistas Santiago Carrillo y Largo Caballero, quisieron dinamitar con la famosa Revolución de Octubre de 1934. Los Pablo Iglesias, los Errejón, los Echenique y los Monedero; todos de la misma camada bolivariana, los que enseñaron a Chávez y a Maduro como acabar con sus oponentes políticos, como silenciar a la prensa, como encarcelar a quienes se les enfrentaban o a como convertir a un país rico en primeras materias en una república bananera, en la que la miseria es la dueña de todos los venezolanos menos de los que vegetan a la sombra del gran vudú N.Maduro., dueño del Ejército y del TS, ¡ Un ejemplo de la independencia de los poderes del Estado, según Montesquieu!

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, observamos como un resentido Pedro Sánchez está dispuesto a vender el PSOE, su tradición democrática y su habitual defensa de la unidad de la patria, por un plato de lentejas podridas que le pone ante los morros el encargado de llevar a España hacia el lobby comunista bolivariano, el profesor Pablo Iglesias, de los Iglesias de siempre, pariente de aquel otro Pablo Iglesias que contribuyó a que, sus seguidores, pusieran los cimientos de la Guerra Civil. Esperemos que su descendiente no sea capaz de emularlo y volvamos a las andadas.

Los universitarios de clases trabajadoras, ¿nueva casta?

Durante los últimos años, las posibilidades de encontrar trabajos adecuados de los nuevos universitarios se han visto coartadas
Miguel Massanet
miércoles, 6 de abril de 2016, 08:52 h (CET)
No sabemos exactamente a lo que se debe ni tenemos información de los motivos por los que, precisamente en los recintos universitarios es donde se cuecen, entre aquellos mismos que han tenido el privilegio de acceder al saber, en muchas ocasiones gracias al esfuerzo de sus familias, los sectores más críticos contra las sociedades democráticas, siendo estas las que les han permitido que pudieran acceder a una cultura, a una preparación universitaria y a un puesto en la sociedad que les puede permitir aspirar a un tipo de vida mejor, una implantación social más elevada, unas relaciones intelectuales más enriquecedoras y unas aspiraciones de progreso muy por encima de las que disfrutaron sus antecesores. Es cierto que, durante los últimos años, años de crisis y catástrofes económicas, las posibilidades de encontrar trabajos adecuados de los nuevos universitarios se han visto coartadas y han sufrido desengaños cuando han debido aceptar, para vivir, trabajos muy por debajo de sus capacidades y han debido retrasar los proyectos legítimos de constituir familias y tener hijos, al no disponer de la seguridad de un puesto de trabajo estable y de unas perspectivas de futuro que les animaran a asumir las responsabilidades de semejantes decisiones.

Podemos entender su decepción e incluso podríamos comprender su desánimo, ante la evolución de muchas de las licenciaturas que los han obligado a limitar sus aspiraciones económicas, les han forzado a buscarse la vida en otras naciones o, incluso, han tenido que aceptar el hecho de que, un título universitario conseguido después de cinco o seis años de carrera, no valga por si sólo para poder competir con otros, que se han tenido que pagarse un master, aprender varios idiomas o estudiar dos carreras para aspirar a los empleos de calidad en las grandes empresas. Sin embargo, todo ello no se le puede achacar al sistema democrático, a una determinada forma de gobierno o al hecho de que exista la libertad de mercados, donde la oferta y la demanda sean los que marquen las reglas que suelen regir en la sociedad occidental. Deberíamos hablar de fenómenos relativamente recientes como son las nuevas tecnologías, como ha sido el caso de la digitalización vs. los sistemas analógicos, la robótica, la ofimática, la nanotecnología con todas sus aplicaciones en la miniaturización de los componentes etc. Técnicas e innovaciones que han irrumpido con fuerza avasalladora, arrinconando viejos sistemas y acabando, de una tacada, con cientos de miles de puestos de trabajo que su aplicación han convertidos en innecesarios.

La evidencia es que estamos encaminados hacia horizontes en los que, cada vez serán necesarios menos trabajadores, especialmente dentro de las categorías de obreros manuales, oficinistas, almacenistas, funcionarios, etc. Por otro lado, las exigencias que se les pedirán a los encargados de manejar a los modernos sistemas de producción, es evidente que irán en aumento en cuanto a sus calificación profesional, responsabilidad, inteligencia, preparación y eficacia, a medida que intervención en el proceso productivo sea más inmediata y de él dependan la calidad y el valor de las producciones de artículos de las que sea responsable. La visión simplista que se ha establecido en nuestros universitarios en el sentido de que, el Estado, el gobierno o la Administración pública, debería ser el que tuviera la obligación de velar porque, terminada la carrera, ya cada uno tuviera su puesto de trabajo asignado; no se sostiene en una economía de mercado libre y, en los estados totalitarios donde se han ensayado estos métodos, se ha demostrado que nunca han sido efectivos, puesto que los estímulos que hacen que, un individuo, se esfuerce en trabajar más, mejor, con mayor interés y más motivado, quedan en agua de borrajas cuando, como sucede en los regímenes comunistas, las posibilidades de medrar o de ganar más quedan reducidas, prácticamente, a la nada, al formar parte de una producción reglada, unos salarios estandarizados, un enclaustramiento en el puesto de trabajo, una jerarquía política dotada de la rigidez y de la falta de flexibilidad características de los regímenes comunistas, totalitarios y de producción estandarizada; un sistema carente de cualquier acicate que induzca, al trabajador, a esforzarse en hacer méritos o en aumentar su rendimiento profesional.

En España, fruto de haber convertido las leyes que regulan la enseñanza en un motivo de confrontación entre los distintos partidos políticos del arco parlamentario, no existe un sistema de enseñanza lo suficientemente consensuado que permita que los planes de estudios se mantengan, como ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno, sea cual fuere la ideología del partido que ocupe el poder. Cuando las leyes educativas, salvo pequeñas modificaciones puntuales para adaptarlas a los tiempos, no dependen del color de quienes gobiernen la nación en cada momento. Los catastróficos resultados obtenidos, tanto en eficiencia, como en la formación o el excesivo número de estudiantes que abandonan sus estudios antes de terminar su periodo de enseñanza, con el consiguiente despilfarro de los impuesto de los que se nutren nuestros colegios y universidades públicas; nos sitúan a los españoles, según el Informe PISA, en uno de los peores lugares de las listas europeas, calificación que, para vergüenza nuestra, se viene repitiendo con tediosa uniformidad, año tras año.

Pero, señores, resulta que en España los colegios públicos y la universidades públicas, sin que ello pareciera trascender a los encargados de vigilar que la escuela y la universidad sean un centros donde se imparten enseñanzas de diferentes disciplinas a los educandos; donde se espera que se les enseñarán a respetar las leyes, a entender lo que es democracia y a formar hombres preparados para enfrentarse con solvencia a su futuro laboral; viene sucediendo, como es el triste caso de la Universidad Complutense de Madrid, regida los últimos años por dos rectores de evidente filiación izquierdista como fueron los señores Berzosa y Carrillo (que permitieron que esta facultad se convirtiera en una verdadero nido de marxistas, verdaderos agitadores profesionales, incapaces de entender el concepto de democracia, como se demostró al impedir la celebración de conferencias de diversas personalidades de la política y de la cultura por el mero hecho de no compartir sus opiniones; llegando a amenazarlas e insultarlas ante la mirada complaciente de sus respectivos rectores), que la disciplina brilla por su ausencia y los infiltrados comunistas en el claustro universitario son los que llevan, en realidad, la voz cantante.

Y hete aquí esta nueva “casta”, casta de licenciados en huelgas; en enfrentamientos con las fuerzas del orden; en escarches; en destrozos de mobiliarios urbano; en amenazas y en la formación de profesores subvencionados desde Venezuela e Irán, viviendo a cuerpo de rey a costa de sus todopoderosos dictadores, con el encargo de crear un Frente Popular en España; una casta con profesores ad hoc, duchos en todas las tácticas de desórdenes callejeros y expertos en la agitación de masas que, por la falta de diligencia de los partidos tradicionales, que no supieron ver a tiempo la amenaza que suponían, han proliferado como hongos socavando los cimientos de nuestra sociedad.

No quieren, como van predicando a quienes los quieren escuchar, llevar a España a “un cambio”, no quieren cambiar a nuestra Sociedad porque lo que intentan es aplastarla, aniquilarla y humillarla. No les basta con destruir nuestra economía ni el estado de bienestar del que hemos disfrutado, quieren acabar con sus enemigos ancestrales, los empresarios y los bancos, y dinamitar lo que queda de nuestra economía; necesitan acabar con todo asomo de oposición, con la derecha que, para ellos, no es más que un conjunto de “fachas”, “reaccionarios” o “franquistas”, simplemente por no compartir sus formas de pensar, sus fobias, sus rencores o su nostalgia de la II República, a la que sus correligionarios, los socialistas Santiago Carrillo y Largo Caballero, quisieron dinamitar con la famosa Revolución de Octubre de 1934. Los Pablo Iglesias, los Errejón, los Echenique y los Monedero; todos de la misma camada bolivariana, los que enseñaron a Chávez y a Maduro como acabar con sus oponentes políticos, como silenciar a la prensa, como encarcelar a quienes se les enfrentaban o a como convertir a un país rico en primeras materias en una república bananera, en la que la miseria es la dueña de todos los venezolanos menos de los que vegetan a la sombra del gran vudú N.Maduro., dueño del Ejército y del TS, ¡ Un ejemplo de la independencia de los poderes del Estado, según Montesquieu!

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, observamos como un resentido Pedro Sánchez está dispuesto a vender el PSOE, su tradición democrática y su habitual defensa de la unidad de la patria, por un plato de lentejas podridas que le pone ante los morros el encargado de llevar a España hacia el lobby comunista bolivariano, el profesor Pablo Iglesias, de los Iglesias de siempre, pariente de aquel otro Pablo Iglesias que contribuyó a que, sus seguidores, pusieran los cimientos de la Guerra Civil. Esperemos que su descendiente no sea capaz de emularlo y volvamos a las andadas.

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